Álbum

Mourn

The AvoiderCielos Estrellados-Montgrí, 2024

La amistad entre Jazz Rodríguez y Carla Pérez Vas –el núcleo fundacional de Mourn: ambas cantan, tocan la guitarra y escriben letras– empezó a fraguarse hace once años en el instituto de Mataró en que cursaban primero de bachillerato. Si aquel día hubieran elegido un atavío distinto –Jazz lucía camiseta de los Stones y Carla de los Strokes, una cosa llevó a la otra– quizá no estaríamos hablando de “The Avoider”, el sexto álbum del grupo, que se ha publicado hoy.

Aquella coincidencia trasciende lo anecdótico porque, al analizar el recorrido del grupo catalán, antes y ahora, siempre ha sobrevolado una sensación de hado compartido y necesario. De que lo suyo estaba escrito, vaya. Una percepción personal y caprichosa, de acuerdo, aunque desde el primer momento se supo que Carla, Jazz y Leia –la hermana pequeña de Jazz, una bajista intrépida que hace honor a su nombre de pila, escúchenla en las estrofas finales de “Endless Looping” o a lo largo de “At Midnight”– habían venido a este mundo para hacer canciones juntas y llevarlas a escenarios de todo el planeta.

Y se confirmó enseguida, otoño de 2014, cuando publicaron aquel estreno homónimo que, en veinte minutos pelaos, le sobaba el morro a algunos de los grupos que empezaban a enseñar la patita por el garaje del rock independiente español. Las Mourn tenían carácter pese a su exigua media de edad, sonaban cañón –siguen haciéndolo– y eran capaces de asimilar las inesperadas referencias que manejaban con una frescura que rayaba en lo insultante. Algunas de ellas se pueden rastrear en el álbum de versiones “Mixtape” (2019), al que incorporaron dos canciones propias.

Después se sucedieron las giras internacionales, las reseñas de notable en casi todas partes y los álbumes con apoyo discográfico a ambos lados del Atlántico: Captured Tracks prácticamente desde el principio, Subterfuge más tarde, ahora es Montgrí quien avala su talento. También hubo movidas –de las gordas– con Sones, su primer sello. Y mucho movimiento tras la batería, hoy es Oriol Font quien ocupa el sillín en que se sentaron Antonio Postius y Víctor Álvarez.

Aunque tenían sustancia de la que tirar, toda la vocación posible y el inquebrantable vínculo del sino compartido al que antes aludíamos, su lenguaje –indie-rock noventero tirando a lacerante, after-punk anguloso no siniestroide, guitarreo siempre asilvestrado– ha ido mutando con los años sin perder ese agradecido componente de osadía y búsqueda. Además, en todos sus discos encontrábamos canciones con gancho pop y melodías asequibles. Y todos ellos permitían vislumbrar que entregarían una obra incluso mayor, el fruto de ese decenio de trabajo que nos ha permitido ver de cerca cómo materializaban su potencia artística.

Producido por Santi Garcia, cómplice tras la consola desde el aventurado “Sorpresa Familia” (2018), el sexto disco de Mourn va como un tiro, entra a la primera y refleja de manera brillante su avance compositivo. La primera cara del álbum no tiene desperdicio y acoge en sus estrías todo lo bueno que la banda puede ofrecernos ahora mismo. Himnos de mecha corta y combustión espontánea marca de la casa, como la inflamable “Could Be Friends”. Riffs de teclado con aroma vintage onda Epoxies acompañando estribillos gritones –los del tema titular– cuya euforia propulsa una letra menos amable de lo que parece. Medios tiempos melancólicos pespunteados por trompetas evocadoras y sutiles armonías vocales en “Truck Driver”. El eco de Nirvana –del mejor rock alternativo, en realidad– asomando a la intro para desplegarse durante los casi cuatro minutos de la sincopada “At Midnight”, que vuelven a arreglar con trompetas. Como la punkarra “Headache”, breve escena de aislacionismo doméstico en la que, con un par de versos certeros, reflexionan sobre el resbaladizo concepto de amistad.

En la segunda cara del disco, más madera. Acústica, empapada en reverberación y con estrofa castellanoparlante en “Heal Hill”. Eléctrica, con el metrónomo echando humo para ofrecer su fundamentada visión del rock independiente yanqui de finales del siglo pasado –otra vez Leia saliéndose del mapa– vía “Aftertaste”. Luciendo todas las posibilidades de su unísono vocal entre cenefas de teclado e invasivas cavilaciones sobre el porvenir en “Wasted Day”. O rematando la jugada –32 minutos después de haber empezado, para qué más– con la poderosa “Scepter”, en la que blanden el anhelado cetro que avala una conquista creativa al fin plena. ∎

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