Álbum

Nudozurdo

ClarividenciaSonido Muchacho, 2024

Nudozurdo parecía un proyecto finiquitado y amortizado cuando anunció su disolución en 2018, pero, como canta Leo Mateos en su single “Bisontes albinos”, tal vez aquello no era una broma sino un presagio. El regreso de la banda madrileña solo un lustro después no responde a estrategias oportunistas –ni siquiera pese a su posible carácter pionero como precursores de la escena de la Nueva oscuridad– y el resultado de este sexto álbum lo demuestra. En Nudozurdo siempre ha quedado patente su compromiso artístico por encima de cualquier otro factor, sin que se percibiese ningún miedo al qué dirán.

Mateos, el líder y único miembro del proyecto desde su creación inicial en 2001, reformula de nuevo la formación con el sólido apoyo de Jorge Fuertes –el batería más estable en la historia del grupo–, junto a Juanma López a la guitarra y Ojo (excomponente de los magníficos La Débil, con quien tantas veces compartieron escenario) al bajo y los sintetizadores. El cuarteto, sin salirse de los puntos cardinales de lo que ha sido el sonido de Nudozurdo, va un paso más allá y adquiere una nueva fluidez. Predominan los medios tiempos con largos desarrollos instrumentales en los que uno se pierde, turba o reconforta, descubriendo nuevas sensaciones en cada escucha. La oscuridad de sus inicios se ha diluido en otra paleta de colores de tono más psicodélico o noise (el final de “La isla del diablo” me recuerda incluso a Los Planetas), incluso persiguiendo una luminosidad casi dream pop en “Crevillente / La industria del sueño”. La carga lisérgica también adquiere especial peso en “Lo que ocultan las arizónicas”, con un sonido como sumergido mientras su alucinada letra se sitúa en una urbanización junto a la A6, en las afueras de Madrid.

Mateos también canta más fluido, menos forzado o epatante que en sus primeros tiempos. Además, ha mejorado considerablemente su escritura, con un inteligente uso de las palabras y un estilo entre simbolista y misterioso, con un equilibrio perfecto entre lo que sugiere y lo que oculta. Aquella pulsión un tanto cínica o autodestructiva que sus textos esgrimían antaño mira ahora, de modo más reflexivo, hacia el estado del mundo. Inicios como el de “La isla del diablo” (“Kiev está ardiendo / ¿qué hacen aquí todos estos ciervos?”) apuntan hacia esta idea. Al final, en efecto, todo era un presagio: Nudozurdo no estaba creativamente agotado en 2018, solo necesitaba volver a encontrarse, y lo ha hecho con el mejor álbum de su trayectoria, un trabajo que hace honor a su título. ∎

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