Álbum

Fajardo

IntuiciónRepetidor, 2021

Difícil imaginar un título más adecuado. Porque si algo ha primado en la música de José Fajardo es el instinto, la alergia a la hoja de ruta definida, el desdén por los renglones rectos y perfectamente delineados. El pálpito que no se atiene a normas establecidas.

Sus canciones han sido siempre como entes orgánicos que crecían un poco a su aire, desde su debut homónimo en 2010 hasta este cuarto trabajo en formato largo, que hace honor a su modus operandi pero, sin abjurar de su vivaz austeridad, muestra más hechuras de banda que nunca.

Sobre todo, porque ahí están los gallegos Trilitrate y también otros cooperadores necesarios como Marc Enseñat (Monkey Nuts), su paisano y correligionario en las lides del folk de vuelo libre Diego Hdez (Keiko, The Conqueror) y también los habituales Manuel Campos (Rosvita), Jordi Tost (Gos Binari, Parmesano) y María Navidad (Tostadas, Mesa Camilla).

¿Se puede hablar de folk? Claro que sí. Más en el caso de un hombre a quien le cambió la vida ver “The Last Waltz” (Martin Scorsese; 1978). Pero siempre que lo entendamos también como esa arcilla que Devendra Banhart, Remate o Cuchillo, por buscar paralelismos de distintas épocas y enclaves, moldeaban a su pleno antojo.

En el caso del músico de Fuerteventura, quien se fogueó siendo un adolescente cuando trasteaba con el folclore canario, hay un componente autóctono que cuando entra en combustión con otros nutrientes más lejanos acaba deparando un discurso muy propio, prácticamente único. Ya sea por su particular dicción, por esos textos que evocan imágenes poderosas sin incurrir en la metáfora fácil o bien por la fuerza telúrica que emiten siempre sus canciones, aquí bien reforzada: son pasajes áridos, de textura terrosa y un magnetismo muy peculiar. Con apariencia de vulcanismo calmo y latente, como el propio paisaje de su isla.

Nada más gráfico para intuir esa erupción, apenas insinuada (hay otro corte que se llama “Volcán”, pero ahí la similitud es más lírica que sónica), que el crescendo de “Geometría / Geología”: siete intrigantes minutos que parten el disco por la mitad, emergiendo como un espinazo central con apariencia de cruce entre Bert Jansch, Slint y Él Mató A Un Policía Motorizado. Muy poderoso.

Rezuma la misma emotividad punzante que el resto del disco, que suena incluso más convincente, y también mejor arropado, que el resto de su discografía, con sus propiedades siempre bien preservadas por la producción de Javier Ortiz en los estudios Brazil. Y del que no sobra nada. Ni el deje a lunática road movie de “Accidentes”, versión de los grancanarios Malcortado, ni el arrullo de una “Deidad” que huele a declaración de principios tras su doble paternidad, ni la reflexiva lección de “Aprender-Desaprender” (esa trompeta) ni tampoco el poder sanador de “Salitre” o la ancestral “Tindaya”.

Un universo creativo que imanta, con su subyugante poderío, hasta haber alcanzado su mejor punto de ebullición justo al rebasar la década de trayecto. ∎

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