IDLES, sinónimo de entrega y volumen a destajo. Foto: Alfredo Arias
IDLES, sinónimo de entrega y volumen a destajo. Foto: Alfredo Arias

Concierto

IDLES: bailando bajo los truenos

El quinteto de Bristol liderado por Joe Talbot volvió a actuar en Madrid el pasado viernes, 1 de marzo, casi al comienzo de la que es su primera gran gira de arenas para presentar “TANGK”, su recién estrenado quinto trabajo. Lo hizo amplificando su propuesta en todas direcciones –duración, seriedad, aforo– pero perdiendo, quizás, algo por el camino. En plazas tan exigentes, a veces la actitud y el sonido no lo son todo.

IDLES han llegado a donde están a base de círculos cerrados, pero quizá el salto aspiracional al que estamos asistiendo en 2024 solo se explica por la baja densidad de población que asola los géneros rockeros más, vamos a decir, tradicionales: tíos con guitarras que hacen ruido, gritan un poco y hablan de preocupaciones de clase obrera, con fuerte contenido social y relativa retranca política. Ellos lo han aprovechado con su disco más pop, más accesible, buscando asentar esa posición de banda referencial del circuito rock actual, aunque lo que hagan sea específicamente punk. Y parece que les ha salido bien, a tenor de la expectativa que está generando su actual gira –“Love Is The Fing”, que arrancaba en Lisboa hace apenas una semana– y su salto a las arenas.

Con la pista del WiZink Center prácticamente llena –poca gente en las supletoria del fondo, eso sí–, se presentaron en Madrid el pasado viernes, una noche antes de replicar apoteosis en Barcelona. Y triunfaron, sí, sobre todo porque de energía, sonido e intensidad van por norma sobrados. Pero también dejaron muchas dudas: duración excesiva, poca construcción de atmósfera, falta de narrativa y de dinamismo, momentos de monotonía, a veces sensación de piloto automático… El caso es que son problemas que en cierta manera han sido virtudes para el quinteto de Bristol: un puñetazo en el estómago no necesita de demasiada preparación, ni de rituales ni atmósferas. Es lo que es, como una tormenta.

Pero todo eso que al calor de una sala, en el fragor de la batalla y en distancias cortas los eleva, en un recinto gigante, sin pantallas, sin ningún movimiento más allá de la propia música y divagando entre temas con intención progresiva procedentes de sus dos últimos trabajos a lo largo de dos largas horas, pierde. Es una producción muy insuficiente para vestir un concierto como este, y si no saben o no quieren vestirse que no hagan arenas que solo van a poder ver –ya no digo disfrutar– los de las primeras filas. En el fondo, IDLES es un grupo caótico, y cuanto más se acerca al caos, mejor está.

Joe Talbot: nuevo escenario para IDLES. Foto: Alfredo Arias
Joe Talbot: nuevo escenario para IDLES. Foto: Alfredo Arias

La segunda mitad en general ejemplifica perfectamente esa paradoja identitaria, pese a incluir algunas de sus mejores canciones: una “Never Fight A Man With A Perm” a la que hace mella el cansancio acumulado, especialmente a su guitarrista, la hooligan “Danny Nedelko” o esa “Rottweiler” con la que acostumbran a despedirse y presentar a la banda. Si el concierto arranca en rojo precisamente por la presencia urgentísima de algunas de las canciones más celebradas de “Joy As An Act Of Resistance” (2018) o de “Brutalism” (2017), el final se colorea de azul, se enfría y se engola con una seriedad impostada que en el fondo, en el alma, tiene más que ver con el grupo de rock que es Florence + The Machine, si es que Florence + The Machine es un grupo de rock: acordes largos suspendidos, programaciones electrónicas, “no god, no king, I say love is the fing”. IDLES quieren ser una banda que no son y que no tengo nada claro que sepan ser. Y es curioso que hayan hecho un disco para bailar, “TANGK” (2024), y resulten más bailables las viejas canciones –trallazos como “I’m Scum” o “Television”– que la misma “Dancer”, muy deslucida respecto a la versión de estudio.

Quizá el problema esté en el disco: “Roy” marca precisamente el ecuador del concierto y se revela como un cuadro absoluto, una mezcla entre The Who, Oasis y U2 pero sin afinar, modo borracho en un karaoke, sin poner demasiada interpretación ni emoción en la estrofa. Y canciones como “Grace” o “Wizz” parecen decir que la madurez que quieren disfrutar pasa por abrazar una especie de solemnidad oscura que quizá no les sienta tan bien como creen. Aunque hay excepciones, obvio, especialmente una industrial “Car Crash” que abre caminos que no se terminan siguiendo en ningún momento. Son justo esos pasajes de intensidad, de gravedad electrónica, los que justifican su salto a las arenas, pero quizá también los que drenan su esencia.

Cuando el concierto termina, prácticamente abocado hacia su propio final, conducido allí sin demasiada intención y con poco discurso, los innumerables “fuck the king” y las constantes menciones a Palestina y al genocidio en Gaza –que los honra, por otro lado– parecen más bien soflamas vacías, quién sabe si una respuesta a su propio beef con Sleaford Mods tras su “accidentado” último paso por la capital. Aunque lleven por bandera un sonido para el que no se me ocurre otro adjetivo que acojonante, que disfruta del volumen, del alto voltaje y del modo apisonadora.

Imagino que las exigencias de sonido de IDLES jugaron en contra de los teloneros Ditz, una banda de Brighton que pese a ser también amiga del ruido está más abierta a los matices. Sorprendieron, eso sí, a los que ya se agolpaban frente a la valla de seguridad con un set breve pero intenso en el que primaron aires industriales, maneras de art rock y destellos de hardcore noise que los acercan a Refused y, sobre todo, a la tercera vía post-punk propuesta por los daneses Iceage. Brutales “No Thanks, I’m Full” o la pantanosa y psicodélica “I Am Kate Moss”. ∎

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