Álbum

Verde Prato

Bizitza eztiaPlan B, 2025

En su tercer álbum –recordemos que alternados siempre con EPs de talante más libérrimo–, Ana Arsuaga se mantiene plenamente fiel a sí misma. No hay sustanciosas novedades en cuanto a sonido ni a concepto. Al igual que en “Kondaira eder hura”, de 2021, y “Ardoretua”, de 2023, contiene siete canciones, y como en este último, dos de ellas son en castellano y el resto en euskera. Mantiene también sus exploraciones vocales –experimentando cada vez más con los agudos– sobre una base de electrónica austera e hipnotizante que se abre por momentos a la rítmica latina. No en vano, ella siempre nombra a Romeo Santos, el rey de la bachata, como una influencia tan importante para su música como la de Siouxsie.

Lo más novedoso de este trabajo es que Verde Prato se alejó de Euskadi y se fue a grabar a Roma con el productor de techno Donato Dozzy. El influjo de Italia permea de un modo bastante sutil y se traduce, sobre todo, en el título del disco (“La vida dulce”, “La dolce vita”), lo cual entronca como una curiosa coincidencia con el espíritu del más reciente álbum de Amaral. En ambos casos, no se toma tanto el aura felliniana más hedonista y frívola del concepto de “dolce vita” como una idea de la armonía y una calma contemplativa muy ligada a la naturaleza.

Ese sentido de la felicidad serena se transmite en el mismo arranque de “Zerua”, con sonidos de viento y agua y una música que emerge purificadora, con una cualidad casi sacra, incluida una parte a capela. “En los límites del cielo / se cuelga el llanto / cae en silencio / Como una inundación se va el mal / vaciando las esquinas de manchas / A punto de nacer, aquí está el amanecer / De naranja y rosa lo ha llenado todo”, canta Arsuaga dando la bienvenida a un nuevo día. Prosigue con “Un sol claro”, celebración en similar tono de una paz enmarcada en una playa, bañada por el mar y los rayos UVA, con el tacto de la arena y las rocas, y que transmite con una inocencia y una concisión abrumadoramente directas.

En realidad, parece que hay dos temas troncales en el disco: uno es el mostrado hasta ahora y el otro tendría un trasfondo más político, pero tratado desde lo personal. Sobre una melodía más amable y juguetona, “Bihot irautzaileak” (“Corazones revolucionarios”) habla sobre la lucha por ser libres, un concepto muy abierto que para ella tendrá un sentido claro, pero que cada oyente puede otorgarle el suyo. “Solita”, la de ritmo más latino, y rematada por un manto sintético que te arrastra consigo, es una reivindicación de la autonomía, contra las condescendencias y los paternalismos, que se puede circunscribir tanto a las opciones vitales cotidianas como a su propio concepto artístico de “one woman band”.

“Ez dut behar” es la que muestra tonalidades más oscuras y agrestes. En ella, Arsuaga experimenta con unos juegos vocales que me recuerdan un tanto a Anari, aunque llega aún más lejos en ese sentido con “Loria”, doblando y manipulando su voz hasta construir una polifonía que busca el misticismo (“Gloria” es la traducción del título) y, al mismo tiempo, contiene un aura dream pop, no demasiado alejada del espíritu de Cocteau Twins o Dead Can Dance.

Finaliza la que tal vez sea la más inesperada del disco. “Bizita eztia” comienza como una balada con guitarra acústica, muy cálida, y va añadiendo capas instrumentales que la revisten de un aura más preciosista, mientras que la letra termina llevando la experiencia vital individual al colectivo. Si el álbum se abría con el amanecer, este es un canto al dulce ocaso. “En las últimas horas del día nos esperará en el borde / Y si alguien pensara que es una ilusión, que crea en ella / Atrapa lo que es nuestro, lo más bello, lo más dulce / atrapa la vida / Al coger el primer respiro en los pulmones / va el aire de todos en esa corriente de sangre / cada latido es el de todos” son las hermosas palabras finales de un álbum definitivamente sanador. ∎

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