Los Yolos

Pasaba por delante de uno de los escenarios pequeños del Primavera Sound de 2022 cuando el sonido y la pinta del grupo que estaba tocando me hicieron detenerme en seco. Una onda entre el gótico de Parálisis Permanente y la chulería de Burning, con un cantante con un collar de perro y unas mallas con estampado de cocodrilo que se movía insinuante y descarado, muy lejos de la pose tímida e hierática de los frontmen de muchas bandas indies. Su nombre: Los Yolos. Formados en el Raval barcelonés, habían editado por entonces la casete “Grabaciones 17-19” (2021) y estaban presentando el EP “Rock Ciudad” (2021). Tras la publicación en 2023 de “Nos siguen por delante” en Humo Internacional, repiten en el sello asturiano con su nuevo álbum.

Aunque se han movido entre unas coordenadas reconocibles, se perciben cambios de un trabajo a otro. Si en el anterior el sonido era más limpio y con más brillo, en este, autoproducido, se han decidido por mantener la pureza de la idea original, sin eliminar imperfecciones y con una estética sonora de local de ensayo o concierto de sala pequeña. Bajos saturados o líneas de teclado algo más altas de lo que un técnico puntilloso permitiría generan un sonido carnoso, envolvente y real. De esa forma, su rock teñido de tonos oscuros, que algún crítico perezoso podría etiquetar como post-punk, solo lo sería si se entiende en su modo más libre y dúctil. Precisamente en uno de los temas de pegada más instantánea, “Tres menos cuarto” –¿ese punzante riff de guitarra no estará inspirado en la versión de “All Along The Watchtower” de Hendrix?–, Raúl Páez parece mostrar la actitud del grupo a la hora de hacer canciones; “prueba, error emblema de la solución” o “estas cuatro paredes no me limitan” suelta entre otros versos. Las letras, que en principio parecen formadas por frases inconexas entre sí y con un sentido misterioso, tras varias escuchas van desvelando un significado que casi siempre deja un espacio para la interpretación del oyente. En otras el sentido queda más claro, como en “La chicharra” –cantada por el guitarra del grupo, Stefano Statti, con coros de Raúl–, una mirada dura y sarcástica a la sobrexplotada Barcelona de la actualidad. El otro sopapo dialéctico se lo llevan aquellos que sacrifican la autenticidad de su música por el éxito y los que lo fomentan desde arriba; se trata de “Demasiado HD”, que además podría servir como explicación del sonido sin pulir de “Volumen 3”. Ciertamente, dicho enfoque los dota de una conexión con tiempos remotos del pop nacional, cuando el atrevimiento y las ganas de probar cosas se imponían a la técnica en los primeros ochenta. El tono misterioso de “Bajando las escaleras” o “En el esfuerzo” podría tener una conexión con Décima Víctima, pero con más calle que atmósfera. Algunos pasajes pueden evocar incluso a Los Burros: hay líneas de guitarra cristalinas en varios temas, como en “Así me sincero”, parecidas a las que se marcaba Quimi Portet por entonces, aunque no sea una referencia cool ahora mismo.

Dentro de los sonidos oscuros también hay sitio para esa música gótica que buscaba la pista de baile, al modo de Siouxie And The Banshees, en la sugestiva “Dinamismo del amor”. En esa misma onda, pero más lírica, a lo Sad Lovers & Giants –su “Things We Never Did” fue un hit en la noche valenciana anterior a Chimo Bayo–, se sitúa “Inadvertido”, con unas magnéticas líneas de sintetizadores vintage y una sentida reivindicación de la lucha en la sombra. El poderío de la sección rítmica que vertebra todo el álbum casi se puede masticar en “Príncipe entristecido”, con un denso bajo complementado con una caja seca y un estribillo cantado a coro como en el punk patrio primigenio. Tras el cierre con el psicodélico riff de “Shack Shack”, apetece quedarse en su mundo y volver a la casilla de salida, al insistente mantra “Nos siguen por delante” de “NSPD”, que titulaba su anterior disco pese a no estar allí. Está claro que habrá que seguirles la pista, si no por delante, al menos de cerca. ∎