Clasicismo quizá es una palabra que es muy fácil relacionar últimamente con la comercialización de la nostalgia, una realidad que ofrece un reflejo divisivo, polarizante, como tantas otras cosas en esta nueva era de “posposmodernidad”. Pareciera que solo puede usarse, el clasicismo, de un modo subversivo, como retorciéndolo hacia los collages de pop alternativo y electrónicas fractales, o de una forma descaradamente apelativa, generacional y obtusa, un remanso de paz –y sobre todo confort– entre músicas que únicamente entienden las nuevas generaciones para gente que ha abandonado cualquier intención de actualización. O eres un clon o un anticlon, con todo lo que implica esto; si estás en el mundo tienes que estarlo en contra del mundo del que venimos. El debut de Fabiana Palladino representa valientemente –y de un modo a similar a lo que hace Jessie Ware en “Devotion” (2012); no es casualidad que Palladino haya militado en la banda de directo de la diva pop británica– la tercera vía: emplear el lenguaje del sofistipop, del sofistifunk, del sofistisoul desde la emulación sincera –y perfeccionista– para armar un discurso –no solo lírica, sino sobre todo musicalmente– contemporáneo y vigente.
Un discurso conciso, como marcan las leyes del pop con mayúsculas –tan solo una canción, “Shoulda”, que cruza al Prince más rythm’n’blues con unos Bleachers y el sonido Jack Antonoff, supera los cuatro minutos–. Rico en detalles y matices –increíble el bajo acuoso y trémulo de “In The Fire” y su extrañamiento final–, trabajado hasta la extenuación en lo melódico, enriquecido en todo momento por la experimentación pero nunca lastrado por una aproximación demasiado rupturista.
Una programación rítmica electrónica y una gordísima línea de bajo dan la bienvenida a Fabiana Palladino en “Closer”, que define en apenas treinta segundos la aproximación hi-fi de este trabajo y el fuerte influjo que el soul pop electrónico y el R&B del paso de los ochenta a los noventa tienen en su metraje, además de declarar su devoción por Janet Jackson. En la siguiente “Can You Look In The Mirror?” la confirmación es evidente: todos los elementos, obsesivamente matizados, contribuyen a generar ese melodrama de grandilocuencia ochentera que, sin embargo, sabe mantenerse íntimo, vulnerable, frágil, contenido, incluso cuando la referencia es Kate Bush, como en la final “Forever” o en “Deeper”, a la vez tan Lorde –no está de más recordar que la australiana ya ha llevado esta tercera vía pop de la que hablamos a su propio nivel –.
No extraña, cuando uno trata de justificar tanta precisión, que el disco haya llevado al menos cinco años de trabajo intensivo –diez desde que Palladino lanzara su primera canción, “For You”, en colaboración con Sampha, con quien también ha girado–. Tampoco que el padre de Fabiana sea el mítico bajista Pino Palladino, que realmente no necesitaría más presentación curricular que su participación en los mejores discos de D’Angelo –pero que, bueno, así en resumen es uno de los mejores bajistas de sesión de la historia–. De hecho, podemos ponernos a tirar líneas y entender muchas cosas: el homónimo “Fabiana Palladino” es la primera referencia larga de Paul Institute, el sello que fundó Jai Paul en 2016 en su regreso a la esfera pública, y el propio Paul –al que también ha acompañado on tour– ha estado detrás de la grabación, aportando su filo siempre etéreo, casi corrosivo, su misterio sonoro. En “I Care”, pieza central del trabajo, su voz parece el rostro fantasma de Prince dibujado en la noche estrellada.
Otro disco de este año ahonda a su modo –desde un lugar mucho más norteamericano– en esta idea de reapropiación del sofistipop: es el “Two Star & The Dream Police” de Mk.gee, al que es fácil relacionar con Frank Ocean, y de ahí a Sampha, y de ahí a Jai Paul… Esas guitarras como encharcadas, sumergidas en un viaje submarino, muy Prince; sintetizadores oníricos que ensanchan el espacio y que le dan un aire de magnificencia a las canciones; bajos que te propulsan los músculos como impulsos nerviosos. Está claro que Fabiana quiere pertenecer a esta generación de artistas que no necesitan salirse de los cánones del pop para reinterpretar su perfección como género musical, que descartan la reapropiación tanto como las dinámicas mainstream y que se arriesgan, por pura actualización, a ir en contra de todo. El cuarto punto suspensivo. ∎