El juego de las sorpresas.
El juego de las sorpresas.

Eurocopa 2021

Las 5 campanadas más sonadas de la Eurocopa

La Eurocopa cumple 60 años. Como dijo en una ocasión Paul Auster, el fútbol es el milagro que le permitió a Europa odiarse sin destruirse. Una competición con una trascendencia que va mucho más allá del mero hecho deportivo. Durante estas seis décadas se han disputado 15 ediciones en las que se han producido resultados de todo tipo. Alemania y España encabezan el palmarés con tres títulos para cada país, pero ha habido algunos campeones sonados, inesperados, que han puesto patas arriba el continente. Repasamos, de la mano de Heineken®, las cinco mayores campanadas de la historia de un torneo tan apasionante como la Eurocopa.

La primera vez

En el año 1964 se disputó la segunda edición de la llamada Copa de Europa de Naciones, para la que hubo un gran aumento de inscripciones. Hasta doce países que no disputaron la Eurocopa del 60 solicitaron su participación en el torneo, lo que hizo que se tuviera que jugar una ronda clasificatoria previa a los octavos de final. España se encontraba en pleno régimen franquista y el fútbol era de las pocas vías de escape que tenía la gente para recuperar algo de ilusión. El combinado nacional contaba con jugadores de la talla de Luis Suárez, Lapetra, Amancio o Iribar, pero venía de cosechar pocos éxitos en el pasado y su dinámica no invitaba a ser precisamente optimistas en aquel torneo. El sistema de competición sería el mismo que en la primera edición, con eliminatorias a doble partido hasta conocer los cuatro semifinalistas, de entre los que se designaría la sede para la fase final. Tras las rondas previas, la UEFA decidió que fuera España el país que organizara las semifinales. Se estableció que en Madrid se jugara el choque entre los anfitriones y Hungría y que en Barcelona se disputara el cruce entre Dinamarca y la vigente campeona, la Unión Soviética. La semifinal jugada en el Bernabéu entre España y Hungría fue apasionante y muy igualada. Tras el empate a uno del tiempo reglamentario, Amancio Amaro logró meter al combinado español en la primera final de su historia en el minuto 113 de la prórroga. Por el otro lado, los soviéticos, con goles de Voronin, Ponedelnik e Ivanov, no pasaron apuros para derrotar a Dinamarca y repetir final por segunda Eurocopa consecutiva. Lo que sucedió en la final se inscribe en letras doradas en los libros españoles de historia. Contra todo pronóstico, el combinado dirigido por José Villalonga se impuso por 2-1 a la todopoderosa URSS: cuando el partido parecía condenado a la prórroga, con empate a uno en el marcador, un cabezazo de Marcelino, a falta de cinco minutos para la conclusión, dio el primer trofeo de su vida a España, que tendría que esperar 44 años para repetir ese éxito con la generación dorada comandada por Luis Aragonés en la Euro 2008.

Contra pronóstico, el primer gran éxito de España en la Eurocopa. Foto: Gianni Ferrari (Getty Images)
Contra pronóstico, el primer gran éxito de España en la Eurocopa. Foto: Gianni Ferrari (Getty Images)

Un penalti eterno

Belgrado, 1976. Novena pena máxima de la tanda de la final. Antonin Panenka, líder de la selección de Checoslovaquia, coloca el balón en el punto de penalti y se aleja lentamente de él para tomar impulso. Se coloca fuera del área, a unos siete metros del esférico. Alemania Federal acaba de fallar su lanzamiento y la final está en los pies del bigotudo checo. El árbitro hace sonar su silbato y Panenka sale veloz hacia la pelota. Parece dispuesto a reventar la portería defendida por Sepp Maier, el mejor portero del mundo. Pero, un instante antes de que su pie derecho conecte con el cuero, y con el silencio atronador de las gradas del pequeño Maracaná, el centrocampista checoslovaco se frena de repente, deteniendo el tiempo, para picar el balón antes de que dibuje una parábola suave e insolente. Maier ya estaba derrotado en el suelo cuando la pelota entró burlona, a media altura, por el centro de la portería. Checoslovaquia ganó su primera Eurocopa y Panenka pasó a la historia del fútbol con el penalti más contracultural de todos los tiempos. Fue el triunfo de David contra Goliat. Un triunfo que enseñó que, si uno es valiente y descarado, a veces lo imposible se puede hacer realidad. Y es que la gran favorita para llevarse aquella Eurocopa era la selección de la República Federal de Alemania. Los Beckenbauer, Wimmer, Maier, Vogts o Uli Hoeness venían de ganar la anterior edición de este torneo y también el Mundial de 1974. Pero la teórica superioridad alemana no quedó reflejada en el terreno de juego. El certamen estuvo marcado por la gran igualdad en todos los encuentros de la fase final. En la semifinal, Checoslovaquia se enfrentó a la Holanda de Cruyff y Neeskens, que había sido un rodillo hasta ese momento. Pero Panenka y sus amigos ganaron por 3-1 a La Naranja Mecánica y evitaron que se repitiera la final del Mundial’74. En la final hubo una parte para cada equipo. Los jugadores de la RFA tuvieron que remontar un 2-0 para ir a la prórroga y después a los penaltis. Tras siete tiros perfectos, Hoeness falló su disparo y dejó en bandeja de plata a Panenka la oportunidad de entrar en la historia del fútbol. Un triunfo memorable y un penalti eterno.

El penalti eterno de Panenka. Foto: Karl Schnörrer (Getty Images)
El penalti eterno de Panenka. Foto: Karl Schnörrer (Getty Images)

Triunfar en bañador

Este es un relato increíble. La Eurocopa del 92 se disputaba en Suecia y sería la última que solo disputaran ocho equipos. España no estaba clasificada y tampoco Dinamarca, pero sí Yugoslavia. Sin embargo, la guerra que vivía el país precipitó que el combinado balcánico quedara fuera del torneo y se incluyera de urgencia a la selección danesa. El problema para la federación del país nórdico fue que la mayoría de sus futbolistas se encontraban disfrutando de las merecidas vacaciones veraniegas, dispuestos a ver la Eurocopa por la televisión. A algunos futbolistas costó días localizarlos, pero finalmente el seleccionador Moller Nielsen pudo contar con el grueso de sus mejores jugadores, como Brian Laudrup o Peter Schmeichel. No así con la estrella del equipo, Michael Laudrup, quien quedó fuera por su mala relación con el técnico danés. El preparador escandinavo arengó a aquellos chicos que llegaban con el bronceador en la maleta para que supieran que no iban a Suecia de vacaciones, sino a ganar el torneo. Pocos le creyeron. Menos aún tras los dos primeros partidos de la fase de grupos, en los que empataron sin goles contra Inglaterra, primero, y perdieron después por un escaso 1-0 contra la anfitriona. El último partido frente a Francia debía haber sido el que los devolviera a las playas en las que días atrás se encontraban, pero la inesperada victoria por 2-1 los puso en semifinales como segundos de grupo, acompañando a Suecia. En el otro grupo asomaban los cocos: Países Bajos y Alemania. Dinamarca se las vio contra los holandeses, que eran los favoritos y vigentes campeones, con el trío formado por Gullit, Van Basten y Rijkaard y con el joven Bergkamp. Los de naranja pecaron de exceso de confianza y tuvieron que remontar el 2-0 para forzar los penaltis. Entonces emergió la figura de Peter Schmeichel, que detuvo el penalti de Van Basten y aupó a los suyos hasta la gran final. Para Dinamarca aquel hito ya era un premio más que preciado después de todo, ya que pocos apostaban por ellos contra la gran Alemania de Berti Vogts. Sin embargo, la poca presión que tenían los escandinavos contrastaba con la que sí tenían los teutones, y esa circunstancia terminó por decantar la balanza. Los goles de Jensen y Vilfort dieron el primer y único éxito de su historia a Dinamarca, que ganó aquella Eurocopa prácticamente con el bañador puesto.

La sorpresa de las sorpresas: de la playa a entrar en la historia. Foto: Shaun Botterill (Getty Images)
La sorpresa de las sorpresas: de la playa a entrar en la historia. Foto: Shaun Botterill (Getty Images)

El milagro de Charisteas

En la final de 2004, Angelos Charisteas se elevó por encima de todos los portugueses que le rodeaban para martillear el balón con la cabeza y obtener un pase a la inmortalidad para los 23 jugadores que lograron el mayor éxito en la historia del fútbol de Grecia. Mónaco y Oporto acababan de verse las caras en la final de la Champions. El Valencia de Benítez le había birlado una Liga al Madrid de los “galácticos”. El Barça cerraba otra temporada en blanco: 1825 días seguidos sin oler títulos. Demasiadas señales como para no haber intuido que la Eurocopa de aquel año también iba a destrozar pronósticos. Y eso que al torneo de selecciones más importante de Europa llegaban equipos consolidados, empezando por la vigente subcampeona del mundo, Alemania, y terminando por la anfitriona, que sumaba un jovencísimo Cristiano Ronaldo a la vieja guardia formada por Carvalho, Figo o Deco. Solo un oráculo podría haber pronosticado lo que ocurrió después: el partido inaugural iba a enfrentar a los mismos equipos que el último. Con idéntico signo, además. Grecia se había impuesto 1-2 a los lusos en la fase de grupos e hizo lo mismo, pero por 0-1, en la gran final disputada en Lisboa. Un torneo capicúa que siempre será recordado por la inesperada gesta helena, equipo que fue de menos a más en el torneo, venciendo a todos sus rivales por la mínima: pasó sufriendo como segunda de su grupo; eliminó en cuartos a una de las candidatas, Francia, por 1-0; en semis, se deshizo por el mismo resultado de otra de las sorpresas, como era la recordada República Checa de los Poborsky, Smicer, Koller o Baros, y jugó esa final ya sin nada que perder. También fue un torneo que encumbró al propio Milan Baros, con solo dos tantos en toda la temporada con el Liverpool, como máximo goleador; y que confirmó al veterano griego Zagorakis como MVP absoluto. Pero por encima de todo, esta fue la Euro que ensalzó a Charisteas a la categoría de deidad griega, siendo el responsable de la tragedia lusa con el gol de la victoria. 2004 es definitivamente el refugio al que acudimos cuando necesitamos coger aire ante la previsibilidad futbolística de nuestros días.

Grecia y la rebelión de los modestos. Foto: Pressefoto Ulmer (Getty Images)
Grecia y la rebelión de los modestos. Foto: Pressefoto Ulmer (Getty Images)

Ganar sin ganar

La última edición de la Eurocopa, la de 2016, tuvo un desarrollo inverosímil. Portugal se hizo con el trofeo ganando solo uno de sus siete partidos en el tiempo reglamentario. Una locura. Los portugueses se presentaron en el torneo con una buena plantilla, con nombre como Pepe, Nani y, sobre todo, Cristiano Ronaldo, pero no eran favoritos. Les tocó en un grupo a priori fácil que a la postre no lo fue tanto. Empataron los tres partidos que jugaron contra Hungría, que acabó primera, contra Islandia, que fue la gran sensación, y contra Austria. Los lusos superaron ronda como mejores terceros con tan solo tres puntos. En las eliminatorias su nivel de tacañería se mantuvo idéntico: en octavos, se pasaron el partido defendiendo y derrotaron por la mínima a Croacia en la prórroga; en cuartos, necesitaron de los penaltis para quitarse de en medio a la Polonia de Lewandowski; y en semis, vencieron 2-0 a Gales, en el único partido que supieron ganar en 90 minutos. Aquel equipo dirigido por Fernando Santos llevó a la máxima expresión la ley del mínimo esfuerzo. Cuando en una ocasión le preguntaron al seleccionador por el pobre juego de los suyos durante la competición, se limitó a contestar: “Pero gané…”. Poco importaba la belleza exigua del camino si en la meta esperaba una copa tan deseada desde que se les escapara contra Grecia en el torneo disputado en su casa. En París esperaba Francia. Los de Deschamps eran favoritos, jugaban en casa y venían de convencer jugando un fútbol más que vistoso y ganando holgadamente a Alemania en las semis. Jugadores como Payet o Griezmann estaban llamados a poner la guinda a su gran torneo y levantar el tercer entorchado europeo para los galos. Pero nada más lejos de la realidad: aquella final también esperaba un desenlace surrealista. Cristiano Ronaldo debía haber sido protagonista en el césped, pero lo fue en el banquillo: se lesionó al principio del encuentro y se convirtió en el icono de aquella noche por sus aspavientos y enérgicas consignas desde la banda. El partido volvió a terminar sin goles y desembocó en la prórroga para desesperación francesa. Entonces apareció la figura de un actor secundario, absolutamente secundario: Éder, un futbolista que apenas había sumado algunos minutos durante aquellos días, emergió para dar un zarpazo desde fuera del área y dejar boquiabierto a todo el mundo del fútbol. Esta clase de momentos icónicos son por los que Heineken® apoya esta Eurocopa 2021. ∎

Portugal y el máximo beneficio resultadista. Foto: Craig Mercer (Getty Images)
Portugal y el máximo beneficio resultadista. Foto: Craig Mercer (Getty Images)
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