“If you wanna be brave, first you gotta be afraid, nigga”: así es como Yaya Bey empieza “wake up b*itch”, la canción que abre “do it afraid”. Su sexto disco de estudio es una entrega más en su universo de neosoul, a la vez que se acerca a la vieja escuela del rap clásico que le inculcó su padre, Grand Daddy IU. Bey presenta el álbum como una reclamación de su propia historia, un trabajo geminiano en su forma y fondo, en el que conviven la crudeza del dolor con la evasión onírica. De ahí el vaivén emocional y estilístico: puede escupir versos con furia desbordante, como en el arranque o en el combativo “breakthrough”, y de pronto deslizarse sin fricción hacia la delicadeza de “a tiny thing that’s mine”, una balada casi a capela. Es como si Bey estuviese revisitando toda su discografía y contando todo aquello que había ocultado hasta el momento: “I an’t been real with myself”, rapea en “choice”, con la que cierra el disco. Así, hacerlo con miedo se refiere a atreverse a mirar hacia adentro más allá de los ornamentos bonitos de jazz.
Producido por Yaya Bey junto a BADBADNOTGOOD, “do it afraid” es un álbum que encarna la dualidad de la de Brooklyn: entre lo que muestra y lo que esconde, o entre lo que ha dicho y lo que realmente piensa. Esos conceptos opuestos también pueden verse representados en la dureza de las partes de rap en contraste con aquellas en las que predomina el soul. Sin embargo, en esta ocasión, Bey da un paso más allá hacia la nostalgia: desligándose de la diáspora afroamericana o de aquellos géneros que, por lazos familiares, ha escuchado desde que era pequeña, se atreve a homenajear otras manifestaciones artísticas igualmente importantes en su imaginario, pero menos exploradas hasta el momento. “real yearners unite”, una balada amorosa de textura ingrávida, añade un guzheng (una especie de cítara tradicional china); “merlot and grigio”, junto a Father Philis, es un calipso trinitense que recuerda a las steel bands de la isla en los carnavales del siglo XX, mientras que “dream girl” es un synthpop que añora los ochenta tardíos. En una época en la que el R&B a menudo cae en fórmulas de moda y se deja arrastrar por microtendencias dentro del pop masivo, Yaya Bey decide reescribir una carta de amor al género, justamente alejándose de este y encontrando los puntos en común que puede tener con el Caribe, el acid jazz o incluso el trip hop.
Tradicionalmente, Bey ha empleado el rap como vehículo para proyectar una imagen de confrontación, mientras que las canciones que orbitaban en torno a los arreglos de jazz eran mucho más emocionales. Esta dicotomía performativa, que establecía un claro paralelismo entre forma y contenido, se ha desplazado en su nuevo trabajo, en la que ambas modalidades expresivas se solapan y mutan de función. Bey rapea sobre padecer “esta mierda de depresión” en “wake up b*itch” o sobre que “el alquiler es demasiado alto” y “los salarios demasiado bajos” en “Bella noches pt. 1”. Mientras tanto, en otras de armonía más onírica como “in a circle” se atreve a decirte que “si tienes algún problema” [con ella], entonces “es cosa tuya”. Esta evolución puede interpretarse como resultado de una reconciliación de la identidad de Bey con su pasado y su presente, lo que se traduce en un discurso más complejo en el que las categorías ya no son rígidas. Si caben el calipso y el dream pop en un disco de jazz, ¿por qué no puede maldecir a toda tu familia con una voz angelical?
Criada en Brooklyn como hija de una escena profundamente atravesada por la experiencia afroamericana, Yaya Bey siempre ha sabido habitar los géneros que la tradición (familiar, cultural, racial) le ha legado, como el soul, el jazz o el rap. Ahora, sin embargo, incorpora otras manifestaciones hasta el momento ajenas, sin que por ello se resienta la coherencia expresiva del conjunto. Todo encaja dentro de una gramática sonora tejida en torno a armonías de jazz y a una sensibilidad que desactiva cualquier frontera formal. Así, más que apropiarse de otros estilos, los transforma: en su mundo, todo suena a Yaya Bey. ∎