Laurie Anderson, compositora e instrumentista de Illinois, también escritora y creativa visual que ha desarrollado una extensa carrera en el ámbito de las artes escénicas y la tecnología, es una referencia de la contemporaneidad. En el mundo de las músicas avanzadas, ocupa un lugar destacado desde la excelencia art pop de su innovador álbum de debut, “Big Science” (1982). “Let X=X” es una pieza de ese disco sobre el que pivotó la performance.
Anderson se presentó como nómada de las letras y de las notas que interpreta para, de una manera valiente, poner luz al caos sonoro. La compositora del magnífico álbum “Landfall” (2018; interpretado junto a Kronos Quartet) navegó entre el desorden de una narrativa sonora –por momentos temeraria por desconcertante– en la que se siente cómoda, mediante el humor. Su conceptualidad es tal que pareció escoger antes los procedimientos de su exposición intelectual que el resultado final de sus ideas, y así explayarse en su singular vanguardismo.
El espectáculo de música y vídeo, una narración elegante y refinada con imágenes y citas proyectadas en una gran pantalla tras el escenario, cautivó y emocionó al numeroso público que acudió a la sala 1 Pau Casals, de l’Auditori, que coproducía el concierto junto al Festival de Jazz de Barcelona, que este año celebra su 57ª edición. Un éxito cultural para ambas organizaciones.
El concierto, basado en un repertorio que abarca parte de su rica discografía y engalanado por sucintos pero efectivos efectos visuales, tuvo visos de ser como una carta náutica elaborada por quien ya ha perdido la brújula y, sin embargo, no deja de navegar. Si se admite esa posibilidad, Anderson se caracteriza por crear y ejecutar música en movimiento. Su demudada cartografía sonora supuso un sarpullido de emociones encontradas. Se expresa mediante los códigos de la performance, cuya espiritualidad contemporánea podría dictarse en un aula. Con John Cage como oyente destacado.
En este contexto, la creadora multidisciplinar sabe cómo manejarse. Aunque los vientos giran sin norte, los faros parpadean al albur y, consciente de la mala mar, la autora de “O Superman” (1982) –canción que la dio a conocer a un amplio público pop– no pierde de vista la gestión de la maleable y sugestiva elegancia de las músicas avanzadas. El magnetismo de su sola presencia musical crece en un formato de cámara que no necesita etiquetas para expresarse. Steven Bernstein (trompeta de válvulas), Briggan Krauss (saxo, guitarra), Tony Scherr (bajo), Doug Wieselman, (guitarra, instrumentos de viento de madera), más la adición de Kenny Wollesen (batería y percusión, que mostró una rítmica envidiable) conforman Sex Mob. El punto lírico fue para Christina Courtin y Mazz Swift, ambas a los violines y las voces.
La galardonada con el Premio Grammy a la carrera artística en 2024 dibuja un mapa impreciso pero fidedigno. Una inestabilidad timoneada con firmeza, donde cada elemento es una baliza, cada intersticio un precipicio al que asomarse, cada encuentro una guindola. Una lectura posible podría ser que “Let X=X” es un espectáculo de naturaleza cambiante, puesto en pie junto a Sex Mob, que rebosa imaginación y determinación sintetizadas a partir de las distintas piezas de la teclista y violinista para adentrarse, refugiarse y, cuando es preciso, centrifugar la contemporaneidad. Euforia y exhortación desde hace cuatro décadas. Laurie Anderson se deconstruye a sí misma y gana.
Entre los momentos destacados de la velada se incluyeron “What Is Love” y “Big Science”, que abrieron el show; “Language Is A Virus”, el mantra de William S. Burroughs, y “A Hard Rain’s A-Gonna Fall”, cuyos versos se expusieron en castellano en la pantalla del escenario: parece que Anderson canta a Dylan, vía Kronos Quartet, sin interpretarlo, simplemente dejando que las palabras desfilen cual fenómeno atmosférico. También sobresalieron el cimbreante reggae “It’s Not The Bullet That Kills You, It’s The Hole (For Chris Burden)” y la melancólica y llena de mímica “Song For Invisible Violin”, que cerró la sesión. Antes, recordó a su difunto esposo, Lou Reed (1942-2013) en distintos parlamentos y en las emotivas “Dirty Blvd.” y “Junior Dad”, y al gran Arthur Russell (1951-1992) con “It’s A Lovely Day”. El espectáculo –que acabó, en el bis, con una pequeña clase de taichí en memoria de Reed y con el público implicado– está dedicado al productor musical Hal Willner (1956-2020), muy vinculado a distintos músicos citados (coprodujo con Anderson el álbum “Life On A String” de 2001).
Al finalizar, un espectador concluyó que Laura Phillips Anderson, nacida en 1947, es como una niña ordenando conchas revueltas a la orilla del mar. La magia de la creatividad en movimiento al servicio del pensamiento crítico. ∎