En general, el que es oficialmente el segundo disco de la artista barcelonesa Julieta –aunque dudosamente se pueda considerar como tal, con tan solo siete canciones, una versión en catalán y en clave melancólica y bajonera del “Amigos para siempre” de Los Manolos y veinte minutos de duración que lo sitúan más en la línea de los EPs “Juji” (2021) y “Ni llum ni lluna” (2022)– abandona el club que siempre ha alentado en mayor o menor medida sus canciones y abraza en su lugar el tránsito, apostando por un sonido más orgánico y también más versátil que tiene algo que ver con lo que hacen artistas como Billie Eilish o Taylor Swift, incluso Aitana, en sus coqueteos con la producción más electrónica: “23” en parte se siente regresivo respecto a “5AM” (2023) –la obsesión con el paso del tiempo es real y, como en el caso de pablopablo, preocupante para gente que a duras penas sobrepasa los 20– porque diluye demasiado la personalidad de la artista, pero también está más alineado con el pop de multinacional. Y quizá era la idea.
Es, de hecho, el primer trabajo que publica con Sony, y de ahí la urgencia a lo mejor, o esa aparente obsesión por contentar a las mayorías que permea a lo largo de las ocho canciones, y que queda meridianamente clara en el single más evidente, “Taxi”: mezclando el dembow en catalán de Bad Gyal con los melismas desiderativos y agudos de Rosalía –a los que Julieta ya nos tiene acostumbrados, eso también es verdad, como a ese estilo vocal susurrado y vestido de falsetes metalizados–, su forma final sin embargo tiene más que ver con la música para las masas de Aitana, con ese gusto por las producciones muy espaciosas y de color azul oscuro, electrónica pop y cinematográfica para las puestas de sol. “M’oblido d’oblidar-te” también tira de modismos Rosalía pero se va a un pop eufórico e implosivo al estilo Taylor Swift, con un drop innecesario y exagerado que es como una versión 2.0 del de “I Know You Were Trouble”. Y “Bruna” arranca como una balada electrónica ascendente para luego recogerse en territorios más folkies que mezclan –otra vez– a Rosalía con Amaia sobre un coro de voces infantiles.
Son como los trucos lacrimógenos de una película, detalles que en lugar de buscar profundidad buscan la lágrima fácil, un “engagement” rápido, y que tiran por tierra momentos increíbles como “Tornado”, otra balada, esta vez con tintes hyper y un irresistible tono melancólico, que sirve como reflejo intimista y honesto de este último año de éxitos en el que se ha convertido en una de las nuevas y más incontestables princesas del pop en catalán – “Y lloré y lloré y lloré por mi cumpleaños”–, pero que al final entra en una fase de intensidad innecesaria que además deja la sensación de quedar sin resolución.
Sí son más interesantes “Loba”, que coquetea tanto con los afrobeats que el título hasta parece un juego fonético con la voz caribeña “lova” –y que en mi cabeza hace un oxímoron maravilloso–; “Els contes”, brevísimo destello de nuevo pop en catalán que tan solo deja intuir las exageraciones que luego desplegará el resto del recorrido, y sobre todo “L’amor de la meva vida”, que después de sugerirse como un trance, himno discotequero progresivo, se confirma realmente como una bachata MIDI fusionada con pop urbano y con detalles de merengue. Una pena que ni “Haiku” ni el dance despreocupado de “Full Romance” ni “Jean Blau”, respuesta directa a “Diet Pepsi” que le saca inteligentemente el jugo a esa forma tan entre Britney Spears y la Rosalía de “Dolerme” –ojalá más de esta Rosalía, la verdad– que tiene Addison Rae de cantar, no hayan entrado en “23”, porque realmente apuntaban a lugares más interesantes. ∎