Álbum

Danny Brown

StardustWarp, 2025

En 2023, Danny Brown ingresó en un centro de rehabilitación para tratar su alcoholismo. El gesto, lejos de ser un simple paréntesis biográfico, terminó funcionando como el punto de inflexión del que nace “Stardust”, un álbum que documenta su proceso de recuperación a través de un alter ego: Dusty Star. A diferencia de la figura pública que arrastró durante décadas (excesiva, corrosiva, atrapada en la comedia negra del derrumbe), Dusty Star aparece como una estrella pop noventera imaginada desde la sobriedad, un guiño explícito a Prince y a la mitología de “Purple Rain”, donde The Kid funcionaba como doble amplificado para hablar de trauma, deseo y reinvención. Brown adopta ese mismo método: desplaza su voz hacia un avatar que le permite narrarse sin caer en la penitencia ni en el melodrama autorreferencial.

Durante la rehabilitación, el rapero descubrió tardíamente (y quizá por eso con mayor intensidad) el universo hyperpop, la PC Music y la irreverencia maximalista de 100 gecs, lo que se convirtió en su brújula estética: entendió ese lenguaje hipersaturado y emocionalmente contradictorio como una forma de sostener la ansiedad sin recurrir a la autodestrucción. “Stardust” es, en ese sentido, la traducción directa de ese hallazgo: un disco que remplaza la adrenalina química por una hiperestimulación sonora. Beats que mutan en mitad del compás, voces procesadas hasta rozar la caricatura, capas de distorsión que buscan deliberadamente el colapso: como si un productor de PC Music hubiese sampleado la discografía de Brown y la hubiese recompuesto a base de errores. El resultado no es un álbum depurado, sino un ecosistema de sobrepoblación estética donde todo ocurre a la vez y donde cuesta distinguir intención de acumulación.

El arranque con “Book Of Daniel”, junto a Quadeca, establece la primera coordenada del LP. Construida desde una base acústica con ecos británicos, la canción incluye una línea confesional (“solía escribir rimas hasta que empezaba a llorar”) que articula un marco de redención sin renunciar al nervio rítmico. Tras esta obertura relativamente tradicional, “Copycats”, con underscores, inicia la deriva hacia el hyperpop más accesible: un bajo tratado con lógica glitch de future garage y sintes que irrumpen con dinámica de 8-bit. Por su parte, el núcleo del disco (“Flowers”, “Lift You Up”, “1999”) es un laboratorio donde Brown absorbe lenguajes ajenos con una solvencia inesperada: hay trance, house, bubblegum bass y una suerte de futurismo pop que rehúye fijarse en un solo puerto. De todas ellas, “1999”, junto a JOHNNASCUS, es la más abrasiva: un híbrido de digital hardcore y rap fragmentado que opera como descarga de adrenalina sobrepasada.

Hacia el final, “Stardust” se desplaza hacia el relato de renacimiento del que el propio disco nace. “The End”, penúltimo corte, despliega una suite autobiográfica de ocho minutos que combina breakbeat, pianos impresionistas y un cierre en spoken word a capela con pinceladas de flauta. En conjunto, “Stardust” funciona como un sándwich formal: parte de la desnudez acústica y la confesión directa, se precipita hacia el glitch hiperluminoso y la sobrecarga sensorial, y regresa finalmente a una suerte de silencio reconstruido. En ese vaivén, entre la balada distorsionada y la rave desordenada, Brown encuentra una manera de narrar a un personaje que ha sustituido una intoxicación por otra. Pero el disco, deliberadamente, rehúye ordenar ese ruido: la experiencia es fragmentada, inconclusa, y ahí reside tanto su potencia como su carencia. Al terminar, seguimos sin saber del todo qué está pasando. ∎

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