Rodeado por camaradas que casi nuncan faltan a su llamada –Annie Whitehead, Brian Eno, el propio Manzanera–, asistimos a pequeñas reflexiones personales (
“La esperanza todavía puede ser buena”), a una magnífica y carnal recreación del romance parisino entre Miles Davis y Juliette Greco (
“Old Europe”, con los saxos y el clarinete del israelí Gilad Atzmon, presente en otras cuatro composiciones) o a recuerdos a los gitanos asesinados por los nazis, a la invasión de Irak, a Hiroshima y la amenaza nuclear y al eterno conflicto palestino. Temas trascendentales –demasiado, dirán algunos– que Wyatt regurgita en pura poesía sonora, sin necesidad de recurrir a la evidencia más tópica ni de levantar la voz con arrogancia. La desbordante humanidad del intérprete del “Shipbuilding” compuesto por Elvis Costello se aposenta en los oídos del oyente como un bálsamo gentil y misterioso que fascina, relaja, interroga y cura.
Teclados que parecen suspendidos en el viento, metales cálidos y nocturnos, guitarras de electricidad exacta –David Gilmour en “Forest”, Paul Weller en
“Lullaloop”–, contrabajos arenosos, percusiones susurrantes, coros de celofán y la importante presencia de Karen Mantler (hija de Carla Bley y del trompetista y compositor Michael Mantler), quien firma tres canciones y se encarga de soplar la armónica, definen el paisaje de “Cuckooland”, un refugio de matices y colores pintado con el intelecto y el corazón para dignificar sin renuncias una música comprometida ética y estéticamente.
No faltan, por supuesto, las versiones, especialidad en que Wyatt se ha matriculado como médium sin igual: escuchen
“Raining In My Heart” (Buddy Holly), diluida en un prístino instrumental de piano, o
“Insensatez” (Antonio Carlos Jobim/Vinicius de Moraes), arrullada por la armónica y la garganta de Mantler. Son epifanías de un todo indivisible, de un rico tapiz tejido con paciencia y amor por Robert Wyatt, el gigante de la voz de elfo. Bienvenido de nuevo, siempre. ∎