Pearl Jam reaviva la llama creativa cuando quiere, sin que nada parezca acuciarle. A treinta años vista de su fundación, sólidamente establecido como uno de los últimos clásicos de la era rock y con un repertorio como el suyo, parece lo más lógico. Esta receta contra las prisas suele dar buenos resultados, ya que el estándar de calidad de sus discos más recientes suele rondar el notable. Y
“Gigaton” rasca unas cuantas décimas al alza, con Eddie Vedder tirando del carro compositivo e interpretativo mientras sus compañeros lo secundan con el brillo acostumbrado.
El undécimo álbum en estudio del quinteto norteamericano –que sigue madurando con dignidad y aún tiene cosas que decir– es más ambicioso que predecesores a piñón fijo como
“Backspacer” (2009) y
“Lightning Bolt” (2013). Aquellos tenían algo, pero aquí hay una amplitud formal y una variedad que se agradece de veras e instiga escuchas cada vez más placenteras. En tiempos de goteo editorial, Pearl Jam publica el disco más largo de su trayectoria –casi una hora– incluyendo devaneos art rock –
“Dance Of The Clairvoyants”–, descargas de guitarreo metalizado
–“Superblood Wolfmoon”–, episodios de lírica reflexiva
–“Alright”–, canciones-río en clave acústica
–“Comes Then Goes”–, baladones arreglados con órgano
–“River Cross”– y piezas de rock cerril marca de la casa, como
“Quick Escape”. ∎