Brasil, país bendecido por la presencia de tantas mujeres cantantes, ha mantenido una discusión interminable sobre cuál sería la más expresiva de sus voces. Hace unos meses, empezó a circular en redes sociales un vídeo en el que Gal Costa “reta” al guitarrista Victor Biglione. El metraje es de 1982 y se tomó en Río de Janeiro, en el Teatro Fênix. Con un vestido color de rosa, adornado con plumas y lentejuelas, la diva se bate en duelo con el instrumento mientras canta “Meu nome é Gal” y sale victoriosa, deambulando por el escenario. Su interpretación a veces dulce, a veces cruda, la convirtió en una especie de entidad llena de potencia, que combinaba poética y sonido. Podemos responder finalmente a la pregunta inicial: Gal Costa fue la más deslumbrante de nuestras cantantes, la más definitiva de las voces.
Sin embargo, el pasado miércoles 9 de noviembre el único sonido que se escuchó en las calles de Brasil fue el de un silencio incómodo. La musa falleció en su casa, en São Paulo, y la noticia llegó por sorpresa a sus amigos, admiradores y una interminable legión de fans. Entre los múltiples homenajes que ha recibido desde entonces, abundan los que evocan versos inmortalizados en grabaciones antológicas, entre las muchas que podrían hacerse a partir de “Hotel das estrelas”, canción que forma parte del álbum “Legal” (Philips, 1970).
La letra, que ahora suena como un mensaje casi profético de esos momentos finales, dice: “Desde esta ventana en la que me veo sola / Mirar la ciudad me calma / Soy una estrella errante y vulgar / Me río y también puedo llorar”. Gal, de hecho, fue la estrella en solitario de la tropicália, movimiento revolucionario brasileño que se convirtió en referencia para las nuevas generaciones de músicos. La privacidad que ha garantizado a su vida personal no fue compatible con el alcance inmenso que obtuvo a través de su única vocación: la música.
La prolífica carrera que la mantuvo en pleno apogeo hasta los 77 años empezó de niña, concretamente en el barrio de Graça, en Salvador de Bahía. La pequeña Gracinha –así llamaban sus padres a Maria da Graça Penna Burgos Costa, nacida el 26 de septiembre de 1945– cantaba en el baño acompañada de una olla, objeto que utilizaba para hacer eco de su propia voz. Después de encontrarse con el maestro João Gilberto (1931-2019) a principios de la década de 1960, la niña pudo recibir las bendiciones del ídolo y la certidumbre de que su canto iba a reverberar por ahí.
Elegante y delicada, como se apreció enseguida en el disco debut “Domingo” (Philips, 1967), primera colaboración con su amigo Caetano Veloso, Gal dialogaba con la estética tradicional de la bossa nova, otro movimiento-símbolo de Brasil en todo el mundo. Esa pureza angelical pronto dio paso a una postura ruidosa, que la acercó mucho más a tropicália, la contracultura y la actitud rockera.
“Hay que estar alerta y fuerte / no tenemos tiempo para temer a la muerte”, cantó en el estribillo de “Divino maravilhoso”, gran éxito que confrontaba con el conservadurismo de la dictadura militar brasileña (proceso que empezó en 1964 y terminó con la aprobación de la constitución en 1988), ya en marcha y cada vez más violenta. Rechazando la rigidez, no solo presionó a cantantes canónicas como Elis Regina (1945-1982) para que revisaran su aportación al denominado “canto brasileño moderno”, sino que pareció iniciar un movimiento que asociaba directamente su discografía a las convulsiones sociopolíticas del país.
En 1971, con sus amigos Gilberto Gil y Caetano Veloso ya exiliados en Reino Unido, se sumergió en una poética de reacción que dio forma al espectáculo “Fa-Tal”, responsable de su disco más icónico: el directo “Fa-Tal. Gal a todo vapor” (Philips, 1971). Prácticamente sola, alejada de sus compañeros perseguidos por el régimen, reflejaba en escena todo un cambio de comportamiento que la colocaba en posición de vanguardia. Esa actitud de avanzada se hizo notar especialmente en 1994, con casi 50 años, cuando salió de gira con el espectáculo de “O sorriso do gato de Alice” (RCA, 1993). La decisión de cantar el tema “Brasil” exponiendo los senos fue todo un escándalo. La radicalización del aspecto físico, al contrario, era un refuerzo de su papel en la representación de la libertad sexual femenina.
La verdad es que Gal Costa ha sido dueña de su cuerpo y del placer total. Salía con hombres y mujeres sin miedo a sumergirse en el mar de los deseos. Con el disco “Índia” (Philips, 1973), por ejemplo, desafió las normas y expuso su espectacular guardarropa. El vinilo logró un éxito absoluto en ventas, pero la portada pasó por censura, llegando a las tiendas en un envoltorio sellado con plástico. Se convirtió en una “mujer vulgar y subversiva” para los militares.
A finales de la década de 1970 y principios de la de 1980, sus obras coqueteaban con una atmósfera más tranquila, que vislumbraba la reconstrucción del país tras el totalitarismo. En medio del proceso de redemocratización, las radios se pusieron a sus pies. El rock dominaba las listas, al mismo tiempo que Gal cautivaba a los oyentes a través de temas solares como “Chuva de prata” y “Nada mais”, esta última una espléndida versión del clásico “Lately”, de Stevie Wonder.
La cantante dejaba a su paso una estela de apasionados. Aún es posible escuchar por ahí a quienes cantan a pleno pulmón “Vaca profana”, una de las muchas composiciones libertarias de Caetano Veloso que eligió grabar. Otros gigantes como Tom Zé, Milton Nascimento, Luiz Melodia y Chico Buarque también pudieron ver sus letras siendo redimensionadas en los famosos labios rojos de Gal.
Muy sensible a lo que ocurría alrededor, también se acercó a la música bahiana y al axé, tendencias del momento que serían revisitadas en el disco “Plural” (RCA, 1990). En este trabajo invita al grupo Olodum a rockear su canto, alineado con la poesía negra de la periferia de Salvador y de los bloques afrobrasileños del Carnaval, fiesta que, misteriosamente, prefería observar de lejos.
En repetidas ocasiones dijo que no entendía de política, pero queda claro en los detalles más simples en qué medida fue abogada de la emancipación colectiva. Cuando Brasil pudo experimentar una especie de calma institucional entre 1990 y 2010, ella al fin pareció vivir sus merecidos días de tranquilidad. Cuando volvió el fascismo, en 2018, quiso actualizar el discurso. En el estupendo “A pele do futuro” (Biscoito Fino, 2018), se enredó en la disco music y acogió las contribuciones de jóvenes compositores como Tim Bernardes y Marília Mendonça (1995-2021).
Después de haber luchado durante los últimos meses para amplificar un mensaje de amor y reconstrucción nacional, posicionándose a favor de la cultura y de unas elecciones presidenciales que más parecieron un plebiscito por la democracia, la más grande de nuestras musas salió del escenario tras experimentar la dulzura de victoria. A los fans, les deja una sensación de vacío que solo su música podrá tapar. ∎

A pesar de la tristeza que sentía por el exilio de sus amigos y el miedo que le imponía la represión, Gal Costa encontró en el rock de su disco homónimo la fuerza necesaria para reflejar su descontento. Un buen ejemplo de este optimismo de resistencia está en la canción “Vou recomeçar”. Magistral, el proyecto refuerza la asociación con los genios Erasmo y Roberto Carlos, además de entregar canciones de amor como “Não identificado”, una estupenda balada. La versión original de “Baby” es una canción antológica para los románticos.

Primero de sus álbumes en vivo, este disco revela a Gal Costa en su mejor momento. Ni siquiera la baja calidad del registro ha sido capaz de apagar la esencia encantadora del repertorio, que hoy amplía su estatus de culto entre los jóvenes brasileños. Más seductora que nunca, realizó una articulación inédita hasta la fecha, que reúne poesía, artes visuales, performance y sexualidad. Hay que prestar especial atención a las interpretaciones de “Fruta gogóia”, “Vapor barato” y “Dê um rolê”, todas viscerales.

Va a la contra de obras más populares y ya consagradas. En este álbum, Gal ofrece algunas de sus canciones más prolijas e introspectivas. Al caminar por un terreno oscuro, diferente de las obras presentadas en años anteriores, busca encontrar en la literatura y en el reconocimiento de su propia soledad una salida al caos interno. La pérdida de su madre durante las grabaciones también hizo que la cantante prestara aún más atención a la intensidad de su voz, dando un salto artístico que rompió con las expectativas. ∎