Empezamos la charla con el veteranísimo Mark Cunningham (guitarra y trompeta) –llegado a la Ciudad Condal a principios de los 90 después del auge y desintegración de la movida no wave en Nueva York– y el similarmente experimentado Kike Bela (bajo) –artífice del emo de Tystnaden y el art rock rarillo de Le Fou, y poseedor de una amplia experiencia como gestor cultural–, mitad del cuarteto sangrante que completan Lluís Rueda (guitarra) y Marc Eugeni (batería), este último sustituyendo a Càndid Coll tras los parches. Abordamos qué desmarca a “Root 7” (Foehn, 2022) –a primera escucha menos abrasivo, aunque no por ello menos intenso– de sus anteriores discos. “El proceso es lo que quizá marca la diferencia”, empieza Mark, “pues planeamos el disco como algo integrado, no tanto una colección de temas que habían surgido en distintos momentos y que luego recopilamos. Partimos con la idea de una especie de suite, y creo que el resultado final representa bien nuestro momento artístico, la versión 20-21 de la banda”. Según Kike, en el transcurso de los últimos tres-cuatro años llegaron a componer un disco entero que “destruyeron” porque creían que no tenía “alma”: “Hemos estado buscando mucho el alma, y creo que la hemos ido hallando con esta coherencia entre las piezas de este álbum. Después de demostrarnos en discos anteriores que podíamos desarrollar composición a partir de la abstracción, aquí tomamos la idea de romper con la dinámica de hacer un cajón de piezas sin conexión entre ellas”. También subraya el cambio “impepinable” de baterista: “Si bien Càndid aportaba un grado de cadencias extrañas y rotas, Marc, a quien dimos toda la libertad del mundo, ha aportado una parte rítmica que nos ha fascinado y nos sigue despertando sensaciones en los directos”.
El título completo del disco –“Root 7 (7 arrels 9 ombres)”– es indicativo del concepto creativo que alimentó su gestación. Las nueve sombras son los nueve temas que completan el álbum. “Anteriormente sucedía con naturalidad que alguien concreto iniciaba una idea musical”, comenta Mark. “Pero en este caso hicimos de este reparto del trabajo algo más sistemático: cada uno de nosotros traía una idea, por ejemplo una parte instrumental, y empezábamos una improvisación dirigida por el iniciador, que luego iba tomando más o menos estructura dependiendo del tema”.
En lo referente a los títulos, aquí están todos sacados de obras literarias, dotando al conjunto de cierta cohesión, y se decidieron generalmente al final: a la hora de volver a escuchar lo grabado, se hallaba la imagen que mejor se identificara con la música. Kike señala que Mark cuenta ya con una “cosmología, una nomenclatura de conceptos de narrativa propia que siempre ronda por ahí; el tema de las raíces, la sangre, la oscuridad, etc.”.
Además, la decisión de trabajar el disco como un todo conceptual también se debe a su residencia en un espacio de arte, la Fàbrica Fabra i Coats. Allí llevan cuatro años y reconocen que ha sido una ayuda crucial. “A veces se nos pide que especifiquemos lo que hacemos para así poder desarrollar el proyecto y obtener subvención, lo que ha supuesto un esfuerzo añadido”, explica Kike. Lo particularmente “mágico” de este ímpetu adicional, concluye, es que “las ideas han salido de cada uno de nosotros y creo que inconscientemente hemos tendido a regresar a nuestras propias raíces como melómanos, hemos rebuscado en nuestro baúl de bandas preferidas, algunas clásicas, para encontrar inspiración”.
Escuchando el disco desde luego resuenan tanto ecos de rock más convencional como corrientes más inclasificables. ¿Diríais que como grupo tenéis gustos muy distintos?
Mark: Sin duda hay mucha variedad de influencias, en parte porque pertenecemos a generaciones distintas. Cuando empezamos, lo que nos unificaba era la influencia del no wave. Igual por eso las primeras cosas eran más agresivas, de guitarra más frontal. Pero yo mismo estoy influido por músicas de épocas dispares, incluyendo el rock más de raíz, que es lo que solía escuchar en los 60, cuando era joven.
Kike: Todos venimos de un pasado underground. Mark procede de una escena mítica y el resto partimos de la escena alternativa barcelonesa, más bien hardcore o punk; Lluís quizás de la onda más noise. Sin embargo, ahora lo que nos une es la constante exploración de estos artistas quizá antiguos pero que vamos redescubriendo. O de nombres actuales que están buscando nuevos derroteros, con originalidad y mala leche, pero siempre con cierta belleza oscura. Hoy día la música nos viene por todas las plataformas; la prescripción la hacemos entre nosotros, las salas, los colectivos, los otros músicos… Por ejemplo, creo que en el fondo todos escuchamos mogollón de jazz aunque no lo decimos, y en nuestra música existe una tensión latente entre el jazz y el punk. Creo que Mark y yo representamos más la “línea Cunningham”; nos inquietan más los ambientes, los paisajes o bandas sonoras, y la electrónica.
Mark: Eso sí, cuando empezamos un tema nunca determinamos claramente esa influencia; simplemente surge. Hay mucha filtración y procesado de lo anteriormente escuchado. Todos estamos muy maduros como músicos y creo que nuestro punto más fuerte es la búsqueda de la originalidad, aunque por supuesto las influencias son ineludibles.
Decís que a vosotros en concreto os interesa la parte más ambiental. Hay dos pistas, “Myths Of The Near Future” y “Dimensions Of A Shadow”, quizá los temas más difíciles o amorfos, soundscapes en el sentido más estricto. ¿Cuánta improvisación y cuánta manipulación en el estudio hay en cortes así?
Mark: No hay nada de edición, nada de overdubs, todo ha sido interpretado con pocas tomas y el trabajo de estudio fue puramente de sonido, nada de montaje. Esos temas eran y son muy improvisados, pero los hemos ensayado un montón; no para dejarlos fijos, sino para tener un dominio de sus elementos. El proceso de composición empieza con lo improvisado, y luego los temas se estructuran más o menos; estos en concreto son muy fluidos, pero, al mismo tiempo, su identidad está muy ensayada.
Kike: También hay temas que los interpretamos en directo igual que en la grabación, al menos partes de ellos, hasta que acabamos hasta los huevos y terminamos modificándolos. No nos gusta repetirnos en exceso.
Antes mencionabais el jazz. “The Gun Is Loaded” es quizá la pieza más jazzística aquí. Especialmente el ritmo de la batería, pero también el bajo va un poco a su bola y la guitarra campa libre creando ruidos un poco al estilo James Blood Ulmer. Una pieza así tiene que someterse a cierta improvisación en los directos.
Mark: Bueno, como todo el free jazz, es así. No es un free jazz muy tradicional, donde normalmente hay un tema que abre la pista y luego se improvisa al respecto. Podemos hablar de free jazz en este caso porque en cada disco tenemos algún tema de este tipo, y es el único jazz con el que me identifico como músico. Mi tío era músico de jazz más convencional, por lo que siempre he tenido conocimiento del género. Pero como intérprete la vertiente que más me atrae es esta, por su libertad, naturalmente. Puede decirse que es una de nuestras marcas; pero para nosotros, igual que los otros temas, por libre que sea siempre tendrá ciertos elementos inmutables.
Quizá la diferencia entre una composición así y otras como “Tiempo de silencio” o “Angel Of The Odd” es que en esas la sección rítmica es más persistente, como si fueran un anclaje más férreo. Esta última, que tiene un poco rollo Sonic Youth tardíos de la época “Murray Street”, saca mucho partido al diálogo entre las dos guitarras. Y luego hay “A Place Of Dead Roads”, que extrañamente recuerda a The Doors.
Mark: Es cuestión de resonancias… La imaginación del oyente siempre las generará, aunque el intérprete o compositor tuviera otros referentes. Me parece que no vas desencaminado con lo de los Doors, al menos creo que Lluís tiraba por ahí con la guitarra, pero debo decir que no me gustan nada –y es algo de lo que todos se ríen– las comparaciones con Sonic Youth. Lluís es muy fan de ese grupo, está claro, pero yo preferiría que se identificara como un sonido no wave más que otra cosa; la gestión de las guitarras y su rasgueo. De hecho, en realidad esa pieza tiene raíces en la música oriental, su título provisional era “Turcodelia” y la idea inicial era canalizar una especie de psicodelia con ecos del Este.
Kike: Quería comentar que siempre nos ha gustado explorar instrumentos nuevos, aunque en este caso ha acabado siendo una reiteración instrumental del disco previo. En temas anteriores u otros proyectos cambiamos más. Algo que creo que sí hemos conseguido –y que me encanta– es que los instrumentos a veces suenen a otros: guitarras que suenan a piano, bajos que suenan a sintetizadores, etc. Es como un juego de enmascarar las cosas y así ocultar su origen.
Dado que Blood Quartet es un conjunto de vocación no tan comercial, a diferencia de otros grupos de música independiente más “vendible”, ¿cómo diríais que os ha afectado, tanto a nivel de grupo como individual, esta larga temporada de parón de la actividad cultural que representa la pandemia?
Mark: Para el sector musical, del tipo que sea, las cosas cambiaron ya hace mucho tiempo, por lo menos diez años, con la aparición del streaming. Es decir, no nos equivoquemos, el cambio en el sistema de “cómo ganarse la vida” precede totalmente a la pandemia. No sé si habrá empeorado con la pandemia, más allá de la eliminación del circuito de conciertos. Pero puedo afirmar que ha sido un período creativo para todos nosotros, individualmente. No como grupo, ya que no podíamos vernos, pero hemos grabado en solitario y hemos hecho otras colaboraciones.
Kike: Durante la pandemia tres miembros del grupo hemos sacado discos por cuenta propia. Es decir, a nivel creativo no ha sido para nada malo. Pero sí es cierto que ahora asistimos a un desajuste provocado por una mezcla de varios factores. A nivel generalista estamos entrando, supuestamente, en una fase de exorcización, no sé hasta qué punto las personas realmente quieren socializar en festivales de música lúdico-fiestera. En el caso de la música experimental, solía haber determinadas “zonas seguras” en Europa y España; espacios, festivales, recintos, etc… muchos de los cuales han desaparecido. Estamos luchando contra esta tendencia monopolística que están generando algunos actores importantes –grandes festivales o plataformas–, remando a contracorriente y todavía no hemos acabado de ubicarnos. Quizá si viviéramos en Alemania o Reino Unido estaríamos ganándonos un sueldo, pero aquí mucha gente no valora la cultura autóctona.
En esta constelación actual, ¿cómo caracterizaríais la relación con vuestras discográficas, Foehn en el ámbito nacional –que a menudo apuesta por músicas poco habituales– y Feeding Tube en los Estados Unidos, que ha editado antiguo material de Mars, el primer grupo de Mark? ¿Cómo veis que se enfrentan a las problemáticas actuales?
Mark: Sobre Feeding Tube, diré que tengo relaciones muy cercanas con la gente que lo lleva. Ahí está Byron Cole –escritor, crítico de música, poeta–, de quien soy amigo desde los 70. Empezamos con las reediciones de Mars y luego comenzamos a editar ahí Blood Quartet. Ahora están colaborando con Cardinal Fuzz en Reino Unido.
Kike: Nuestro vínculo con Foehn lo calificaría como un feliz encuentro. Siempre hemos querido conectarnos con el mayor número de público también a través de las discográficas, lo que nos llevó a colaborar con gente muy diferente, como Gandula. Muchos de estos sellos son más activistas que otra cosa; Foehn ha tenido que redirigir una parte de su negocio a la programación y booking de conciertos porque es donde se mueve más el dinero que podría llegarle directamente al artista. Por otro lado, no sé qué tiene Blood Quartet que solemos atraer a toda la tropa de superfrikis del casete; nos buscan y proponen colaboraciones. Una dimensión del trabajo que hacemos tiene que ver con el coleccionismo, con lo material, con el valor de las cosas físicas… El disco-como-objeto, como un recuerdo histórico e imperecedero.
Aparte del activismo que mencionas, las discográficas tienen la importante función de dejar registrada la actividad musical de su época. Por ejemplo: hoy día podemos redescubrir la escena experimental local de los 90 y principios de siglo gracias a esos esfuerzos. ¿Cómo diríais que ha evolucionado el underground barcelonés en estas décadas?
Mark: En los 90 en general había mucha movida underground. Recuerdo mucha energía y conexión con el público, cantidad de grupos y proyectos. Aunque siempre ha habido una escena, yo me desconecté un poco y me reconecté con Bèstia Ferida allá por 2007, en un momento de cierta eclosión: bandas tipo Za!, Caballo Ganador, los proyectos de Perucho, Liquid Records… Fue un buen momento. Y había también, antes y después, mucha electrónica. Las corrientes van y vienen, pero siempre ha habido clubes. Siguen estando ahí, aunque quizá el público es más reducido. No hay mucha conexión entre microescenas. Lo veo difícil, tal vez es un efecto fracturador de la pandemia.
Kike: A mí me da la sensación de que el contexto de los 90 era más democratizado. Primero, si partimos de la idea de que todo acto experimental está vinculado a una escena y unos colectivos, es cierto que estos existen hoy en día y ahora hay más conocimiento musical porque también se ha democratizado el acceso a la música y la gente puede escarbar más. Antes el control de la distribución de mercancía musical estaba controlado por multinacionales, pero ahora me da la sensación de que el consumo es más uniforme y más oligárquico. Hay cuatro o cinco actores que controlan el consumo. No son ni las agencias de booking ni las discográficas, sino las plataformas y los soportes corporativos que tienen detrás; y eso va en detrimento de esas microculturas, que no cuentan con los recursos para llegar al público mayoritario.
Mark: También existía la autoedición. Eso nunca ha desaparecido, pero antes había mucha más actividad, tanto por parte de bandas como de minisellos; publicaban en casetes y luego en CD-R. Ahora la autoedición es básicamente Bandcamp. No es lo mismo, claro: donde antes había una escena con mercadillos y pequeñas formas de vender, ahora todo se canaliza en internet.
Kike: Pero por eso tiene que apreciarse lo que comentábamos antes de la función de las discográficas: actúan como museo, como registro. Ahora tiene más valor incluso que antes, porque se encargan de preservar, de manera física y ponderada, el legado histórico de sus artistas.
En líneas generales, ¿qué es lo que más recordáis de esa época?
Kike: Más allá de bandas concretas, o sin centrarnos en el terreno puramente experimental, creo que festivales como los primeros BAM sí que hacían una buena síntesis del momento creativo de aquí, local o estatal, pero mi sensación es que por entonces había más bien un sonido experimental reproducido en consonancia con el punk, con grupos como Afraid To Speak In Public, que tuvieron su sentido en ese contexto. Ahí están todos esos vídeos de los conciertos en el G3G de Josep M. Jordana…
Mark: Sí, se ha encargado de subir bastante material valioso a Vimeo; cualquier interesado en la movida de entonces debería consultarlo.
¿Y cuál es la situación actual? Barcelona ya está bien entrada en los procesos de gentrificación que han desplazado los núcleos creativos del centro de la ciudad a las afueras. Mark vivió algo similar en el Nueva York de los 80.
Mark: Sí, podríamos decir que la cosa se “inventó” en Nueva York y se ha repetido en muchas ciudades. Yo particularmente lo he vivido más en Barcelona, primero en El Born, después en toda la zona del Raval y Sant Antoni; es decir, su descenso al hipsterismo… Y el proceso es siempre el mismo, primero se van los artistas, luego cierran las tiendas, los pisos se encarecen y a los creadores no les queda otra que instalarse en otras zonas.
Kike: Sin embargo, yo tengo la teoría de que siguen emergiendo escenas alternativas constantemente, lo que pasa es que ya no podemos hablar del centro, sino de la periferia, como L’Hospitalet. Las luchas prosiguen, no sé si estará en nuestro ADN este activismo de organizarnos en colectivos, meternos en proyectos culturales donde vas a palmar pasta sí o sí durante años, hasta que aguante o pierda su sentido. Pero es un proceso de renovación constante. Está el ejemplo de El Pumarejo, que va apareciendo y desapareciendo, cambiando.
Mark: Claro, pero así como antes estos sitios se hallaban en lugares como Gràcia, ahora se pueden encontrar en barrios más alejados; igual que en Nueva York la movida se fue alejando de Manhattan y trasladándose a puntos cada vez más alejados de Brooklyn. Evidentemente, siempre que parte de la juventud quiera hacer cosas y tengan amigos que quieran ser su público, habrá microescena.
Kike: Hay que decir que en esa periferia hay sitios increíbles. Por ejemplo, la Sala Taro; ahora mismo hay una movida ahí que es alucinante, de peña que está experimentando y haciendo cosas indefinibles, un rollo musical posmoderno donde todo tiene cabida. No hace mucho fui a ver un proyecto de Mark con Ubaldo y me pareció genial el poder asistir a un bolazo de drone experimental intenso al que luego siguió un grupo de trap de chavales de 19 años. Estas cosas están ocurriendo y tienen valor porque no están de moda. Lo mismo puede decirse de El Pumarejo. Pero claro, ya no están en sitios fáciles, tienes que esforzarte más de lo normal para asistir.
Y para cerrar esta revisión general al estado actual del sector underground, ¿qué importancia soléis darle a la prensa o la crítica musical?
Mark: Siempre es interesante leer lo que dicen de tu música, por supuesto. Más allá de que te lo tomes más o menos en serio, se agradece que alguien haga el esfuerzo de querer entenderte.
Kike: No deja de ser un lujo poder leer esos análisis, esos esfuerzos intelectuales de intentar comprender el disco o el directo, aunque a veces se nota que no existe un conocimiento previo del contexto. Evidentemente, no es arriesgado decir que los profesionales del periodismo a veces no cuentan con las condiciones para realizar bien su trabajo y quizá está desapareciendo la valía de la crítica musical, que al final acaban haciéndola con perseverancia los activistas –ya sean medios, colectivos o personas– que en el fondo no se diferencian, en cuestión de ímpetu, de nosotros, los músicos. ∎