Camiseta negra, pantalón vaquero pitillo y zapatillas de deporte. El uniforme heavy por excelencia. Era lo que pensaba que sería la tónica en el concierto de
Metallica en 2024 porque era lo que vestía el noventa por ciento de quienes estuvimos en 1999 en Festimad la primera vez que los vi en directo. Pero, claro, hace tanto de aquello que a muchos les ha dado tiempo a sumar kilos, a restar pelo, a tener hijos y a cambiar radicalmente en general. Son las cosas de la vida y se notan en un alto porcentaje del público de esta noche. También ha pasado el tiempo por nuestros protagonistas. Cuando tenía 14 años y sus caras tapizaban las paredes de mi habitación, tenían melenas imponentes, pero hoy lucen canas y entradas. El paso del tiempo es inexorable y cruel, pero aquí estamos una vez más para rendir pleitesía al rock’n’roll, para cabalgar a lomos de algunos de los himnos más universales de la historia del heavy metal. Y da igual que James Hetfield, guitarra y cantante, luzca ya profundas arrugas y pelo canoso y corto, que Lars Ulrich, batería, lleve ya gorra de manera obligada e insista en portar un triste palillo colgado del labio, que Kirk Hammett, el guitarra solista, parezca haber asumido definitivamente su papel secundario en la banda y que Robert Trujillo, el imponente bajista, siga pareciendo el recién llegado pese a llevar ya veintiún años en el grupo. Son Metallica y molan.
Antes de que el cuarteto protagonista entre en acción,
Mammoth WVH, el grupo del hijo de Eddie Van Halen, desplegaron su arte con toneladas de metal y aún escasísimo público. Después, los ingleses
Architects ofrecieron un concierto intenso y potente ante un puñado de fieles que iban accediendo poco a poco al recinto. Pero es cuando Metallica salen a escena, pasados diez minutos de su hora prevista, cuando el público enloquece de verdad. Suena “It’s A Long Way To The Top (If You Wanna Rock And Roll)” de AC/ DC mientras salen al escenario en forma de dónut arropados por gritos de histeria y alegría. Por supuesto, después escuchamos a Ennio Morricone con el tema central de la banda sonora de “El bueno, el feo y el malo”, como es habitual desde hace décadas en sus conciertos. El clamor del público es ya ensordecedor, pero el sonido del concierto aún dejará mucho que desear. El eco del recinto es difícil de sortear y los técnicos deben de estar sudando tinta para corregirlo. Mientras tratan de domar a las ondas sonoras, suenan primero “Creeping Death” y después “Harvester Of Sorrow”, que calientan el ambiente mientras el grupo pone todo de su parte para contentar al público con acercamientos físicos a las primeras filas.