La primera sensación es que Françoiz Breut sigue manteniendo intactos el encanto y la frescura juvenil. Físicamente, y en actitud. Luego se manifiesta enseguida lo artista que es, ese saber estar haciendo grandes los pequeños ademanes, esa presentación de un recogido espectáculo de cámara en el que cada gesto y cada expresión son importantes, pero vertidos con toda naturalidad y entrega. Como si nos llevara por ese pequeño bosque que se ha comprado con su pareja, mostrándonos la cantidad de colores, texturas y sensaciones que albergan su voz y sus sonidos tan bien escogidos.
Vestida enteramente de negro, con discreto traje que al quitarse la chaqueta descubría una blusa con mangas de encaje, Françoiz encontró un punto perfecto entre la sobriedad y la pasión, como si la clave estuviera siempre en el detalle: esos párpados con purpurina, esa sonrisa bien dosificada, esos recorridos de las manos por sus brazos o trazando figuras en el aire sin caer en la teatralidad ni en las maneras antiguas de la chanson. Y, sobre todo, la convencida dicción de cada frase, el disfrute de la interpretación con amor por sus canciones, pero sin ínfulas.
Primero salieron a escena François Schulz, que domina la combinación de percusiones pregrabadas y otras que ejecuta con dominio de timbales y platillos como apoyo, más la guitarra siempre atmosférica y delicada, entre arpegios sencillos y riffs contenidos; y el mallorquín afincado en Bruselas Marc Melià en los teclados. Ella, en el centro, tocaba alguna percusión electrónica o de mano, más como efecto o complemento de su gestualidad que por rellenar una base musical que está muy bien construida por los dos músicos a base de pequeños elementos y múltiples detalles, significativos cada uno de ellos.
“Hors sol” fue el punto de partida, como en su último elepé “Vif” (2024), cuyo título también parecía dar nombre al espectáculo, pero enseguida se reveló que, en lugar de presentar específicamente su nuevo trabajo, Breut prefería dejarse llevar por un recorrido perfectamente secuenciado por toda su discografía, evolucionando en un viaje sonoro y estilístico tan acogedor como cadencioso.
Cimbreándose sobre el suave misterio de “La nuit repose”, o sobreponiendo la emoción de su voz al ritmo obsesivo de “La conquête”, Françoiz hizo crecer sin esfuerzo aparente el encantamiento que producen su voz y sus melodías, nunca tópicas, alérgicas al estribillo repetitivo, y sin embargo siempre cálidas y fascinantes. Los arreglos hacían fácil el tránsito de una época a otra de su obra, pero sin homogeneizar.
Françoiz Breut cantaba con tanta belleza y pasión la nueva “Ode aux vers” como la etérea “Juste de passage” o el regreso a sus inicios con una “Ma colère” dotada de mayor fuerza a base de un bajo sintetizado y un órgano arábigo. Eso acabó en épica con grandiosos teclados para transformarse con la magia de unos platillos en la preciosa melodía de “Mes péches s’accumulent”, que empujó sinuosamente el movimiento de sus brazos, evocando de alguna forma la expresión corporal del videoclip de la canción.
Así de efectivas eran las transiciones y así, en continuidad, poco a poco, el trío se fue acercando a un tramo central dominado por los ritmos básicos: ribetes de funk, electrodance y disco music en una brillante secuencia que incluyó “Ectoplasme”, “Métamorphose”, “Crever l’asphalte” o “Dérive urbaine dans la ville cannibale”, y que empujó a la cantante a dejarse llevar por el baile con mucho estilo, pero sin desmelenarse. La iluminación, sin embargo, permanecía tan tenue como en todo el concierto, apenas unas ligeras crecidas de intensidad en algunos momentos. Secuenciadores, timbales, refinados solos de sintetizador o una guitarra con trémolo formaron parte del caleidoscopio de sonidos y matices muy bien medidos que engalanaban las canciones.
Françoiz Breut no quiso detener ese preciso recorrido para presentar las canciones o hablar más allá del saludo inicial y el agradecimiento en varios momentos al público y a la sala. Su simpatía y su inmediata conexión se establece a través de su interpretación y la honestidad que desprende, con ese punto entre la naturalidad y la delicada sofisticación que resulta tan atractiva. Tras un tramo final con “La certitude” y “Si tu disais”, elevó la potencia de su voz y sus agudos sobre el ritmo repetitivo de “Zoo” hacia un final de gran intensidad, y salió de la sala por el pasillo entre los espectadores.
En el bis, Françoiz y François hicieron el dúo de aroma brasileño de “La vie devant soi” y aún hubo hueco para la expresividad dramática y el crescendo a base de teclados y ritmo de “Derrière le grand filtre”. Apenas hora y cuarto, y Françoiz Breut, encantadora, ya nos había llevado por todos los rincones y colores de su frondoso bosque de sonoridades y sensibilidades. ∎