Álbum

The Antlers

Green To Gold Anti-Trangressive-[PIAS] Ibero América, 2021

El sustrato cimentado en “Familiars” (2014), donde el susurro de Peter Silberman se dejaba guiar por un trazado de guitarra zambulléndose en medio de escobillas rehogadas en la magnificencia de los vientos –entre Talk Talk y los discos nocturnos de CTI–, lo convirtió en uno de los trabajos más recomendables de la pasada década. Seis años después, tras un álbum en solitario, problemas de oído y garganta –algunos irreversibles– y el proceso consiguiente de adaptación, Peter recupera The Antlers –con la imprescindible percusión de Michael Lerner aunque sin la trompeta y el bajo de Darby Cicci– para otro tratado de introspección sensorial al límite.

Cuando en 2014 nos golpeaba con frases como “I’ve wandered out alone in your cold unknown to try to bring you home…. so you forgot your way?” en la edificación majestuosa de “Director”, o “you can’t outbreak our broken leaves, holding on to broken piece” en “Revisited”, o, mejor aún, “well our mercy is a boundary we’ll surrender, when love is a safer place we both remember” en “Surrender”, Silberman parecía estar obsesionado con encontrar un refugio donde estar a salvo. Ahora, en “Green To Gold”, ha hecho las paces consigo mismo, con el mundo y con la tierra que nos hospeda. Es más, cuesta encontrar una descripción tan mágica del comienzo del otoño como en la canción “Green To Gold”, donde se puede palpar el placer de la bendita soledad y el silencio tras la percusión seca.

Como casi todo el álbum reivindica la calidez acogedora de sentirse protegido, las canciones siguen un guion previsto. Instrumentales para empezar y terminar, y el andamio raquítico y a la par sólido de una guitarra rítmica cuyos acordes esporádicos, graves y tristes perimetran un espacio repleto de resonancias. Está el saxo saturando el vapor de la voz en “It Is What It Is” –escrita pensando en las consecuencias del post trumpismo–, en la sombra de guitarra slide del siempre fiel Dave Harrington en “Just One Sec” o en la parcela atrapada en un tiempo pretérito –como el Richard Hawley esquemático inicial– de “Porchlight”. Pero sea cual sea el paisaje dibujado, siempre subyace un cariño –flagrante en “Solstice”– que parece haber vencido definitivamente a cualquier temor. El paraíso de Silberman no existe más que para él. Sin embargo, escuchando este álbum, nos anima a construir el nuestro. ∎

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