La indefinición de su estilo debe tener mucho que ver con la propia idiosincrasia del grupo. Porque su formación ha sufrido idas y venidas desde sus inicios y, a primera vista, este sexteto es absolutamente heterogéneo. Su batería es Jaime Barbosa, un jevi ochentero de pantalones pitillo, camiseta de Judas Priest, pelo rizado y gafas de metal dorado. Pablo “Admin” Prieto es el bajista y al parecer también administrador de su cuenta en X, autor de unas entradas que no tienen desperdicio. Pablo Mendoza toca la guitarra y podría pasar por uno de los miembros de The Strokes. Juan Pablo Juliá es el segundo guitarrista. Laura de Diego es su teclista en la actualidad. Antes de ella lo fue Jacobo Piñeiro, también productor de las primeras maquetas y quizá responsable del sonido de sintetizador tan característico de aquellas primeras grabaciones. Álvaro Rivas es su cantante; últimamente se le ve luciendo diferentes camisetas de fútbol pero al parecer es forofo del Real Madrid, tiene cierto deje filosófico e interesante y en sus entrevistas igual cita a Jung que a Nietzsche. Su forma de cantar es absolutamente peculiar, entre la desgana y la chulería madrileña, y una vez escuchada no se olvida. Yo lo definiría como un Liam Gallagher ilustrado.
El grupo se montó en 2019 y las canciones que tocaron en su primer ensayo fueron “Perlas ensangrentadas”, de Alaska y Dinarama, y “Boys Don’t Cry”, de The Cure. Los postulados sonoros ochenteros parecían estar claros desde el primer momento. Ya hemos dicho que su primera maqueta los mostraba como un grupo de post-punk de sintetizador con letras urbanitas y deje lo-fi. En los cuatro años que nos separan de aquello, su estilo se ha abierto a un pop de regusto oscuro que en primera instancia les haría emparentar con bandas pretéritas como Décima Víctima, Derribos Arias o, de algún modo, La Mode, además de con fuentes foráneas como Joy Division y, por momentos, a otras más recientes como Shame.
Ya hablábamos antes de lo peculiar de sus letras. En ellas encontramos un universo propio que navega entre lo chabacano y lo cultivado con inusual facilidad. Soflamas futboleras conviven con frases sacadas de textos del escritor decimonónico francés Léon Bloy, encendido defensor del cristianismo político. También dejan caer aquí y allá versos de denuncia social que a veces se incluyen de manera soterrada y otras de forma más explícita, sin que resulte nunca demasiado evidente. Lo suyo es una especie de reivindicación del sentimiento barrial ilustrado, donde lo popular pesa tanto como lo intelectual. Podríamos enmarcar este estilo lírico referencial en un corpus que reuniría por igual a Fernando Alfaro, Antonio Arias, Pepe Risi, Fernando Márquez “El Zurdo”, Rosendo y J Planetas.
Pero, aunque la avalancha de nombres sea inevitablemente necesaria para describir a Alcalá Norte, lo cierto es que lo que transmiten con sus canciones es frescura, talento y naturalidad, tres cualidades que los hacen destacar por encima del grueso de eso que, en los corrillos de la industria musical, se da en llamar “artistas emergentes”. Su primer disco ha venido precedido de tres canciones que han acrecentado la expectación sobre el estreno en largo de la banda: “Supermán”, un chute de energía de nervio punk; “Los chavales”, post-punk sin ambages, y “La vida cañón”, su GRAN canción hasta el momento, la que creo que está llamada a celebrarse con jolgorio en sus conciertos y que tiene todas las cartas para permanecer en su repertorio de directo durante más tiempo.