
Equilibrio perfecto: guitarras cristalinas arropan una voz en estado de gracia y en alta definición; notamos cada inflexión, cada aliento. Y esto no hace más que enfatizar la grandeza de unas canciones que tienen tanto de sureño laberinto de pasiones como de vanguardia. Mediante melodías hipnóticas, casi drónicas, y poesía austera, Williams rompe los tópicos del country-rock como hizo Steve Earle diez años antes, esta vez desde la parte intimista.

Como todos los grandes, Williams hizo exactamente lo contrario de lo que se esperaba de ella. Después del vivaz trote roots rock y la melancolía, “Essence” es un ejercicio de estriptis emocional. No por delicado menos impactante: casi un disco conceptual –espléndido Charlie Sexton como creador de atmósferas etéreas– sobre encontrar trascendencia en el dolor y en la tristeza a base de analizarlos. Rompe la tónica el título, una oda al deseo voraz que raya en el sadomasoquismo.

Después de la tesis y la antítesis, la síntesis. El dolor sigue presente en “World Without Tears”, pero sin espiritualidad ni metáforas. No hay ni una canción que no salga directamente de la entrañas, bien sea góspel-rock herrumbroso (“Atonement”), heredero del Tom Waits de “Bone Machine” (1992), o el retorno al dolor anímico y la melodía espiritual pero sin florituras (“eres un dolor en mi intestino, te quiero escupir”, canta en “Minneapolis”).

Y el nuevo salto. Después de toda una carrera de cantar en primera persona al dolor y a la pérdida, Williams renueva su narrativa: “Blessed” es un disco centrado en la empatía y la experiencia colectiva, en el que experimenta y sale victoriosa (brillante “Soldier’s Song”, yuxtaposición del punto de vista de un soldado en el frente y su mujer en casa) y, en lugar de abundar en el dolor, lo hace en su aceptación y en la resiliencia del espíritu humano. ∎