En “El mundo gira” –un medio tiempo, en la segunda cara, que crece según se desarrolla–, Casero trata de quitarle hierro a su modo de pensamiento obsesivo y recordarse a sí misma que nada gira en torno a ella. ¿Nada? El planeta quizá no, pero la totalidad de este disco, completamente. Doce canciones como doce páginas de un diario íntimo, en primerísima persona, que comparte aquí con el oyente. Son viñetas breves en forma de fogonazos de pop electrificado, la mayoría de menos de tres minutos, combinando subidas y bajadas en el estado anímico. Empieza fuerte con “Cada superficie”, a ritmo de punk pop, que describe una situación en la que el Lorazepam y el aislamiento en su habitación en un piso compartido fueron su día a día durante una temporada. Poca broma. Por otra parte, aunque no se perciba siempre a la primera, sus letras contienen una dosis de fino humor fatalista en sus observaciones, como en “Algo que ganar”, en la que quedarse con el ratón del ordenador se convierte en una pírrica victoria tras una ruptura.
El sonido es más limpio, natural y orgánico que en sus dos anteriores trabajos, con mayor protagonismo de las guitarras, pero manteniendo la voz en primer plano para que se entiendan las letras a la perfección. El artífice de la producción es de nuevo Bearoid, que tanto en solitario como con su banda Alavedra domina el terreno donde estribillos y guitarras generan momentos euforizantes. Aquí no hay lugar para el prejuicio o la tibieza: Casero es capaz de convocar la chispa de Weezer, el eco ramoniano filtrado vía Dum Dum Girls o Beast Coast, la accesibilidad de artistas pop mainstream de los noventa, como No Doubt o Avril Lavigne, o ese juego con dichas referencias y la electrónica y bases de la música urbana que manejan artistas actuales como Mura Masa o Yung Lean (en su alter ego Jonathan Leandoer96). Si en “La verdad” y en algún otro momento puede aparecer un espacio común con Cariño, la diferencia es que Casero no juega con la máscara naíf, sino que va más a cara descubierta. Como en el momento más romántico del álbum, “Más divertido”, que empieza con “masturbarse es mucho más divertido desde que pienso en lo que voy a hacer contigo”.
El disco se hace fuerte en esa imbatible combinación de letra en primera persona, sin vergüenza de airear flaquezas, y melodía con gancho que uno puede cantar haciéndola suya. No lejos, en espíritu, de lo que Guille Milkway hace en las canciones de La Casa Azul. Como ejemplo, gemas redondas como “Pollo innecesario” y su irresistible ritmo a remolque o “Romance extremo”, un hit ahora o en la mejor época de la new wave. Una de las mejores de la colección se la guarda para el final: “Inútil” cierra el círculo, debatiéndose entre la parálisis que le impide salir de la cama –como en la primera, “Cada superficie”– y las ganas de que esa otra persona la saque de ahí. El pop como vehículo personal para mostrar las emociones propias sin tapujos es una atractiva herramienta que nunca fallará. Aquí una irrefutable prueba más. ∎