Hemos tenido que esperar muchos años para escuchar las nuevas canciones de una artista que, en realidad, se ha prodigado discográficamente muy poco. A la californiana de nacimiento y neoyorquina de adopción también le costó debutar, aunque lo hizo por todo lo alto en 1985 y publicando hasta seis álbumes en A&M gracias a singles de éxito como “Marlene On The Wall”, “Luka” y “Tom’s Diner”, para pasar fugazmente por Blue Note y crear finalmente su propio sello, Amanuensis Productions. Si obviamos la serie “Close-Up” publicada entre 2010 y 2012 –cuatro discos acústicos de piezas propias reordenadas temáticamente–, y precedido por “Lover, Beloved: Songs From An Evening With Carson McCullers” (2016), sobre la autora de “El corazón es un cazador solitario” (1940), “Flying With Angels” sería su décimo álbum en estudio y el retorno de la cantante al terreno pop de “Tales From The Realm Of The Queen Of Pentacles” (2014), quizá con la idea de recuperar el tiempo perdido.
Cualquier disco de Suzanne Vega contiene altos estándares de calidad, por lo que es difícil afirmar con rotundidad, aunque así nos lo parece, que “Flying With Angels” sea superior al anterior o a cualquier otro de su carrera –salvando las distancias con “Suzanne Vega” (1985)–. Parte de la razón se encuentra en el tiempo que dedica a elaborar sus composiciones y en su vieja alianza con un músico de sesión conectado a gente como David Bowie, Rufus Wainwright, Laurie Anderson o Judy Collins -¡y Manolo García!- llamado Gerry Leonard. El guitarrista, presente en el equipo de la norteamericana desde “Songs In Red And Gray” (2001), se ocupa de la cuidada producción del álbum, además de escribir junto a Vega la mayor parte de unos temas que no defraudan por su habitual limpieza y maestro manejo de los resortes del pop, ya sea el de guitarras con “Speaker’s Corner” –Johnny Marr no le haría ascos a estos riffs–, el soul elegante de “Love Thief” o el folk-pop de “Chambermaid”, una adaptación libre del “I Want You”, de Bob Dylan, desde el punto de vista actualizado, o sea, fresco, realista y antiépico, de la camarera en la historia original, la mítica “reina de espadas”. Melódicamente también recuerda a otra gema neoyorquina, “Leaves That Are Green”, de Simon & Garfunkel.
El disco contiene recitados de rock a lo Lou Reed como “Lucinda” –dedicada a la cowgirl Lucinda Williams, en más devocionarios, como el de Adrianne Lenker–; “Galway”, con mandolina y todo, entraría en el repertorio de R.E.M. sin rechistar: es la historia de un joven irlandés que permanece en la retina de la chica que se casa con otro, también una reflexión sobre el destino y la libertad; las disonancias new wave, muy B-52’s, de “Rats” rememoran la plaga de roedores que proliferó en Nueva York durante el COVID, una época que marcó personalmente a la cantante: su marido, poeta recitativo y “abogado de la Primera Enmienda” –letrados constitucionalistas que defienden derechos civiles fundamentales como la libertad de expresión–, perdió el habla por los ictus que le causó la enfermedad. Temas como “Speaker’s Corner”, “Flying With Angels” o “Witch”, en realidad todo el álbum, tratan de la lucha por la vida: “La supervivencia del más apto no siempre es muy hermosa”, canta en “Rats”. Morrissey, otra estrella del pop de la década maldita que no trata a sus fans como imbéciles, sostiene en entrevistas que la dificultad crea el mejor arte. A su manera, “Flying With Angels” sería de esa clase.
“Last Train To Mariupol” sigue la línea dramática de “20 días en Mariúpol” (Mstyslav Chernov, 2023), aquel documental oscarizado sobre el asedio ruso a la tristemente famosa ciudad portuaria del Donetsk. En ella participan su hija Ruby Froom –también hace coros en “Alley”– y un sentimiento de empatía genuino, sin intereses obscenos por alguna tierra rara. A menudo se le ha acusado a Suzanne Vega de no tener un estilo propio, de parecerse a unos y a otros –es fácil caer en esa trampa al reseñarla–, de ser un eslabón perdido, o poco definido, entre las cantantes de folk de los años sesenta, las singer-songwriters de los setenta y el pop insustancial de los ochenta, de no parecerse siquiera a sí misma. “Flying With Angels” contiene diez canciones variadas, es verdad, pero también historias reales, y metafóricas, escritas para ser comprendidas, personajes palpables –salvo ángeles y ratas–, melodías tarareables, mucha belleza o los inconfundibles armónicos vocales de su creadora, intactos después de 40 años. Si esto no es único, apaga y vámonos. ∎