Es curioso ver como muchas veces la historia del rap avanza (o retrocede, según se vea) a golpe de desquite. Ha ocurrido en este 2024 a modo de blockbuster bélico producido por Universal. Pero también en otras ocasiones, quizá de forma más discreta, más de tapadillo, más enmascarada. La de Daniel Dumile (1971-2020), hace 25 años, fue una venganza a pequeña escala, con olor a cómic desgastado, a cine de serie B. Tras años de exilio exterior e interior provocados por la muerte de su hermano, quien formaba parte de su grupo de entonces, KMD, y la imposibilidad de lanzar el álbum que habían estado grabando, Dumile regresó discográficamente con “Operation: Doomsday” (1999), reconvertido en un nuevo alter ego, MF DOOM. El rap de finales de los noventa y principios de los dosmil, popular y embutido de billetes y oro, había encontrado a su necesario villano. Ante lo gangsta, DOOM prefería regodearse en una lírica que solo perteneciera a su propio mundo. Era de su facilidad para agitar el léxico de lo que había que alardear. Tras la traición, la destrucción.
Ese debut discográfico bajo su nuevo apodo marcaría el inicio de una etapa de intensa y heterodoxa actividad musical. La carrera del rapero y productor siempre fue prolífica a partir de entonces, sí, pero esos años fueron claves en la construcción de su propia mitología, ya fuera con los alias de King Geedorah –“Take Me To Your Leader” (2003)–, Viktor Vaughn –“Vaudeville Villain” (2003), “(VV:2) Venomous Villain” (2004)– o Madvillain –“Madvillainy” (2004)–. Su fusión con Madlib serviría de blueprint para un hip hop abstracto, retraído y expansivo a la vez, cuyo eco semántico perdura en los principales nombres del underground de hoy. Así, DOOM completaba su particular operación contra el hip hop. No es baladí hacer hincapié en esa narrativa del antihéroe. Ya sea porque la figura de DOOM es tan grande y entraña tantos ángulos y tantas formas de ser interpretada, ya sea porque, en sí, era un misterio indescifrable, a veces da la sensación de que se omite ese afán redentor, nostálgico, definitivamente revolucionario, por salvar un tipo de hip hop perdido entre tanto bling-bling, obsesionado por la autenticidad callejera. Lo suyo fue un golpe de estado artístico que, desde cuarteles independientes, generó las fricciones que pudo generar, erigiéndose a la larga en algo casi legendario.
Con el personaje en su punto álgido de capacidades, barras cargadas al máximo, MF DOOM redobló la apuesta ese mismo año con un disco solo aparentemente hedonista con el que se convertía en un glotón de versos y beats, en un rapero insaciable. De sus discos de 2004, “MM..FOOD” es el que ahora recibe una nueva edición en conmemoración de su vigésimo aniversario. Más allá del guiño nutricional, el título no deja de ser un anagrama de su alias artístico principal, abriéndose este álbum como, quizá, el retrato más expresivo, reiterativo y sincero de su creador.
Para empezar, porque, a diferencia de su otra magnum opus, aquí Dumile se encargó de producir casi la totalidad del proyecto bajo el nombre de Metal Fingers –solo “One Beer”, un descarte de las sesiones de “Madvillainy” producido por Madlib, “Potholderz”, a cargo de Count Bass D, y “Kon Queso”, servido por PNS, escapan de sus dedos metalizados–, expandiendo su voracidad lírica al sustrato sonoro con beats coloristas y psicóticos en su esencia cartoonesca y catódica: la escucha de “MM..FOOD” puede sentirse como un visionado dominical de dibujos animados, la taza de cereales como magdalena proustiana, mientras un collage sonoro muta constantemente en nuestros oídos de forma no lineal, a base de samples chopeados de series de superhéroes, telediarios, late nights, efectos sonoros de la PlayStation o películas blaxploitation, cortando y pegando diálogos para formar el suyo propio con una pátina que era a la par vintage y futurista, de otra galaxia. El zapeo eterno de la mente de DOOM. Su cabeza funcionaba como una antena parabólica, captando cualquier imagen y sonido para filtrarlos en su particular visión de la cultura pop. En el tramo central del álbum llevó esto hasta el paroxismo con cuatro temas seguidos en los que apaga el micrófono para encender el televisor y abandonar al oyente en una especie de memorabilia polifónica. Interludios instrumentales elevados a canciones con entidad propia. Tampoco es que esta forma de composición fuera nada eminentemente nuevo –ahí estaban las producciones de DJ Shadow, más etéreas y menos dispersas, o la mágica sampledelia del debut de The Avalanches–, pero DOOM la moldeó a su imagen y semejanza, cebando muchos samples en una misma base. Fuagrás instrumental con el que untar sus rimas.
Más allá de la infinidad de juegos de palabras y las aliteraciones en torno al concepto de la comida que cohesiona el álbum, DOOM usó las metáforas culinarias para abordar, siempre con el humor por bandera, temáticas como la cara oculta de la amistad –“Deep Fried Frenz”–, la lujuria –“Hoe Cakes”– o la decadencia (nada nuevo: siempre ha habido, siempre la habrá) del hip hop de la época –“Rapp Snitch Knishes”–. El mensaje de “Beef Rapp” es claro en su denuncia de la glorificación de la violencia dentro del rap. Y en “One Beer” emana un ego potenciado por los problemas con el alcohol. Es en momentos como ese en los que la máscara se empieza a resquebrajar y, en medio de toda la sátira, de todo el escapismo, emerge un atisbo de lo que podría haber sido la persona detrás del personaje. Si la primera era un misterio a nivel puramente circunstancial –¿dónde se escondía Dumile?, ¿era realmente él quien iba a los conciertos de MF DOOM, o era un doble?–, el segundo potenciaba lo que realmente importa: el carácter, las ideas, la visión del mundo que tenía el rapero. Y sus gustos o aquello que le repelía. Todo eso dice mucho más de DOOM que cualquier dato biográfico.
Más allá de los tres remixes –uno de “One Beer” y dos de “Hoe Cakes”–, más una versión de esta última con solo el beatbox como base –la edición deluxe en vinilo incluye, además, un remix extra a cargo de Just Blaze–, quizá lo más suculento de esta reedición de veinte aniversario son los siete cortes de una entrevista inédita que le hicieron a Dumile días antes del lanzamiento del disco. Rareza donde las haya, respondía aquí a diversos conceptos, desde su cambio de alias de Zev Love X a MF DOOM hasta la diferencia entre cocinar sus propias bases o adaptarse a las de otros productores. En “The Making Of MM..FOOD” llega a afirmar que “the FOOD album is a real, real personal album”. Por muy manida que sea la frase, no hay que despreciar su poso. Viniendo del lanzamiento de “Madvillainy”, cuya recepción inmediata ya apuntaba hacia la idea de haber dado con una obra maestra, aquí Dumile se permitió una comilona nocturna, desenfadada e intoxicada, a través de la cual reconciliarse con su villano interior. Del mismo modo que una cultura se explica en gran medida mediante su gastronomía, “MM..FOOD” revela a la perfección quién fue MF DOOM y el porqué de su importancia: esto es rap sin fecha de caducidad. ∎