“¿Quién soy, papá? ¿Quién soy, mamá?”, se pregunta
Baxter Dury a los pocos segundos de empezar a sonar su séptimo álbum. Hace solo un año y medio que cumplió los cincuenta. Y dos desde que publicó su libro de memorias, “Chaise Longue” (2021), y colaboró con Fred again.. en la fabulosa “Baxter (these are my friends)”. Ninguna de las tres cosas tiene un impacto menor en
“I Thought I Was Better Than You”. Al contrario. Este es un disco de recapitulación de mediana edad, de recuento vital y también de lifting sonoro. De rejuvenecimiento desde el ejercicio de la memoria. De mirar al pasado para saber hacia dónde se quiere ir. De dar un (aparente) pasito atrás para, a continuación, dar dos hacia adelante. De hacer las paces consigo mismo como mejor herramienta para encarar el futuro. Es el disco de Baxter Dury que mejor podría sintonizar con los fans de Kae Tempest, slowthai o Sleaford Mods, y lo hace remitiéndose en lo lírico a aquellos últimos años setenta y primeros ochenta en los que se forjó su personalidad: la huella indeleble de su padre, Ian Dury, marcada a fuego en el imaginario colectivo con aquella legendaria portada para “New Boots And Panties!!” (1977). Una educación particular. De aquella manera.
¿Es posible sonar tan contemporáneo cuando se maneja una materia vivencial que se remonta cuatro décadas en el tiempo? Sí lo es cuando formas parte de una tradición musical como es la británica, un continuum que lleva (retro) alimentándose de generación en generación, con la conciencia de formar parte de un todo: ahí está el ritmo reggae de
“Crowded Rooms”, el marcado acento
cockney de Baxter y un rango de colaboradores que va desde la veintena (Madeline Heart, JGrrey o Kosmo Dury, su propio hijo) hasta los 51 –su misma edad– que tiene Eska Mtungwazi.
El Baxter Dury de 2023 es prácticamente un personaje nuevo, diría que más fascinante que nunca. Nocturno, cimbreante, rebosante de retranca. Más descarnado en todo. Con mayor pegada. En
“So Much Money” me recuerda a una especie de cruce entre Gainsbourg, Perry Blake y Barry Adamson, y unos minutos después caigo en la cuenta de que se ríe de sí mismo apelando precisamente al genio francés:
“Dicen que eres un moderno Gainsbourg, desafinado y absurdo, pero nadie se sobrepone a ser hijo de quien es; incluso aunque quieras sonar a Frank Ocean, acabas sonando justo a Ian”, le replica un coro femenino en la magnética
“Shadow”, suerte de miniopereta que extrae petróleo solo dos minutos y seis segundos de sus contradicciones vitales. Pero el tamaño de la sombra paterna no es exactamente así de grande, ni mucho menos. Puede que haya algo del
groove de los mejores discos de Ian Dury, por supuesto. Pero este es el disco en el que más se aprecia la influencia del rhythm’n’blues y del hip hop. Por algo está Paul White (Danny Brown, Charli XCX) a la producción.
En
“Leon”, con arreglos de cuerda que remiten al soul cinemático de la primera mitad de los setenta, directamente rapea.
“Crashes” suena a música disco al ralentí, con su bajo carnoso y esa línea de sintetizador que recuerda a la de “Trans Europe Express” (Kraftwerk).
“Pale White Nissan” es synthpop escuálido, inquietante y barrial, como el de Sleaford Mods. Y
“Aylesbury Boy” es un petardazo de pop mutante que funciona como declaración de intenciones y fe de vida de un tipo que hace de la necesidad virtud, glosando una infancia de lo más disfuncional en un puñado de canciones irresistibles, que sustentan una de sus mejores versiones. Intriga saber cómo las traducirá al directo. De momento, aún tendremos que esperar a verlo por aquí. ∎