Su capacidad para adoptar la identidad de otros (y reflejarse en ellos) se aprecia también en las letras. En “Nebraska” se apropian del micrófono asesinos de poca monta, seres solitarios de esos pueblos de la Norteamérica profunda donde la gente no sabe qué hacer y hace música, o conduce por carreteras solitarias, o mata a sus congéneres en un intento desesperado de establecer algún vínculo con ellos. Es mérito de Springsteen poner al día las historias contadas en tiempos por otros portavoces de la tradición: en sus canciones el asesino común pasa a ser asesino en serie y la tierra prometida, Atlantic City. Y no es casualidad que el breve momento de felicidad compartido en un bar por un policía y su hermano delincuente en
“Highway Patrolman” tenga como banda sonora la canción “Night Of The Johnstown Flood”; al igual que ese tema tradicional, tal vez imaginario, sobre un suceso que trastornó de tal forma una ciudad que acabó convertido en leyenda, las canciones de “Nebraska” se basan en casos reales y posibles de la era Reagan dotados del mismo poder de resonancia. Tanto el estremecedor tema titular como
“Johnny 99” transmiten las confesiones de asesinos que cometen sus crímenes por tener
“deudas que no podría pagar ningún hombre honrado”. Son víctimas de
“la maldad del mundo” que domina la atmósfera opresiva del disco: desde el aura mítica y terrible de la lujosa mansión de verjas de acero, en torno a la cual juegan los niños intrigados (
“Mansion On The Hill”), hasta la hipnótica
“State Trooper”, traslación del apremio de la huida cuyo aullido final sirve de presagio del destino trágico de quien nace sin futuro posible y al que, como se revela en el falso optimismo de
“Reason To Believe”, ni siquiera se le permite caer en la absurda fe que lo ayuda a seguir pasando los días. ∎