El mes de junio se expandían por la zona angloparlante de Instagram los memes de American Girl Dolls, una colección de muñecas clásicas que tienen una personalidad para que cada niña pueda encontrar aquella con la que se siente más identificada. Después de dar pistas en el pride month de que una de sus muñecas podría ser lesbiana, para mantener su fandom central –al ser un juguete comprado mayormente por amas de casa conservadoras para sus hijas– la compañía de American Girl se vio forzada a emitir un comunicado diciendo que Molly era muy heterosexual. Los creadores de contenido de Instagram reaccionaron publicando posts de “necesitamos una ‘american girl’ que…” más una situación hiperespecífica que exigía ser representada. Necesitamos una muñeca American Girl que come el queso rallado directamente de la bolsa con sus manos. Necesitamos también una muñeca American Girl que pegó la salmonela a todo su grupo de amigas cocinando con su microondas de juguete.
Los memes de Little Miss siguen esta estela, pero han conseguido saltar las aguas del Atlántico y por una razón u otra han encajado mejor en la comunidad de habla hispana. La estructura es la misma en ambos memes, los chistes se repiten, pero lo que resulta una ventaja para su viralización –la brevedad del texto en el caso de Little Miss y Mr. Men– es también una desventaja para crear un punchline digno.
La creadora de vídeos de TikTok Chef Pii utiliza la red social para vender su Pink Sauce –mantenemos el nombre original para que no se confunda con lo que conocemos por salsa rosa–, una mezcla de mayonesa, fruta del dragón –de la que toma su color y nombre–, vinagre, ajo, chili y miel que se usa como salsa para untar otras comidas. Es la salsa que el auge del Barbiecore por el que estamos pasando merecía. Por 20 dólares la botella, uno puede probar el nuevo producto viral de TikTok, que se ha hecho famoso primero por su llamativo color rosa fosforito, y pocos días después por causar indigestión a buena parte de los que han intentado probarlo.
Las red flags estaban ahí: parece mentira que con los años que llevamos en la red haya que decir que no se debería comprar comida online a sitios sin garantías de control sanitario. Las alarmas saltaban cuando Chef Pii subió un vídeo donde mandaba la Pink Sauce desde su Florida natal a otras partes de Estados Unidos por correo ordinario y sin ningún tipo de refrigeración. Viniendo de una plataforma cuyo primer salto al mainstream fue por un challenge en el que los niños comían pastillas de detergente, no nos extrañaría que las indigestiones de los últimos días propulsasen las ventas de Pink Sauce hasta el cielo.
Twitter funciona por olas temáticas que se van poniendo de moda y dejan de estarlo con el tiempo: cuentas de pantallazos de series y programas out of context, tuits de famosos explicados o las cuentas paródicas de macrovillanos como Kim Jong-un o el coronavirus. Este año es el de las cuentas con materias muy específicas que hacen recopilaciones de contenido, tanto de TikTok como de archivos profundos de internet: animals going goblin mode, rare insults, chaotic nightlife photos, toilets with threatening auras…
Parece que este tipo de cuentas afloran por la necesidad de dar equilibrio a la era post-síndrome de transtorno de Trump, un respiro a la fatiga causada por noticias superiores a nosotros: la guerra, el cambio climático, el precio de la gasolina. Twitter puede ser una plataforma que por su naturaleza gravite hacia el feed de noticias, pero las ganas de escapismo del ser humano son capaces de hacer del humor protagonista en cualquier esquina de la red.