A lo largo de sus dos décadas de trayectoria artística, Taylor Swift ha desarrollado una tendencia a proyectarse al mundo como un ave fénix resurgiendo de sus cenizas, cobrando fuerzas cuando más se la ha cuestionado, como un boxeador que se incorpora para jugar un último round cuando la batalla ya parece perdida.
Le pasó cuando lanzó “reputation” (2016) en medio de una crisis de imagen patrocinada por su infame beef con Kanye West y Kim Kardashian. Volvió a pasar cuando quedó fuera de las nominaciones de los Grammy e inició el proceso legal para recuperar sus másters, desembocando en el azucarado “Lover” (2019). Y de nuevo cuando la pandemia mundial y la recepción mixta de “Lover” la llevaron a cambiar de registro y moverse por sendas más indie con los discos hermanos “folklore” (el único álbum que ha entrado en las listas de lo mejor del año en Rockdelux) y “evermore” (2020).
Lo que Swift quizá no esperaba es que esa introspectiva dupla la convirtiese, sin exagerar, en la Midas de la industria musical, convirtiéndolo todo en oro a su paso: múltiples Grammy, la crítica especializada a sus pies y la gira más rentable de todos los tiempos en su bolsillo. Esta vez no había molinos que confundir con gigantes y no había cenizas de las que resurgir: estas se habían convertido en billetes y elogios.
Pero en un mundo de tendencias caducas no hay vorágine sin su consecuente hastío mediático y, entrados en 2025, la omnipresente figura de Swift había empezado a saturar la opinión pública. Sus últimos dos LPs, “Midnights” (2022) y “THE TORTURED POETS DEPARTMENT” (2024), batían récords de ventas pero dividían a la crítica, y parte de su fandom empezaba a sentirse desconectado con su nueva imagen, más alineada con la trad wife americana y el consumismo desfasado.
Es por eso que, cuando el 12 de agosto anunció “The Life Of A Showgirl” junto a su pareja –el deportista Travis Kelce– en un pódcast de fútbol que rebosaba testosterona, la recepción fue más bien tibia. A primera vista el disco planteaba una estética flapper y pronosticaba un viraje sonoro con el retorno de Shellback y Max Martin, productores responsables de grandes éxitos noventeros y dosmileros y colaboradores de Swift en “1989” (2014). Lejos quedaban ahora Jack Antonoff, con quien llevaba colaborando desde “reputation”, y las composiciones melancólicas de Aaron Dessner (The National), que tanto furor habían generado en “folklore” y “evermore”. Pero también era inevitable preguntarse: ¿estamos a punto de ver a Taylor en su era más trad?, ¿estará volviendo al pop disfrutón?, y quizá lo más importante: ¿no estará cansada de tanto trote?
La respuesta a todo es sí. “The Life Of A Showgirl” es un viaje de cuarenta y dos minutos por el lujo, las lentejuelas y el glamur de “The Eras Tour” y un alegato a la estabilidad y la vida costumbrista lejos de los focos que cumple su función como producto mainstream, pero que carece de la elaboración característica de sus álbumes previos.
Los puntos fuertes del disco son sus melodías luminosas, hooks adictivos y estribillos que se pegan como un chicle; como en la introductoria “The Fate Of Ophelia” o la nostálgica “Opalite”, cuyo toque retro viene con guiño incluido a The Ronettes. El mayor acierto llega en el cuarto corte, “Father Figure”, canción que interpola el tema homónimo de George Michael y que podría encajar perfectamente en un estudio de personaje de Logan Roy, el patriarca maquiavélico de “Succession”. Y es que Taylor Swift siempre ha sido una maestra en la confección de píldoras pop con puentes resplandecientes, algo que todavía podemos vislumbrar en los temas introductorios del disco.
Sin embargo, no podemos aplicarlo al resto de canciones, a las que les falta gancho melódico, lírico o ambos. “Every joke’s just trolling and memes / (...) But I’m not a bad bitch / And this isn’t savage”, canta en la anodina balada “Eldest Daughter”, que irónicamente es la quinta canción del álbum, posición que Swift tradicionalmente reserva para sus canciones más profundas y poéticas (las míticas “All Too Well” y “Dear John” fueron en su momento track 5).
Swift siempre ha sido, por encima de todo, famosa por sus letras perspicaces, pueriles y sumamente cautivadoras. Su ingenio como letrista siempre ha sido su mayor asset, pero cuesta reconocer a la Swift que escribió “cardigan”, “ivy” o, más recientemente, “So Long London” en los versos de “The Life Of A Showgirl”. Ni “Elizabeth Taylor” ni “Wi$h Li$t” –donde confiesa su deseo de dejarlo todo para tener muchos hijos con la cara de Travis Kelce– logran contagiarnos el romanticismo que relatan, mientras que la supuestamente sensual “Wood” está totalmente vacía de erotismo.
En “CANCELLED!” intenta recrear su era “reputation” sin mucho éxito mientras canta sobre lo mucho que le gusta tener amigas canceladas, y ni siquiera el teatral crescendo de cuerdas logra contrarrestar la vergüenza ajena que producen frases como “Did you girlboss too close to the sun?”. Tampoco consigue atraparnos con “Actually Romantic”, un diss track supuestamente dedicado a Charli XCX –el título en sí parece un guiño al “Everything Is Romantic” de la británica– cuya base suena exactamente igual a “Beverly Hills” de Weezer y en el cual se enzarza en una pelea de instituto unilateral y poco mordaz. El tema homónimo que cierra el disco –una colaboración con Sabrina Carpenter– es el que mejor encaja en su temática cabaretera, pero cae en una monotonía sonora de la que también son víctimas “Ruin The Friendship” y “Honey”.
En “The Life Of A Showgirl” Taylor Swift deja de estar contra las cuerdas para sentarse sobre su cómodo trono de oro del pop, pero el frenesí de los últimos años parece haberle pasado factura y su agotamiento se refleja en todos los aspectos del disco, que se siente como un huevo de Fabergé prefabricado con un refrito de letras y bases poco trabajadas. Si estamos ante una nueva normalidad en el universo Swift o si todavía le quedan cenizas de las que resurgir, el tiempo dirá. ∎