Álbum

Parade & Nacho Casado

Parade & Nacho CasadoJabalina, 2024

La colaboración de Parade (Antonio Galvañ) y Nacho Casado (La Familia del Árbol) se nos presenta con hechuras absolutamente clásicas: su portada jazzística a lo Blue Note, pop de ritmos cariocas y latinos, un sonido lustroso en cada una de las diez canciones que integran el disco o esa temática inagotable: el amor. La apuesta estética de estos dos músicos simbióticos y singulares, inclinada claramente por la alegría, la melancolía y el optimismo trastornado, es todo un desafío en esta época donde la suspicacia relativista es el hype. Porque cada nota es tocada, incluidos los arreglos de cuerda, y cada sílaba es pronunciada en “Parade & Nacho Casado” con meridiana claridad.

Otro rasgo de este eufónico álbum es que Casado y Galvañ aparecen juntos pero no revueltos en el sentido de que se reparten a pachas la voz cantante de los cortes (cinco cada uno). Es Casado quien rompe el hielo con la bossa nova erótico-soft de “Siete noches a la semana” apoyándose en el piano del yeclano, que ejerce sin pretenderlo de Antonio Carlos Jobim. “Nueva York, Tokio y Brasil” también incorpora, cómo no, a Burt Bacharach en la ecuación, reforzando así el imaginario cosmopolita del disco. En “Cousteau”, el ilicitano descorre su telón cinéfilo: “Jugamos a lo Godard amándonos sin fin por toda la costa en aguas turquesas, ¡tanta belleza!”, recordando el radiante retrofuturismo de High Llamas y las añoranzas mediterráneas del gran Louis Philippe. Casado cierra su participación intercalada como galán con “Todo el peso del mundo”, precedida por la crepuscular “Verano”, un soplo en el corazón con proa a la felicidad acústica.

Entre tanta fascinación y rayos de sol, aunque sean los del atardecer, asoma, literalmente, Antonio Galváñ con su inimitable estilo lírico, vocal y musical. Parade es un artista diferente, teatralizado y confesional, capaz de transitar con inteligencia entre trampas mortales como la autocompasión enmascarada de autocrítica, o viceversa. En una expedición al Nepal sería el primero al que el Yeti devoraría es un verso de “El primero”, una canción que reabsorbe los aromas brasileiros de Casado antes de transformarse en bolero y que recuerda a “La última noche de Boris Grushenko” (1975), cuando Woody Allen confiesa: “En caso de guerra solo serviría de prisionero. El truco es muy antiguo, Galvañ: dar pena para llevártela al huerto. Otra táctica de Parade es hacer crítica social inventándose un personaje marginal, si puede ser, con un ligero toque científico, como sucede en “Clon rezagado”: Nunca conocí a nadie más que a mí, siempre conectado, yo siempre sabía qué decir. Moraleja: apagar el móvil y disfrutar de las armonías de este brillante pop de cámara. Los ritmos jamaicanos en “El lindo amor”yo no quiero amor solo por contrato– y “Mañana mismo”, que firmaría un Elton John en forma –si por mi fuera me casaría mañana mismo– es todo un cambio de opinión idiosincrático y a contracorriente.

“Parade & Nacho Casado” se decide por el pop sentimental característico del indie de toda la vida, bien afilado, eso sí, otra de las especialidades de Parade. Una especie de “libro del buen amor” –Galvañ menciona al Arcipreste de Hita en “El lindo amor”, primer single digital publicado a finales de septiembre– y de la buena vida aristotélica –no queda claro que Casado, amante de la misma, protagonice “Mañana mismo”–. Un álbum anticlímax para estos tiempos de polarización ideológica y amenazas nucleares, no tanto por cuestiones de uranio sino del corazón, donde Parade se reserva la última bala: “Perdonen, pero tengo un trastorno”. Si este fuese el diagnóstico general, entonces Antonio Galváñ es un caso leve y necesario de enajenación mental. El antídoto –la cultura– no es un analgésico –la tecnología–, aunque a veces se confundan, y estos dos compositores extraordinarios hacen muy bien apostando por un sonido orgánico que palpita vida, circulando por autopistas elevadas que te hacen soñar. ∎

Etiquetas
Compartir

Contenidos relacionados