Álbum

Snocaps

SnocapsANTI-[PIAS] Ibero América, 2025

¡Qué gran compositora e intérprete –su set en el pasado Primavera Sound, a pleno sol, es uno de los grandes momentos en directo de esta temporada– es Katie Crutchfield! Sus seis álbumes como Waxahatchee, entre el indie rock y el country alternativo, nos han ido mostrando las caras de una autora cada vez más firme y resolutiva, sin miedo a dejarse llevar dentro de los cánones de eso que llamamos “clasicismo”.

Después del magnífico “Tigers Blood” (2024), ahora se descuelga, sin avisar, con el primer álbum de Snocaps, el proyecto que comparte con su hermana gemela Allison. No es la primera vez que las dos trabajan juntas. De hecho, lo hicieron durante años durante su adolescencia y primera juventud, hasta que cada una tomó caminos distintos: Katie en Waxahatchee y Allison en Swearin’. Para este rencuentro han contado con la colaboración de sospechosos habituales como Brad Cook –encargado de la producción y de tocar bajo y batería en algunos temas– y MJ Lenderman –batería, guitarras y bajo en la gran mayoría del set–. Las hermanas se reparten el protagonismo vocal al 50%, como reafirmando su compromiso de álbum a medias, no el spin-off de ninguna de ellas. Son doce primorosas canciones más el brevísimo cierre de “Coast II”, la coda a “Coast”, el tema que sirve de apertura del disco y que ya marca el tono confesional de las letras: Close your eyes in the passenger seat / Remember you can trust me / I am not as evil as you think / But I know sometimes / It’s easier for me to be”, canta Allison sobre un groove tranquilo que se va engrandeciendo (y enrareciendo) a medida que transcurren los dos minutos y pico de la canción.

“Snocaps” es un álbum alimentado por grandes dosis de electricidad en contrapunto con la vulnerabilidad de las voces. Las Crutchfield están on fire durante todo el trayecto tejiendo virguerías de rock sin telarañas pero mayormente apoyándose en unos parámetros que se arriman más al country alternativo o a una americana de siglo XXI. Hay resonancias de The Byrds; también de The Bangles y, en general, de eso que en los ochenta de la pasada centuria se llamó Paisley Underground y que englobó delicias como las de Rain Parade. El milagro en nada suena a cena recalentada y partituras como “Wasteland”, “Brand New City” o “Hide” –que misteriosamente evoca a unos The Velvet Underground buceando en la piscina de Mazzy Star– se elevan frescas y emotivas. El empuje de “Avalanche”, el trote vitamínico de “Over Our Heads” y las armonías vocales de “Angel Wings” (y las filigranas con las 12 cuerdas de Lenderman) son otros de los puntos fuertes de un disco sin un gramo de grasa, todo absolutamente aprovechable. Roguemos para que salgan de gira y nos visiten: esto sobre un escenario debe ser de impacto. ∎

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