Después de décadas rehuyendo la etiqueta country a pesar de la circulación innegable del género por sus venas desde sus mismísimos inicios, Wilco finalmente lo abrazan nominalmente en un disco que por supuesto –guárdense sus sombreros, que no cunda el pánico– no es para nada un repertorio convencional de temas de country añejo; incluso parecerían negarle al género medrar propiamente en el estudio, consecuencia inevitable de su duradero empecinamiento por el eclecticismo y la exploración. El resultado es una obra de country quizá no cruel, pero sí sincrético: una hora y cuarto de interacciones maleables que recorren territorios sensoriales diversos, desde paseos por cálidos senderos hasta melancólicas contemplaciones desde lo alto de despeñaderos. En otras palabras, el resultado es un disco de Wilco. Y, si bien una apuesta por un álbum doble está condenada a poner a prueba la paciencia del oyente y, por ende, invita a discusiones sobre la necesidad de tanto material, una escucha atenta revela que se ha llevado a cabo una estudiada labor de secuenciación, repartiendo las diversas tipologías de canciones de manera que ningún tramo del disco se quede estancado en un sonido en exceso anodino.
¿Y cuáles son esas tipologías? Para empezar tenemos una ración justa de folk intimista protagonizado principalmente por Jeff Tweedy en su impulso más minimalista, con diversos grados de ornamentación: en “Ambulance”, uno de los temas más al desnudo, lo acompaña una segunda acústica; en “The Universe”, la crudeza despojada de virguerías acaba siendo recubierta de una ominosa capa de sintetizador al borde de mutar en una sección de cuerda; o en “The Plains”, donde Tweedy cierra el álbum con un rasgueo en su más ínfima expresión sobrevolado por unos ruidos atmosféricos que recuerdan al paso de nubarrones por encima de las epónimas planicies. Estas piezas, que cuadrarían perfectamente en “Love Is The King” (2020), su último álbum en solitario, aquí sirven para oxigenar el repertorio en puntos concretos.
Ya que, desde luego, este es uno de los álbumes más colaborativos de los Wilco de los últimos años, y es en los temas más cargados donde brilla esta interacción entre miembros en el estudio. Por un lado tenemos muestras de chamber pop pasado por el filtro del mencionado country en grados dispares: la sombría “The Empty Condor”, con una base rítmica obstinada y ese raspeo de guitarra acústica que amenaza con descuajaringarse en cualquier momento; “Hints”, con la irrupción final de crepusculares apuntes de slide; “Tired Of Talking It Out To You”, con un clásico Tweedy arrastrando las palabras, discurriendo por encima de unos punteos en extremo melódicos; la inquieta “Mystery Binds”, con un gancho guitarrero en efecto misterioso; “Story To Tell”, quizá el sonido más típico de los Wilco de principio de siglo, con un organillo de regusto muy sintetizado para aportar color a la mezcla y un estribillo coral donde Tweedy alcanza sus cotas más agudas; o “Tonight’s The Day”, que se alza sobre un groove irresistible (trazado por el persistente bajo de John Stirratt y el delicioso juego de baquetas de Glenn Kotche) e incluye un par de mágicas irrupciones de un arpa titilante.
Hay también lugar para un par de hoedowns de espíritu rústico y bailoteo de instrumentos de cuerda persiguiéndose unos a otros, degustaciones de vibrante folk rock elástico que nos harían pensar en los Sadies. “Falling Apart” o “A Lifetime To Find” son los ejemplos más claros de esa tendencia twangly, mientras que las armonías de “Bird Without A Tail” podrían sonar como una versión más melancólica y severa de los Byrds tardíos. Ese tema tiene la particularidad de metamorfosearse en un abrumador paraje sónico de country instrumental antes de volver a irrumpir con sorprendente fluidez el estribillo anterior, que ya se daba por perdido. Ese afán por la experimentación controlada también puede hallarse en “Many Worlds”, que arranca como la pieza más abiertamente melodramática del disco (la pronunciación casi moribunda de Tweedy guiada por un trágico piano y envuelta en un sintetizador salido del cielo nocturno) para luego evolucionar hacia uno de los momentos instrumentales más brillantes de la historia del grupo: cuatro minutazos de jam relajada constituida por un duelo de guitarras urdiendo una anonadante telaraña de melodías y emociones. ¿Country-ambient o southern rock setentero desacelerado y propulsado al espacio exterior?
Que el tapete de encaje de la portada no enajene a nadie, pues. El álbum está indudablemente marcado por la tradición sónica que precede y alimenta al grupo, pero también hay sitio para la artesanía imaginativa y el torcimiento de las raíces proverbiales. Sin entrar directo al panteón de sus grandes obras –no siempre lucen las habilidades compositivas de Tweedy, con demasiadas ideas indistinguibles que pueden llegar a frustrar; ni la gestión de su voz, a veces monótona–, “Cruel Country” es un espacioso establo extremadamente bien cimentado a nivel de producción y probablemente su muestrario de temas más interesante de los últimos diez años. ∎