¿Sabéis esas fotografías donde aprecias un instante? Pero no como algo rápido, sino desde su intensidad. Como si el tiempo se quedara quieto un segundo y todo lo demás desapareciera. Así funcionan las canciones de “La vida libre”, el nuevo disco de McEnroe. Captan momentos que parecen suspendidos, casi fuera del calendario, pero que siguen siendo un “ahora” total. Han pasado seis años desde su álbum de estudio “La distancia” (2019) y, en realidad, tiene sentido que haya sido así. McEnroe siempre ha trabajado desde la vida real: amigos que se ven más o menos, trabajos, hijos, viajes, libros, cenas y silencios. Los temas llegan cuando llegan, y este nuevo título nace justo de eso. Once piezas que suenan muy presentes, muy claras, muy de este momento que comparten.
Recordemos que salieron de Getxo con Subterfuge entregando LPs como “Mundo marino” (2008), “Tú nunca morirás” (2009), “Las orillas” (2012) y “Rugen las flores” (2015), y desde entonces se han mantenido como un grupo muy estable: son los mismos de siempre, amigos que han crecido juntos dentro y fuera de las canciones. Aunque Ricardo Lezón, el timón de la banda, ha colaborado con The New Raemon en dos discos –“Lluvia y truenos” (2016) y “Nuevos bosques” (2024)–, el núcleo creativo de McEnroe ha cambiado muy poco. Solo se ha sumado un miembro nuevo, Jaime Artetxe, incorporado más recientemente al proyecto, que desde sus teclados, guitarras y coros aporta pequeños matices que amplían el paisaje del que es ya el sexto álbum de McEnroe como grupo (al margen de los dos primeros, autoeditados, en 2002 y 2003).
“La vida libre” se grabó en otoño de 2024 con Brian Hunt en El Nido, en la campiña cántabra, se produjo en Donosti de la mano de Jaime Artetxe, y se mezcló en Granada, en La Mina, el estudio de Raúl Pérez. Un equipo que ya forma parte del sonido reciente de los getxotarras y que vuelve a dar ese acabado nítido, cálido y sin adornos innecesarios. Si pensamos en esta obra desde sus ciudades, “Can Fernando” nos lleva a Mallorca, con junio, el faro y las salinas como parte del recuerdo, y desliza un verso que encaja perfectamente con el tipo de emociones que maneja el disco: “Recuerda que antes fueron piedras / que se deshicieron como yo”. En “Venta Tomás” aparece Escocia: “En Escocia la lluvia es felicidad”, dentro de escenas de carretera y habitación. El tema se apoya en un sonido muy cercano, casi como un romanticismo envuelto en niebla. “Napoli” cambia el paisaje y se mueve al golfo de Sorrento, abriendo el plano con “si quieres ven a verme, te esperaré despierto”, mientras las cuerdas sostienen ese tempo lento que el grupo maneja con precisión, una dimensión aún más melancólica pero de un folk tan delgado que le da un precioso corazón rítmico. Y en “La felicidad” asoma Madrid, con una gaviota volando hacia la ciudad. Aquí McEnroe juega con sus fortalezas, entre la neblina centelleante y el minimalismo, con ese “un, dos, tres” discreto, la percusión suave y las teclas plácidas dejando sitio a la voz sombría de Ricardo Lezón, en esta pista aún más cortante y frágil que nunca.
Dentro de ese poder tan brillante de las imágenes, “Una amapola” recoge una historia breve de ansiedad, miedo, esperanza y compañía, grabada en la campiña cántabra cuando aún quedaban amapolas tardías cerca del estudio de Brian Hunt. Ventanas, fiestas vacías, espejos con un nombre escrito, miel, barro y esa flor roja marcan el tono. “Un trueno en verano” abre otro plano: dos cuerpos temblando juntos, estrellas en el agua, sudor, saliva, promesas que se borran, lluvia tardía y ceniza de un fuego controlado. Aquí el bajo se convierte en su contraparte, con una respuesta más densa, más terrenal, que equilibra la fragilidad de la melodía. Destaca también el poema de José Corredor-Matheos incluido en el libreto, que nos recuerda que el mundo sigue ofreciendo su belleza humilde incluso en ausencia de quien lo mira y como si, al contemplarlo, adoptáramos también esa misma delicadeza. La letra de “El jardinero” se inspira en el poema “Qué amoroso el cuidado”, incorporando algún verso del poeta. Nubes que dibujan sombras, lluvia que limpia lo vivido y un sol naranja en el horizonte resumen esa vida lenta que recorre el disco y que McEnroe convierte en una metáfora clara de paciencia y cuidado.
Si Oasis han estado fingiendo que los noventa nunca terminaron durante las últimas dos décadas, y la gente todavía los escucha, otra obra de McEnroe sigue siendo un regalo del slowcore vasco largamente esperado, impregnado de todas las características y sonidos a los que el público se ha acostumbrado. Este álbum respira más estabilidad, sensatez y serenidad, pero mantiene algo ingrávido: un pulso constante, suave, que podría durar horas y que para algunos será repetitivo, aunque para muchos resulta hipnótico. En realidad, es la manera que tienen de decirnos que nos quedemos un poco más. Ahora sí, abrimos un vino y nos recreamos felices en su álbum de fotografías. Y así, sin pretenderlo, se nos hace tarde. El resto que espere. ∎