Álbum

Nick Cave & The Bad Seeds

Henry’s DreamMute-Sanni, 1992
Aunque buscando conscientemente el respeto artístico que le saque del grupo de los futuribles con posibilidades y le traspase al pelotón de los “nuevos jóvenes veteranos”, Nick Cave, por fortuna, no ha caído en el error de desvirtuar sus fijaciones personales para acceder a la categoría de referencia clásica. Su fórmula, aunque cada vez más “centrada”, sigue sin dar el brazo a torcer. Si el anterior y “bonito” “The Good Son” (1990) era un disco en exceso autocomplaciente, este su séptimo LP aparece recobrar la naturalidad que había perdido en ese evidente proceso de tibieza creciente; aunque hay muchos que consideran “The Good Son” su cumbre romántica por excelencia, otros nunca lo hemos visto así: reconfortante mirada al ombligo, “oíd qué bien lo hago”, dulzaina peligrosa. Sí, seguía el camino trazado por “Tender Prey” (1988), pero sin su grado de perversidad o talento; tampoco se acercaba a la brillante intensidad de su obra maesttra, “Your Funeral… My Trial” (1986), el disco de la ruptura tras el de versiones.

Quizá el mérito de “Henry’s Dream”, de esta vuelta a una confianza sin conjeturas, radique en la labor de David Briggs, productor habitual de Neil Young, que ha conseguido que las plegarias de Cave no suenen a autolamento travestido de canción ligera con pretensiones. Es solo cuestión de matices, los mismos que hacen que “Betty Blue” sea una película francesa lamentable y “Mala sangre”, una película francesa maravillosa.

Bien, hay más vivacidad aquí, más energía, a pesar de que el universal Cave –últimamente en Brasil, próximamente en Nueva York– sigue fiel a sus obsesiones recientes, casi eternas: himnos desesperados sembrados de romanticismo épico: letras atormentadas que tantean la belleza pura apuntalándose en un riguroso sentido de la métrica. Son sueños, imágenes a la búsqueda de una fuerza poética que golpee al oyente, entre la iluminación religiosa y la palabra brillante, algunas recurrentes pero siempre ingeniosas. En su descargo –contrarrestando la posible autoparodia–, se incluye un nuevo enfoque de lo trágico –una licencia casi invisible– que permite amortiguar su gravedad con una sonrisa cómplice cuando la réplica de unos coros exagerados aparecen como clímax evidente, quizá quitándole hierro al asunto. Y detalles como la repetición de un corto fraseo martilleante –de uso frecuente en él– o el tratamiento de teclados suplementarios flotando en el ambiente buscando la profundidad de los textos hacen del Cave-team un equipo maestro en la utilización de los mejores recursos.

Hay dramatismo, violencia que se intuye, sentido de lo absurdo y cosas discutibles, claro: por ejemplo, la segunda y vulgar voz de Conway Savage, nuevo pianista, en “When I First Came To Town”, tema que arranca en plan Elvis crooner y se diluye por momentos en una atmósfera pomposa parcialmente cercana al mainstream de los nuevos cantautores. Lo de que “Straight To You” empiece con el típico tempo sube-que-te-sube de los U2 no es malo: la canción lo agradece en su desarrollo, especialmente gracias al contraste entre los dos focos de atención: el órgano y la guitarra. En otros cortes hay pedazos de Leonard Cohen, algo ya sabido, y guiños a los Triffids: “John Finn’s Wife” podría figurar entre lo mejor de David McComb; aunque lo cierto es que fue él quien guiñó el ojo primero a Cave en su memorable “Calenture”.

Sí, siempre reincide sobre los mismos temas, pero ahí es donde tienen campo abonado los que aspiran a ser verdaderamente grandes. Y Cave se esfuerza por conseguirlo en “Henry’s Dream”. ∎

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