Cuando Jack White anunció que poco después de su estruendoso regreso al estudio, “Fear Of The Dawn” (2022), editaría un segundo álbum de carácter más relajado y menos rocanrolero, avanzando la contenida “Love Is Selfish” como single, se propagó la idea de que se disponía a reubicar la calma después de la tormenta. Y si bien su primera obra del año es, en comparación, un festival de ruido y sudor, esta no es para nada una colección descartable de tonadas folk-blueseras y guitarra rasgada: el torrente de experimentación bombástica que animaba las pistas de ese primer disco aquí se encauza hacia un detallismo compositivo e instrumental, desembocando en un set de canciones cromáticamente diversas y repletas de ideas (nada que ver con el blanco y negro de la portada).
“A Tip From You To Me” abre la colección prometiendo ya de entrada un affaire melódico e intrincado en cuanto a producción: un tema quizá poco sorprendente pero extremadamente bien articulado de vibes setenteros radicados en un diálogo entre la acústica y el piano. El discurso guitarrero de la más severa “All Along The Way”, que sigue, se presta a una inevitable comparación con “Tangerine” del tercero de Led Zeppelin, pero se desmarca hábilmente con la aparición de un atmosférico organillo y una refrescante sección reggae/dub que sirve como puente de una canción que, debido a la ausencia de un claro estribillo o una base percusiva, podría parecer incompleta, pero que precisamente por eso funciona (algo parecido sucede en “Love Is Selfish”, la más minimalista, donde el puente se desmarca de los versos gracias a la aparición súbitamente transcendente de un címbalo). Es con la tercera pista, “Help Me Along”, una de las más cargadas en cuanto a colaboradores, cuando el álbum gana una dimensión más multicolor, confeccionando una especie de pop vintage de tecladillo inesperadamente pueril que, gracias a combinación orgánica de unos arreglos de cuerdas que serían dignos de Randy Newman y un Wurlitzer deliciosamente casposo, conjura una cálida sensación nostálgica a la cual es difícil resistirse. La cara más benigna de White queda así retratada mediante una sensibilidad melódica cuya simple efectividad recuerda al McCartney más simpaticón (“Queen Of Bees”, que aparece luego, refuerza esos ecos, en esta ocasión anclándose en un Hammond y pinceladas de marimba).
Que una pieza tan monumental y densa como “I’ve Got You Surrounded” esté intercalada entre ambos temas atestigua la indiscutible disparidad sónica del álbum. Aquí White desempolva el Chamberlin, un cacharro de los 50, para generar una cadencia percusiva altamente pixelada que aporta textura a la atmósfera de la pista; y recupera la guitarra eléctrica para filtrarla de mil maneras por encima de una línea de bajo que solo puede describirse como pantanosa. El tema evoluciona sobre esa sólida base rítmica, introduciendo permutaciones: la irrupción de un piano jazzístico, cortesía de un inspirado Quincy McCrary (uno entre muchos músicos que lucen en el disco, como Pokey LaFarge o Patrick Keeler), incluso transforma la pieza en un ejercicio de fusión.
“A Tree On Fire From Within”, donde White se encarga de todos los instrumentos, retorna el álbum a unos parámetros más convencionales, pero con alguna que otra vuelta de rosca: es, a nivel melódico, una especie de folk británico, pero interpretado con un piano de gran reverberación –casi cósmica– que convierte la pieza en algo bastante épico. Similarmente, una composición perfectamente decente pero quizá anodina como “If I Die Tomorrow” gana muchísimo gracias a la sentida interpretación vocal de White y las ocurrencias de producción –incluyendo un sencillo pero conmovedor melotrón y un breve fragmento instrumental casi electrónico extrañamente evocador–. La inventiva no decae con la llegada de “A Madman From Manhattan”, cuyo espíritu narrativo, sección rítmica relajada, guitarra bossa nova y repentino cambio de cadencia a la mitad conforman un todo que parece salido del disco perdido de un cantautor urbano de los 70 (o, alternativamente, un trasunto de Ryley Walker).
El remate del disco con un vigorizante regreso a “Taking Me Back”, la pieza que abría “Fear Of The Dawn”, aquí reconceptualizada como hoedown rural de sabor añejo donde anonada la juguetona reciprocidad entre los instrumentos (destacable es el brío de Fats Kaplin al violín, el festival de notas de Cory Younts al piano, y los dedos del mismo White a la acústica), es la guinda del pastel de un álbum que, si bien estará siempre condenado a vivir a la sombra de su alocado hermano mayor por el simple hecho de ser menos chocante a primera vista, sin embargo conserva o incluso supera las cotas de variedad y creatividad de aquel, sustituyendo la abrasión por la exploración, la intensidad por la meticulosidad, y la furia por la sensibilidad. ∎