Cuando suenan las primeras notas soleadas de “Buddy”, la canción que abre el nuevo disco de Tim Heidecker, y empiezan a emanar las primeras palabras (“Buddy, I’ve been thinking ‘bout you…”), queda inmediatamente claro que este será un viaje a esos años de juventud marcados por la ineludible institución que da nombre al álbum, lo cual genera expectativas automáticas: ¿de qué intrigante manera podría esta mente idiosincrásica tratar un concepto tan universal –y a la vez tan manido– como la nostalgia de los días pasados, con toda su brillantez y oscuridad?
A medida que avanza el álbum, va formándose una respuesta gradualmente problemática: el de Heidecker es un enfoque extrañamente convencional. Si bien a estas alturas de su carrera, y dada la temática abordada, sería equívoco esperar un festival de humor, sí sería razonable exigir un mínimo de personalidad; y curiosamente, son muchas las pistas donde el disco decae en los terrenos de lo genérico, tanto lírica como musicalmente. Hay un tráfico enervante de clichés radicados en la mirada retrospectiva, lugares comunes de la experiencia escolar, reminiscencias trilladas sobre los primeros contactos con la música y la marihuana, sombras de personas desaparecidas, y el cóctel habitual de puntos álgidos y remordimientos. Cuando este gris narrativo discurre sobre una retahíla de confecciones soft rock por momentos también anodinas, incluso es tentador pensar –teniendo en cuenta su autor– que quizá todo sea una sátira en exceso bien orquestada. Pero no lo es.
Y es por esa misma razón por la que el disco acaba funcionando: a pesar de la monotonía que despierta parte de su contenido, no deja de ser una exploración honesta de los recovecos de la memoria, y como tal, inevitablemente incluye instantes con los cuales resulta imposible no empatizar. Y es que, ¿por qué tendríamos que esperar que la adolescencia de Tim Heidecker –así como su regreso musicado a esa época– fuera particularmente singular o diferente? Con las expectativas reconfiguradas, lo indiscutible es que hay diversas canciones particularmente emotivas: en especial “Stupid Kid”, tema que se diferencia de otros por su reticencia a abrazar las convenciones antes mencionadas, donde relata su decisión de aprender a tocar la guitarra tras ver un concierto televisivo en solitario de Neil Young; y “Sirens Of Titan”, una colaboración con Kurt Vile que se erige como la pista más diferenciada del disco dada su refrescante presentación a dos voces y la irrupción de sintetizadores y guitarra filtrada para canalizar los sonidos fantásticos de la novela de Kurt Vonnegut en la que se inspira. Además, las letras se hallan entre las más pintorescas del conjunto, incluyendo una escena rememorada –tierna y cómica– de la visita del inclasificable escritor para dar una charla en la universidad.
Musicalmente, no sorprende que los paisajes aquí trazados evoquen algunas de las tendencias sónicas propias de ese pasado donde antaño moró Heidecker. Es un pop-rock ligero con concesiones al heartland (“Chilling In Alaska”, con cierto regusto a Bob Seger), el blues electrificado (el espíritu guitarrero combinado de J.J. Cale y Marc Bolan que pulula en su versión más airosa por “Get Back Down To Me”), o las jams distendidas de grupos como los Grateful Dead (la espaciosa conversación entre piano y guitarra al final de “Stupid Kid”), así como guiños al country (los punteos que ornamentan “Punch In The Gut”), o la sofisticación instrumental y melódica de Fleetwood Mac, Steely Dan o Paul Simon (este último, por ejemplo, podría ser directamente el autor de “I’ve Been Losing”). La utilización de una drum machine y un ominoso sintetizador que en ocasiones emula el canto de un pájaro en la pastoral “Kern River”, que cierra el disco, incluso trae a la mente a los Ween en su versión más amable y controlada (aunque probablemente Mac DeMarco sea la inspiración más directa). Si bien la sensación de refrito y ausencia de riesgo pueda despertar algún que otro bostezo, el álbum luce una producción bastante impecable y una variación de sonidos suficiente como para nunca atragantarse; y lo más importante, es la puerta de entrada al gusto musical de Heidecker más directa hasta ahora. A través de las pistas revisitamos, pues, no solo sus memorias, sino también las voces artísticas que más huella han dejado en él; y si bien quizá no sea del agrado de todos, lo innegable es que es un apacible paseo. ∎