El blindaje de su privacidad y un desprecio absoluto por encajar en las rutinas del show business han casi borrado del mapa musical el nombre de David Ainley, aka Holy Other. Eso y el largo silencio que ha transcurrido desde “Held” (2012), su álbum de debut, hasta este segundo largo.
Pero no hay que olvidar que el productor de Mánchester fue uno de los nombres que marcó la electrónica más leftfield durante la pasada década, nombre referencial del sello (ya desaparecido) Tri Angle, el label fundado por Robin Carolan en 2010 que nos proporcionó trabajos de, entre otros, Clams Casino, Vessel, The Haxan Cloack, Forest Swords, Lotic, serpentwithfeet y Roly Porter: elucubraciones electrónicas siempre al borde del abismo, misteriosas y visionarias, quebradizas y de un extraño equilibrio poético.
Holy Other dejó su impronta en el sello con el notable EP “With U” (2011) y con el citado “Held”. Nueve años después, las habilidades de Ainley siguen intactas y perfeccionadas, alejado siempre de las entregas que provoquen indigestión –“Held” duraba 35 minutos, el nuevo trabajo no llega a los 31–, concentrado en modelar un mundo onírico donde los beats tienen una importancia secundaria y la creación ambiental y melódica es el sustento de sus indagaciones.
Grabado durante su residencia en el histórico (fue edificado en 1866) Bidston Observatory de Wirral, las diez piezas del álbum fueron construidas a partir de varias horas de música generada utilizando, dice Ainley, el cavernoso sonido del sótano de un espacio tan singular y con la incorporación de algunos músicos adicionales (el saxo de Daniel Thorne en el tema titular y en “Shudder”; el violín de Simmy Singh; la voz de Sian O’Gorman, de NYX, en tres de las composiciones).
Entre el modern classical casi eclesiástico de “Refuse” y “Absolutes”, el protominimalismo cinematográfico de “Bough Down”, el clubbing futurista de “Groundless” y “Up Heave”, el espectral witch house de “Whatever You Are You’re Not Mine” y la miniatura ambient horror de “Dirt Under Your Nails”, “Lieve” nos pone de nuevo frente al espejo de un artista escurridizo e irremplazable, resorte de una catarata de sonidos tan hermosos como turbadores, vaporosos y con un fortísimo componente evocador. ∎