El grupo The Delines, originario de Portland, Oregón, es el actual vehículo musical de Willy Vlautin, guitarrista y compositor que antes estuvo al frente de Richmond Fontaine, con una prolífica carrera explorando el rock y el alt-country influenciado por Gram Parsons, Dave Alvin, John Doe o Green On Red, en lo que a la música se refiere. En las letras era Raymond Carver su máxima inspiración, y es que Vlautin, además de músico, es un afamado escritor que sigue la estela de John Steinbeck, Barry Gifford o Sam Shepard, en una obra que incluso ha sido traducida al castellano, como su novela de debut, “The Motel Life” (2006) –“Vida de motel” (Belacqua, 2007)–, o “The Night Always Comes” (2021) –“La noche siempre llega” (Seix Barral, 2023)–, todas protagonizadas por personajes abollados que también traslada a sus canciones, como las que escribe para su grupo The Delines, con el que ya ha publicado media docena de álbumes desde su debut con “Colfax” en 2014.
Es por eso que parece una ironía que su flamante “Mr. Luck & Ms. Doom” fuese publicado el 14 de febrero, San Valentín, el día de los enamorados. Y es que, según reconoce, “muchos de mis personajes están condenados, a veces por heridas autoinfligidas”. Lo cual no deja de ser una paradoja, si tenemos en cuenta la delicadeza y calidez de unas canciones escritas a mayor gloria de la vocalista, una Amy Boone que se convierte en el signo distintivo del grupo. Tanto es así que, según explica Vlautin, cuando la escuchó por primera vez quedó rendido a sus pies, hasta el extremo de empezar a escribir canciones para ella sin saber aún si aceptaría formar parte de su proyecto The Delines. En el disco también resulta determinante el productor John Morgan Askew –con un amplio currículo en scores para películas y series y en colaboraciones y producciones para M. Ward, She & Him, Sera Cahoone, Alela Diane, Howe Gelb, Neko Case o Califone, entre otros– y los arreglos de cuerda y metal de Cory Gray, teclista, trompetista y fliscorno.
El trabajo de Askew, que según Vlautin es como un miembro más de la banda, insufla al sonido un aire crepuscular, nítido y brillante, que da a las canciones una pátina de romanticismo decadente. Y si bien el sonido del grupo es definido como country-soul, tiene mucho más de la última parte del binomio. Pero es un soul arrastrado, nocturno, como el que domina “JP And Me”, una balada en la que además de vientos solemnes hay una marejada de cuerdas absolutamente cinemáticas, acolchando la trágica y a la vez sensual voz de Amy Boone. Las letras no dejan dudas. Así, en “Nancy & The Pensacola Pimp”, la protagonista “was 16 when got under the thumb of him”. Menor en manos de un chulo, con final vengativo y unos vientos y un órgano que remite a Booker T. And The M.G.’s, lo mismo que la línea del bajista Freddy Trujillo en los jubilosos vaivenes de “Maureen’s Gone Missing”, lo más comercial y pegadizo del lote, que también combina los momentos delicados, cercanos a un fraseo recitado.
Sutileza y abundante swing & soul para ganchos que noquean, como los del single “Left Hook Like Frazier”, que no es difícil imaginar cantada por Amy Winehouse, con prominentes trompeta y piano eléctrico y una letra que habla de tipos peligrosos, de yonquis y de enamorarse de hombres equivocados: “She fell for a man who had a sadness he couldn’t beat / but she took care of him and put up with that still he dragged her into the deep” (“se enamoró de un hombre que tenía una tristeza que no podía vencer / pero ella lo cuidó y lo soportó; aun así él la arrastró hacia lo profundo”).
La atmósfera tiene algo de humareda jazzística en una temblorosa e inquietante “Sitting On The Curb”, digna de “Terciopelo azul” –“what took years to built a single match can bring it all to the ground”–, por no hablar de la trágica historia de la pareja protagonista de “Her Ponyboy”, viajando como vagabundos en trenes, drogándose y buscando inútilmente la felicidad; el título y la letra hacen referencia a Ponyboy Curtis, el protagonista de la novela “The Outsiders” (1967) de Susan E. Hinton –“Rebeldes” (Alfaguara, 1986)–, y la música es una sentida balada que refleja a la perfección ese amor desdichado, deslizándose sobre los acordes de una reverberante guitarra y un piano y órgano solemnes.
Aunque para trágica, ninguna como “There’s Nothing Down The Highway”; su minimalismo instrumental de piano y escobillas aún hace más desgarrada la voz de Amy Boone, insistiendo en que “no hay nada en la carretera excepto la oscuridad del camino”, para hablar de la culpa y el arrepentimiento que cabalgan sobre la espalda de una mujer, que huye acosada por una manada de lobos. Los personajes derrotados y solitarios, como el triste coyote que preside la portada, tienen un buen arquetipo en “Don’t Miss Your Bus Lorraine”, este sí un tema country-soul. Lorraine, que se ha pasado unos años en la trena por tráfico de marihuana, ve cómo las cosas han cambiado y que ahora que la maría es legal ella no puede encontrar un trabajo decente debido a sus antecedentes. La siguiente canción del disco, “The Haunting Thoughts” (“Los pensamientos inquietantes”), parece que sean las reflexiones de Lorraine, aunque la letra no la mencione, lamentando las oportunidades perdidas, dando vueltas por un desagüe, sin aire, asfixiándose, en un mood de confesión nocturna, de mesilla de noche, en una melodía conducida por una robusta línea de bajo y anclada por un piano ceremonioso. Lorraine sí que vuelve a aparecer en el título de la coda final, “Don’t Go Into That House Lorraine”, una especie de haiku de poco más de un minuto.
Cuenta Vlautin que antes de entrar a grabar el disco, Amy Boone, cansada de tanto drama, le pidió si podía escribir alguna canción de amor en la que nadie muriese y en la que nada saliera mal. Se esforzó, e inspirándose en las baladas de Tom Waits y Randy Newman, le salió el tema titular, “Mr. Luck & Ms. Doom”, que se podría traducir como “Señor Suerte & Doña Fatalidad”, una historia que no acaba mal pero que no deja de ser de perdedores: los protagonistas son una señora de la limpieza depresiva y un exconvicto que se encuentran por casualidad y se enamoran. Objetivo cumplido: un final feliz que, sin perder el tono agridulce habitual, rezuma cierta esperanza, realzada por unos arreglos de viento, a modo de fresca brisa soul, que ponen el broche a un disco exquisito. ∎