Body Count es el grupo con el que el rapero Ice-T se desfoga a base de rock metalero desde 1990. De modo que, treinta años después de su nacimiento, ¿era necesario otro álbum suyo? La respuesta rápida es “no”, porque a estas alturas la vigencia de un discurso musical a caballo entre el hip hop y el metal suena tan fresca como el aroma del pescado podrido; pero la buena noticia es que el séptimo disco de los de Los Ángeles viene cargado de razones para ser escuchado.
Las letras son sólidas y abordan la denuncia social desde una perspectiva tan rabiosa como urgente, porque Ice-T demuestra saber cómo se hace para evitar caer en el panfleto y la rima fácil. ¡Por algo lleva en la brecha del rap cuarenta años! En cualquier caso, el mensaje cala especialmente por su energético envoltorio. Son diez cortes (más un
bonus track en su versión digital) que deambulan entre el hardcore, el death metal y el punk sin dejar respiro, y donde también hay cabida para los homenajes (
“Ace Of Spades”, sentida versión del clásico de Motörhead con el que Ice-T rememora a Lemmy como uno de sus ídolos), las colaboraciones (de miembros de Power Trip, Hatebreed y Evanescence) e incluso una relectura en clave metálica de
“Colors”, la canción rap de Ice-T de 1988. Entonces, ¿era necesario un nuevo disco de Body Count? Quizá no es necesario, pero sí pertinente. Y, además, bastante recomendable. ∎