Después de una temporada de despecho y llanto demasiado larga –porque ya se sabe: en el pop de masas está cada vez más instaurada la idea de la narrativa multimedia; parece que los discos son mejores si te obligan a hacer una investigación previa en Wikipedia, redes sociales, revistas del corazón y blogs de sociedad, en este caso también en las secciones clickbaiteras del ‘Marca’… desde luego los hace parecer más rentables–, la todopoderosa superestrella colombiana entrega el tan cacareado y prometido disco que se suponía tendría que poner fin a todo esto. Primera cuestión: ¿lo hace? A medias. Shakira ha decidido incluir en “Las mujeres ya no lloran” –su primer álbum desde “El Dorado” (2017)– toda su retahíla de hits resentidos –en orden estrictamente cronológico además–, componiendo una segunda cara que niega la mayor de esta recuperación y que contradice el discurso del álbum –o lo desvela descaradamente: más que de no llorar este disco va de monetizar cada mililitro cúbico de lágrimas–.
Pero es que además, en la primera parte, que está reservada a las ocho canciones “nuevas” y en la que se presupone el empoderamiento, tampoco es exactamente así: tan solo el discopop elegantón y coqueto con ramalazos electro “Puntería”, junto a Cardi B, parece disfrutar por completo de la experiencia de un nuevo amor, y se leen más vehiculares los recelos y las desconfianzas ante volver a enamorarse de “Nassau” –un afropop que no pasa de ser simplemente interesante– o de “Cohete”, que por su parte no le llega ni a la suela de los zapatos a su otra colaboración con Rauw Alejandro, “Te felicito”. Cuando intenta jugar al costumbrismo slice of life de un Bad Bunny, lo que le sale es una “Cómo dónde y cuándo” que sonroja en todos los aspectos: tanto en su letra infame y ripiosa –“La vida es una perra, ya lo sé”, cuéntaselo a los que cobran 1000 pavos al mes, Shak; “Agarra una toalla y un traje de baño, vamos a la playa y nos olvidamos”; “El tiempo se pasa volando cuando se pasa bien, no importa cómo, dónde y cuándo, lo que importa es con quién”– como en su desfasado fondo pop-rockero y su sutil mención a Pixies.
En resumen, a Shakira le está funcionando mejor el despecho, y lo sabe. Y lo que sobre todo sabe es revestirlo de distintos géneros con mass appeal para seguir, pues eso, facturando. Da igual que pase del EDM grosso modo de “La fuerte”, nueva exageración de Bizarrap, a una “Tiempo sin verte” que parece referir directamente a la classic Shakira, la que era más rockeramente latina y no una superestrella en la brecha con EEUU, y que funciona en su relativo juego nostálgico. Da igual que en su acercamiento a colosos del regional tex-mex estén algunas de las mejores ideas de este nuevo álbum, sobre todo en el corrido “El jefe” con Fuerza Regida, que no deja de representar un lugar nuevo para la de Barranquilla. Al final todo acaba en “Última”, baladón too much que vuelve a rozar lo pornográfico al nivel de “Acróstico” –en la que ya usaba a sus hijos Milan y Sasha como armas de divorcio–. La sombra de Piqué sobrevuela toda la duración de “Las mujeres ya no lloran”, y en todo momento la intención parece ser exactamente esa. Con esto resolvemos la segunda cuestión –inferida, no planteada–: de ninguna manera Shakira quiere que te olvides del exfutbolista del F.C. Barcelona. Pero vamos con la más importante, la tercera: ¿se sostendría este trabajo si no incluyera todas las canciones que han narrado los dos largos años de crisis, divorcio y pasos por la Audiencia Provincial? Probablemente no. No hay nada en la primera mitad que logre replicar la magia de “Te felicito”, ni mucho menos algo que estimule tanto como esa deliciosa bachata pop que es “Monotonía”, con Ozuna. No hay un hit tan claro y tan capaz como “TQG”, tampoco otro intento de llevarse el reguetón a su terreno, tampoco un juego como el de “Copa vacía”, con Manuel Turizo, que hacia el final bascula hacia un breakbeat. Y no, claro, no hay una “Bzrp Music Sessions, Vol. 53” parte 2. Pero sobre todo lo que no hay es la sensación de que Shakira pueda replicar a placer esa claridad lírica sin caer en la obviedad y sin rozar a veces la vulgaridad. Su capacidad para el formato single está, en cualquier caso, sobradamente probada, y “Las mujeres ya no lloran” es un ejemplo excepcional para entenderlo, pues funciona con creces mejor como colección de canciones que como nuevo disco. ∎