Álbum

Gambardella

CaracasSpinda, 2022

En su tercer largo, el trío barcelonés surgido de Rebuig prosigue adentrándose –alejado del sludge polvoriento que agrupó originalmente a la formación– en una psicodelia instrumental evocadora de innegable ingenio compositivo y pericia técnica. Los tres pares de manos en juego que constituyen el grupo se anuncian y desarrollan categóricamente ya en la primera pieza, “Ascensiones”. La mitad inicial de la canción, cuya atmósfera podría recordarnos a los Boredoms de finales de los 90 (la imagen borrosa de Yamatsuka Eye trasteando con aparatos entre baterías regresa en otros momentos del disco), la protagonizan principalmente unos sintetizadores contenidos condimentados por la trepidante locomotora jazzística-kraut que es la batería de Óscar Altaba, cuyo espectacular y preciso trabajo atlético-artístico permanece prácticamente en primer plano a lo largo del disco. Bien entrado el tema, irrumpe con un triunfal punteo videojueguil Jaime L. Pantaleón, veterano guitarrista de la escena catalana que ha participado en innumerables proyectos de orientaciones dispares, absorbiendo todo tipo de influencias e ideas en el proceso. Pantaleón, en sí mismo un inquieto laboratorio andante de tonos y texturas guitarreras, remata la pista con un tramo de notas reverberadas de corte post-rockero que nos remonta a sus años mozos musicales en 12twelve. Menos vistosa, aunque más quirúrgica e igualmente importante, es la labor realizada por Víctor Teller al bajo, encargándose de armar un nexo de conexión entre esas dos bestias salvajes, sin por ello sacrificar la creatividad inherente a sus líneas melódicas, que en ocasiones son el corazón de las composiciones, como el pegadizo anclaje de “Lo Balty”.

Con la conclusión de ese tema inicial queda establecido el tablero de juego y sus piezas principales, que en los siguientes treinta y tantos minutos del disco plantearán configuraciones variadas sobre una estructura relativamente recurrente (establecimiento de un concepto musical, irrupción orgánica de tramos de sonoridad distinta, regreso al movimiento original) con alguna que otra desviación peculiar. Por ejemplo, en “Ra”, de base rítmica más energética, Pantaleón se sube al carro del redescubrimiento occidental del anadolu rock setentero sacándose el bağlama para marcarse una tonadilla a lo Erkin Koray; sin embargo, el nervioso intérprete no se conforma con la mera turcofilia juguetona y da un giro sustancial a la canción para redirigirla a los mencionados páramos del post-rock, entendido aquí en su versión hegemónica de principios de milenio, pero sin nunca sonar derivativa o cansina por razones puramente semánticas: en otras palabras, la relación que mantiene con los otros elementos, ya sean el resto de instrumentos (como la hiperactiva batería, cuya interpretación nada tiene que ver con el género y a menudo se complementa con pinceladas de jazz-rock) o la secuenciación de los discursos musicales dentro de una misma pieza (es decir, cómo se llega a ese punto y cómo se emerge de él). Otro ejemplo de esta dinámica es “Juanismo”, que inicialmente parece decantarse por un reiterativo riff guitarrero de unas pocas notas individuales hasta que Pantaleón transforma ese patrón en resonantes crescendos seudoambientales que luego hace descarrilar mediante dementes filtraciones ruidosas, confirmándose como rey irreverente de los pedales.

También varían las capas e intensidades de los sintetizadores, cuyo protagonismo en más de una ocasión alcanza cotas orgásmicas de electrónica progresiva añeja, como en el clímax cósmico de “Viva la numeración”, los dos minutos de atmósfera de respiro minimalista que airean “Lo Balty”, prácticamente la totalidad de “Marqués Coscolini” (la epopeya futurística de avance lento que cierra el disco con paulatina contundencia) o la apertura ominosa de “Valldaura”. Esta pieza es otra excelente muestra de la maleabilidad tonal del grupo: un núcleo de psicodelia floreciente radicada en una discursiva línea melódica cortesía de lo que aparentaría ser una guitarra sitarizada/orientalizada, emparedado entre una introducción y una conclusión de acordes de tipología más convencionalmente jazzística que tienden a despedazarse mediante una sorpresiva manipulación de pedales (que a su vez muta el tema, por unos segundos, en un asunto casi glitch o drum’n’bass).

Un punto a resaltar del conjunto de temas es que, a diferencia de otros proyectos de los miembros del grupo, priman las tonalidades resplandecientes –en ocasiones cálidas o casi eufóricas– por encima del agobio o la oscuridad, a excepción de algún momento puntual (el melancólico arpegio de guitarra en “Valencia mutante” o el sudor que exhuma el bajo grueso de “Viva la numeración”, que al principio avanza dubitativo hasta tomar una carrerilla que invita al headbanging). En efecto, “Caracas” es una propuesta exuberante, cargada de ideas que la banda plantea y desarrolla con convicción sin excesiva artificialidad (aunque quizá podrían atosigar a algunos oyentes), y cuya escucha –ya sea atenta o pasiva– resulta en su mayor parte asequible gracias al buen equilibrio establecido entre la experimentación y la familiaridad: Gambardella proponen un escénico viaje que se revela complejo a la vez que vivificante. ∎

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