Hay algo en la voz de Sally Shapiro que parece salir de una fisura: no del escenario, no del estudio, ni siquiera de un cuerpo del todo humano, sino de un intersticio donde las cosas laten pero no terminan de suceder. “Ready To Live A Lie”, su quinto disco, se escucha como si alguien nos susurrara desde la habitación de al lado, tras un muro translúcido, donde una fiesta suena y al mismo tiempo se apaga.
Han pasado diecinueve años desde “Disco Romance” (2006), aquel debut donde el italo disco, los sintetizadores y el pop sueco coincidieron con la delicadeza de un copo de nieve posándose sobre un tocadiscos. Johan Agebjörn y esa voz que decidió llamarse Sally Shapiro, es decir, el proyecto y su máscara, han seguido grabando desde la penumbra: sin conciertos, sin desear el escenario, escapando de la exposición como quien huye de una ciudad demasiado ruidosa. Cada disco nuevo era también un recordatorio de lo que elegían no ser.
En “Ready To Live A Lie”, el dúo vuelve con Johnny Jewel en la producción, desde el sello Italians Do It Better, con la misma caja de herramientas de siempre: sintetizadores analógicos, líneas de bajo con perfume ochentero, melodías cristalinas, beats de drum machine que podrían acompañar un atardecer en la Costa Amalfitana. Pero algo está roto. Si en discos anteriores la voz de Sally flotaba entre promesas y enamoramientos con la inocencia de un diario adolescente, ahora el amor es otra cosa: un juego envenenado, una mentira voluntaria, un cansancio compartido (no es casualidad que versionen “Rent” de Pet Shop Boys).
Las letras, delicadamente empañadas de infidelidades, hastío, soledad, nostalgia, resignación y pequeños destellos de ternura. La violencia aquí está en el silencio: en la decisión de cantar como si el cuerpo no estuviera presente. Los críticos hablan de “melancolía”, pero lo que se escucha en estas canciones es más específico: es el momento en que uno acepta que va a quedarse en una relación sin creer del todo en ella, por pereza, por miedo, por amor a lo que ya no existe.
En “The Other Days”, con coproducción de Mikael Ögren, la voz parece mirar el pasado con las manos frías. En “Did You Call Tonight”, donde la voz en falsete de Roger Gunnarsson responde como un espectro, los sintetizadores brillan con una dulzura triste, como globos en una sala vacía. “Hard To Love” retuerce el eurobeat hasta hacerlo doler. Y “Oh Carrie” podría ser un hit en una discoteca a las cuatro de la mañana si no fuera porque parece hablarnos desde un taxi, camino a casa, con las luces de la ciudad rebotando en el parabrisas.
Jewel, que también mezcló el álbum junto a Agebjörn, aporta un acabado impecable, como en “Sad Cities” (2022), pero ahora con un filo más oscuro, menos complaciente. Las canciones están pensadas para la pista de baile y para escuchar solo, con un vaso de agua y la sensación de que fuera hace demasiado frío para salir. Lo fascinante de “Ready To Live A Lie” es que sigue siendo un disco de pop: pegadizo, brillante, corto y bello. Pero también es un disco que sabe que ese brillo no alcanza para cubrir las fisuras. Sally Shapiro logra de nuevo ese efecto difícil de describir: te invita a bailar y, mientras bailas, te das cuenta de que lo que está diciendo no es que todo va a estar bien, sino que probablemente no, y que igual está bien así. Quizá por eso este disco, como toda la obra de Sally Shapiro, sea tan hipnótico: porque insiste en recordarnos que las heridas también pueden brillar, que un coro puede sonar feliz mientras dice que ya nada importa. Y uno se queda ahí, atrapado en esa fisura, bailando con la sombra de lo que no fue.
Y entonces llega “Rain”, última pista del álbum, y la más sincera. Como si después de toda la fiesta apagada, de los flashes y los espejos rotos, solo quedara la lluvia cayendo sobre alguien que por fin deja de huir. La voz suena más desnuda que nunca, casi resignada, reconociendo que está en pedazos, que la herida sigue ahí, que el sueño siempre fue sobre alguien que ya no está. Pero también hay en “Rain” una especie de alivio: la certeza de que, al menos, ya no hay nada que esconder. Que mojarse bajo esas gotas es mejor que seguir pretendiendo que no duele. ∎