¿Es Lucrecia Dalt el nuevo amor de David Alan Batt? No es que importe demasiado, pero quienes admiramos la carrera de ambos y peinamos a menudo el intermitente, casi nulo, rastro en los medios de David Sylvian, sabemos que su presencia en cualquier proyecto artístico hará que valga la pena, además de hacernos albergar esperanzas de que aún hay vida musical en ese viejo corazón.
Todo encaja en “cosa rara”, la canción que abre “A Danger To Ourselves”, primer single extraído del sexto álbum en estudio de Dalt –que también tiene otros como Lucrecia a secas o con Aaron Dilloway–. La letra está acreditada al dúo aunque la vida de John von Neumann –matemático vinculado a Robert Oppenheimer– y “Corazón salvaje” (1990), la road movie pasional de David Lynch, rondaban a la colombiana cuando empezó a componerla, como el resto de textos, durante la gira de “¡Ay!” (2022), su anterior disco. El tema parece relatar un encuentro casual con alguien que circula “a ciento cincuenta” –hace años que Sylvian es todo un ghost rider– en modo “adoración total” junto a “un prometeo” cuando alguien pregunta: “Got a light?” –Dalt ha reconocido también el influjo casi atómico del episodio 8 de la 3ª temporada de “Twin Peaks”– hasta que la voz de Sylvian irrumpe arenosa como detrás de un cactus: “Somos una desgracia, un peligro para nosotros mismos / no son anfetaminas, es otra cosa / mi cuerpo manchado de rojo sangre / dijo que me amaba pero aún no confío en ella”. Lo cual suena a romance Gainsbourg/Birkin versión gótico-motorizada. La imaginación siempre al poder, como pedía Marcuse.
No vamos a descubrir ahora la carrera de Lucrecia Dalt, que hace ya tres años dio un brinco con el disco del onomatopéyico título. “A Danger To Ourselves” no excluye lo tradicional –“amorcito caradura”, casi “el exceso según cs”–, pero se decanta por experimentar con las texturas y los ritmos propuestos por Álex Lázaro, su talentoso percusionista y colaborador habitual al menos desde 2022. El resultado es un trabajo atmosférico que no prescinde del estrato melódico aunque lo minimiza, sí quizá del evocador lirismo impreso en los boleros de “¡Ay!”. A cambio, “A Danger To Ourselves” plantea una experiencia sensorial unitaria –otra influencia del cine aunque sus trece cortes tengan sobrada entidad propia por separado–, suscitando de paso esa reflexión tan recurrente alrededor de los misterios de la composición: qué hay de original y qué de antiguo en todo esto.
Si nos atenemos a los créditos del disco, a ella le pertenecen “concepto” y música –compartida con Lázaro–, mientras que la “dirección artística” y la mezcla son obra del apolíneo autor de “Orpheus” –aunque cada vez se parezca más a Michael Gira–, que aprovecha la ocasión para emplear a su fotógrafa de siempre y antigua expareja –dicen que se la birló a Mick Karn, el difunto bajista de Japan, su antigua banda–. De Yuka Fujii es la portada del álbum –una especie de versión humanizada de “The Seer” (2012)–. Coproducido por Sylvian y Dalt, su sonido recuerda a otro disco de portada canina, “Dead Bees On A Cake” (1999), el álbum más romántico de Sylvian –en aquellos días estaba con Ingrid Chavez–. Los detalles de producción serían puro Sylvian si no fuese porque Dalt ha operado en el pasado de forma similar: imaginativos patrones rítmicos, espaciosidad acústica, hibridación-apertura orgánico-sintética, enfática expresión vocal, textos poéticos.
En “caes”, donde interviene Camille Mandoki en las voces, Dalt habla de “un trono de fina carrocería” y de una “exhibición atroz”, como Joy Division. Otra alma gemela como la argentina Juana Molina coescribe la letra de “the common reader” cantando curiosamente en inglés –“Don’t come to me when it’s all about smallness”– a pesar de que predomine el castellano en este álbum bilingüe, telúrico y extasiado –¿el “Gone To Earth” (1986) de Dalt?– cuyo leitmotiv sería la fragilidad de los afectos expresada con un manierismo crudo y brutal. La hipersylvian “stelliformia”, corte de ambient-jazz-folk mágico y pensil, combina ideas simples y del todo resonantes –“soil”, “fire”, “salt”– con términos científicos –“discontinuity”, “transmutation”, “extensity”–. La erótica “hasta el final” declara entre dramáticos arreglos de cuerda a lo Gustav Mahler -creados con Eliana Joy–, un bello contrabajo y la lluvia sampleada: “Me dejas contener con mi mirada ese arenal, ese mental” –¿estaría pensando en el bueno de David?–. Otro momento grande es “covenstead blues” –“blues del aquelarre”–, presidido por un solo de guitarra estepario a cargo del inglés –el feedback de “cosa rara” es también suyo– cuyo mítico LP de Japan “Gentlemen Take Polaroids” (1980) coincidió con el nacimiento de Lucrecia en Pereira. Dalt ha elegido una forma diferente de mostrar la dicha y el deseo sin mediar otro argumento que ella misma, artísticamente, más desnuda que nunca. ∎