“Provinciana está dedicado al lugar gris que habitamos y a las personas que lo habitan con nosotras: que lo entienden, respetan, cuidan y sufren. Está dedicado también a quien reniega de él al irse y al que lo hace sin llegar a huir nunca de él. A quien nos lo roba, abusa de él y al que llega para pervertirlo. Todos los sucesos en su gris transcurren dentro de un decorado de grúas, chimeneas y balizas; una belleza de la que nos enorgullecemos y que nos envenena lentamente al respirar. Un yunque forja el martirio de este lugar de doscientas toneladas de hierro fundido con tristeza, un lugar en el que nunca termina pronto el invierno”.
Este texto, escrito por Viuda en la contraportada de su primer álbum a modo de declaración de intenciones, ya explica todo lo que hay que saber sobre su espíritu y contenido. El cuarteto gijonés, integrado por Marta Candás (voz y letras), Elisa G. Gómez (teclado, guitarras, segunda voz, producción y mezclas), Sara Rego (bajo y diseño) y Eva Llavona (batería y fotografías), ya había apuntado cosas muy interesantes en su primer EP, “Viuda”, de 2021. También en los temas que fueron esparciendo entre 2022 y 2023 (“Alleraná”, “Costumbrismo” y “Una de mieu”), pero este larga duración tiene un poso más serio y profundo, una narrativa muy enfocada cuyo impacto es importante.
La primera impresión que recuerdo de ellas, al verlas en directo, era esa idea de post-punk con castañuelas, de sonido oscurantista en convivencia con el influjo de la copla y la tierra. En vez de disimularlo, ellas lo ponían sobre la mesa al versionar sin complejos a Parálisis Permanente y Las Grecas en un mismo concierto. Pero no había en ello ironía, no había chanza para la guasa ni un postureo posmoderno. Al contrario: sobre el escenario, daban miedo. Aún me acojona esa pose amenazadora de Marta Candás y esa voz que cumple lo que ella, en una entrevista reciente, decía buscar: dejarte como un colador a navajazos. Es la suya una actitud de reivindicación y autodefensa. Se ve en su nombre, Viuda, y en muchos de sus títulos de canciones: “Ramera”, “Satánica y de Carabanchel”, y ahora “Provinciana”, “Mala”, “Quincallera”, “Cigarreres”… Se reapropian de términos vejatorios o condescendientes para lanzártelos con orgullo en tu cara. También hay mucha sororidad en el contenido, y una empatía que comparten tanto con quien resiste como con quien se niega a pudrirse resistiendo, como la protagonista de “Provinciana” (la canción): “Salió de casa pero volvió al nicho para morir / Espero que entre gente y ruido eterno seas tan, tan feliz / Mas allá hay más que amar / Un piti a la puerta, la wurli y speed / Huyo del barrio, me voy a Madrid”.
A lo largo del disco, aparecen también varios extractos de grabaciones en off muy significativas: un fragmento de la tonada tradicional “Al pasar por el puertu”, de Obdulia Álvarez ‘La Busdonga’ (registrado en 1929), en “Intro II (Parque de Carbones)”; la voz de Fredesvinda Sánchez, ‘La Tarabica’ –pescadera legendaria del barrio de Cimadevilla–, en “Cigarreres”; o los “audios ininteligibles de personas enfadadas” (sic) que resuenan al final de “El pastor”. El valor no solo viene dado por otorgar, digamos, cierta credibilidad etnográfica, sino, sobre todo, por afianzar la narrativa del disco. Hay en ella como una psicogeografía que aúna los fantasmas del pasado con los del presente. En las canciones aparecen datados constantemente nombres de lugares y fábricas: Ence, Aceralia, el Musel, Aboño, La Campa, La Plaza, La Térmica, el Piles… para mostrar una verdad apegada a la tierra, el humo y las ruinas industriales, a la soledad, a una melancolía congénita y a esa opresión de la que los personajes no se pueden desapegar. De fondo, a un clima social transversal, que nos atraviesa a todxs (la precariedad, el nuevo paisaje turisficador) y, en el centro, mujeres trabajadoras deslomadas en cuerpo y alma, como la protagonista de “Piel (La Térmica)”: “Cocinando, santería, sabe amargo, cal ceniza / Arropada en azufre y zinc, un velo naranja bajo su nariz / Y si algún dia respiró, ese día no es hoy”.
Viuda toman el folclore para no caer en el folclorismo ni en la autocomplacencia que se suele asociar al orgullo de pertenencia, miran hacia donde casi nadie quiere mirar. Pueden sonar como un grupo siniestro en el que predominan los teclados sobre las guitarras para crear otro tipo de agresión, pero la personalidad de su discurso se sitúa por encima de cualquier intento de revivalismo esteticista. Lo cual tampoco implica que su estética DIY sea descuidada ni mucho menos. La magnífica identidad visual que han mostrado en todas sus portadas se encuentra aquí en alianza con el escultor David Martínez Suárez, autor del altar que se ve en cubierta, para simbolizar estos 25 minutos de fuego y rabia. ∎