Los mejores profesores europeos hacen diez millas para ver una buena armadura. No, el mundo de Guillem Gisbert no es un mundo “normal”, aunque esté poblado de seres “normales” que nos cuentan sus penas y alegrías dentro de un marco de (falsa) cotidianidad costumbrista. Probablemente esta rica extrañeza entre lo común y lo inesperado haya sido una de las claves que han hecho de
Manel el mayor fenómeno de la música popular en catalán de los últimos años.
“Els millors professors europeus” (2008) explosionó saliendo casi de la nada y sus ondas llegaron incluso fuera de los contornos de su ámbito lingüístico: era imposible resistirse a los cuentos musicales de Gisbert, Padilla, Maymó y Vallvé. Razones había: canciones con la frescura de “Ai, Dolors”, “Dona estrangera” o “Al mar!” no se escuchan todos los días y su traslación al directo reafirmó la idea de encontrarnos frente a una banda con las ideas claras y proyecto de futuro.
Pues el futuro ya está aquí y se llama
“10 milles per veure una bona armadura”, cita de Shakespeare que cada cual puede interpretar como quiera.
As you like. O no: el exuberante mundo de dramas y leyendas del bardo inglés puede rastrearse, si se quiere, en las diez nuevas canciones de los catalanes. Canciones que, sí, carecen de la inmediatez de su disco de debut: aquí el gancho no deja sin sentido a la primera, el ukelele se retira a un discreto segundo plano, la voz de Guillem ha ganado resonancias más graves y los arreglos de cuerdas y metales ganan protagonismo.
Los impacientes probablemente se paren en
“El Miquel i l’Olga tornen”, quizá el corte que recuerda más la veta festiva del cuarteto, y pierdan la paciencia frente al resto del repertorio. Porque, repito, esta armadura pide atención y que las risas y las sonrisas se retiren al desván. El disco crece a la sombra de una delicada melancolía que quiere atrapar en sus versos y en su envoltorio sonoro –amplificado con flauta, oboe, trombón, arpa, clavicémbalo, chelo, violines…– unas sensaciones que sabemos irremediablemente perdidas o en vías de perder. La infancia como paraíso abandonado está presente, por ejemplo, en
“Boomerang” y
“Aniversari”. Y el paso del tiempo que erosiona amores y relaciones flota en
“La bola de cristall” y
“Criticarem les noves modes de pentinats”.
“La cançó del soldadet” es una maravillosa adición al canon de canciones antimilitaristas: su falta de “mensaje” la dota, precisamente, de su fuerza. Y el cierre, con firma de Padilla, es un osado (y muy bien resuelto) experimento que juega con la tradición de las habaneras y acaba con una coda en las calles de Nueva Orleans. Todo expuesto con una estética deliberadamente anacrónica para encajar sin chirridos estos romances para el hombre moderno.
“10 milles per veure una bona armadura” no es un disco “difícil”, no. Pero tiene, me temo, algunos elementos en contra: la monumental expectación desde que se anunció su edición y un loable esfuerzo por saltarse la norma de la “marca Manel” y afianzar el grupo como banda de largo recorrido. Aplausos. ∎