Bicep a piñón fijo. Foto: Marina Tomàs
Bicep a piñón fijo. Foto: Marina Tomàs

Festival

MIRA, sacando músculo

El festival barcelonés MIRA celebró el pasado fin de semana una nueva edición con elevadas cifras de asistencia que por momentos comprometieron su idiosincrasia. Una pequeña brecha que no desfiguró el atractivo de su propuesta musical, con Bicep, A.G. Cook, µ-ziq y Kim Gordon poniendo el brío a dos jornadas de electrónica desafiante solo apta para paladares experimentados.

El festival MIRA ha construido un monolito identitario desde su irrupción en la Fàbrica Fabra i Coats en el ya lejano 2011. Un espíritu que logró conservar en su traspaso a Fira Montjüic gracias a un programa selecto, acogiendo nombres de mayor envergadura en cada nueva edición pero sin descuidar el talento en ciernes ni las propuestas más arriesgadas. Otra de sus máximas, intacta a lo largo de estos trece años de andadura, fue reducir la saturación tan propia de los festivales de mayor formato. Una apuesta firme con la que los organizadores evitan el FOMO para trazar así un único itinerario. Todo ello canalizado a través de una logística de escenarios y servicios accesible y controlada. Navegar por su propuesta siempre había resultado un deleite en tiempos de urgencia y macroconsumo.

Sin embargo el pasado viernes, con las entradas agotadas por el poder de convocatoria de Bicep, el festival descuidó ese gen identitario tan reconocido por sus asistentes, abriendo pequeñas fisuras que fueron percibidas entre los más fieles con cierto temor. El primer signo de alerta ante este crecimiento, que se había absorbido siempre con medidor, fueron las colas que se produjeron en el cambio de acceso al recinto. También desconcertó el cambio de emplazamiento del escenario secundario. Así como el principal no ha variado su ubicación, el escenario DICE sufrió un desplazamiento de coordenadas que no terminó por absorber con eficiencia las necesidades asignadas. Su único acceso no fluyó del todo. Tampoco ayudaron los despreocupados que se ponían a charlar en las zonas de mayor afluencia. Ni la propia sonoridad, ni las escaleras, rampas y mobiliario no óptimo para festivales nocturnos hicieron de este el lugar soñado. Y tampoco contribuía la escasa ventilación de un espacio de techos bajos. Curiosamente el respeto de una de sus máximas, evitar solapamientos dolorosos, jugó a la contra en esta primera jornada de afluencia desmedida en comparación con otras ediciones. Que no hubiera alternativa a Bicep dificultó seguir como correspondía su show, el sonido en las zonas alejadas del escenario fue bastante deficiente, así como pequeñas aglomeraciones a la entrada y salida de este.

Pequeñas erosiones que se suavizaron en la jornada del sábado con una asistencia menor que en la jornada anterior, en la que el festival recuperó su aspecto más lustroso para regocijo de los más fieles. En lo musical, la programación volvió a encontrar un punto de equilibrio deseado entre propuestas asentadas y formatos arriesgados. El público pudo deleitarse con veteranos de la escena, descubrir nuevas voces, bailar hasta la extenuación, así como experimentar el amplio rango de instalaciones visuales e inmersivas que poblaban, como de costumbre, distintos puntos del recinto.

Viernes, 8 de noviembre

La fuerza del bíceps

El italiano Lorenzo Senni atacó las primeras horas de esta primera jornada con IDM potenciada con esteroides. Saltarín y elástico, literalmente se subió de un salto a la mesa donde dispuso sus cacharros en el escenario Voll Damm, y su trance se desplegó por momentos como una intensa clase de body pump. Recondujo su directo cuando logró encontrar la vena más melódica, aunque fuera intermitentemente violentada. Del fluir melódico al hard trance, su batidora se presentó con una cuchilla demasiado basta.

Lorenzo Senni: IDM y esteroides. Foto: Marina Tomàs
Lorenzo Senni: IDM y esteroides. Foto: Marina Tomàs
Nadah El Shazly irrumpió en las nuevas coordenadas del escenario DICE –al principio no fue fácil que el público conociera el paradero de estas– con esa reinterpretación en clave sintética de la música tradicional de su país. La música egipcia se presentó acompañada por arpa y un amplio servicio de sintes modulares. Ni la iluminación ni la rugosidad del escenario DICE parecía favorecerle, pero ella supo infectar a los presentes con su hechizo vocal. Por momentos parecía una Arooj Aftab que hubiera prolongado sus noches hasta la madrugada.

El hechizo vocal de Nadah El Shazly. Foto: Marina Tomàs
El hechizo vocal de Nadah El Shazly. Foto: Marina Tomàs
Bicep se presentó en horario de cena como plato fuerte de la jornada. El binomio de Belfast no tardó en desplegar un acid techno fornido, demasiado preocupado en contentar al personal con bajos que activaran sus espinas dorsales. Su electrónica de masas se corregía levemente con ese tacto que los distingue y equipara con dúos contemporáneos que abrazan el house, el breakbeat o el acid y lo dotan de un registro dance de aceptación muy amplia (léase Overmono o The Blaze). Sin embargo, su trance a deshoras fue un discurso oportunista y facilón, solo compensado por los hipnóticos visuales de Zak Norman y David Rudnick. Aliviaron esa tensión alborotada con ciertas escapadas dance. Y especialmente cuando se incorporaron al ancho de vía de “CHROMA” (2024), ese último EP que daba título al espectáculo y que desplegaron en el último tramo de su visita a la Ciudad Condal. Escaramuzas de grime y acid antes de poner el brochazo demandando con “Glue”, perla imperecedera –y hasta salvadora– en una noche decepcionante.

Bicep y la decepción. Foto: Marina Tomàs
Bicep y la decepción. Foto: Marina Tomàs
La propuesta de Aire, un ambient atravesado por tropos de hardcore y trance, alcanzó momentos de densa fascinación. El músico barcelonés hizo patente su formación clásica mediante la presencia de violín, combinada con sintetizadores. La propuesta osciló entre nebulosas ambientales y espacios de experimentación. Un hilo que separó la clásica del ambient disruptivo, pero también la percepción afable de la inquietud generada por sonoridades amenazantes. Tal y como pusieron sobre aviso las luces estroboscópicas y visuales a lo “Poltergeist”.

Igual a Rick Farin se le conozca más en los circuitos creativos por ser uno de los arquitectos de la agencia creativa Actual Objects, surtidor de vídeos y campañas para músicos de talla mundial. Sin embargo, el viernes demostró que también se desenvuelve con soltura en facetas musicales. Al lado de su compañera, Claire Farin, el británico moduló un show envolvente, robusto y versátil. Desde la sección visual, con doble pantalla, sirvió un torrente de vídeos generados con IA y CGI. Esa IA que genera monstruos bajo prompts de Chris Cunningham. También convenció en lo sonoro, basculando entre distintos géneros. A veces repetía el sonido insubordinado de Arca y en otros momentos parecía acercarse a una experimentación más afable, como la de Sega Bodega. Después, Snow Strippers, el dúo que forman Tatiana Schwaninger y Graham Pérez, comprometieron las estructuras y la densidad del escenario DICE con un maquineo algo inmisericorde.

Nada que ver con quien les dio relevo. Mike Paradinas, µ-ziq, con galones de clásico de la música de baile vanguardista, apareció para recuperar los tirones dulces y las serpentinas luminosas de la IDM noventera. La propuesta de Paradinas se ha blindado ante interferencias o imposiciones de las últimas tres décadas. Reverencia por las texturas sin tener que recurrir a bajos abrasadores. Su exquisitez se moduló mediante ese puntillismo absorbido por una rítmica multicanal. Hubo acercamientos al jungle y al acid. Y sus ráfagas y acometidas se produjeron sin alterar su reverencia a la melodía . Reforzado por los visuales de ID: MORA, el fundador del sello Planet Mu salió en volandas, fiel a su estilo y a su perseverancia como gran alquimista de lo sintético.

µ-ziq & ID: MORA: alquimia clásica. Foto: Marina Tomàs
µ-ziq & ID: MORA: alquimia clásica. Foto: Marina Tomàs
La sesión de cierre de Craig Richards se movió por parámetros no demasiado alejados de los dejados por el anterior ocupante del escenario DICE. El DJ set del británico conectó con el ánimo de los que se resistían al desalojo de la pista.

Craig Richards: turno de noche y madrugada. Foto: Marina Tomàs
Craig Richards: turno de noche y madrugada. Foto: Marina Tomàs

Sábado, 9 de noviembre

Viejas y nuevas servidumbres

El sábado nuestra jornada arrancó por lo alto con Carl Stone en el DICE. El veterano músico estadounidense, pionero en el uso del ordenador con fines instrumentales, abrió de par en par la entrada a su fascinante universo sonoro. Tonalidades ensombrecidas, mínimo ritmo, cacofonías orientales y samples cinematográficos que podrían perfectamente salir de un filme de Zhang Yimou o Kim Ki-duk se fundieron en un directo reforzado por esos visuales de desenfoque gradual de calles y motivos orientales, probablemente de ese Japón donde pasa la mitad del tiempo este músico y que se filtran a su material sonoro.

Carl Stone: ambient oriental. Foto: Marina Tomàs
Carl Stone: ambient oriental. Foto: Marina Tomàs
Kim Gordon llegaba a Barcelona con honores de alteza del rock. La dama de Rochester aterrizaba con la misión de presentar su notable nuevo disco, “The Collective”(2024). Desde su entrada, la ex de Sonic Youth no solo dejó constancia de su irrebatible coolness, sino también de poseer, pese a su edad, 71 años, cuerpo y alma juveniles. Secundada por carne fresca en la batería, guitarra y bajo, la estadounidense se centró en la cobertura vocal durante buena parte de la primera mitad del concierto, tirando incluso de vocoder en algunas canciones, singularidades de ese último disco que flirtea con la música urbana. Un trabajo que centró el recorrido de su repertorio. Pero también hubo espacio a su antiguo avatar rockero de sonidos estridentes, desazón y distorsión afilada. Especialmente cuando agarró la guitarra y lanzó dentelladas cortantes. Una nube enmarañada condimentada con hilillos de electrónica y hasta trip hop. Densidad guitarrera, atmósferas pesadas y spoken word atmosférico. Sobre el escenario Voll Damm, Gordon hizo honor a sus galones en la materia que impartía.

Kim Gordon siempre reina. Foto: Marina Tomàs
Kim Gordon siempre reina. Foto: Marina Tomàs
Lo de Robin Fox –también en el Voll Damm– fue un intento de introspección atonal. Mínimas reverberaciones y bajos ondulantes. Láseres de resonancia cerebral y desfachatez en la búsqueda de una mínima baliza melódica. Su glitchcore impacientó a los que sufren con la movilidad reducida. Descompresiones y pitches retorcidos. Juegos de velocidad y texturas agrestes. La verdad que resultó todo un desafío incluso para los que no nos violenta la quietud.

Robin Fox: glitchcore cerebral. Foto: Marina Tomàs
Robin Fox: glitchcore cerebral. Foto: Marina Tomàs
Diametralmente opuesto a la propuesta ingeniada por el cabeza de cartel de la noche, A.G. Cook sigue subiendo peldaños y ampliando audiencias. Quien dejara huella transformadora en la música pop desde su sello PC Music y como productor aupara carreras de popstars como Charli XCX también es un infalible agitador de directos. No es algo que se descubriera en el escenario Voll Damm del MIRA, Cook lleva más de diez años levantando acta de ello, acaso sin el reconocimiento merecido. Su apisonadora rítmica se desprecintó desde el minuto inicial. La galería de recursos que atesora el artista británico, unido a un paladar omnívoro sin manías ni exclusiones, convierten sus shows en un torrente de baile de regusto amigable y hedonista. Una exaltación del buen rollo, de las happy melodies, que refuerza también con sus agitados bailes por el escenario mientras lanza sus encantos desde la mesa de mezclas. En su constatada versatilidad hubo espacio para la IDM, el hyperpop, el hardcore, el dance, el ambient, el emo o lo que le sentara bien a cada momento. Todo ello expulsado bajo una sintaxis que combina pitches, velocidades y quiebros rítmicos sin perder nunca de vista la liebre de la melodía. Un avasallador caleidoscopio de colores, ritmos y texturas. Aceleraciones rítmicas, fuego cruzado de polirritmias, distintas velocidades en una fracción de segundo. Una sensación de estímulo continuado por alguien que es capaz de generarlo sin caer en lo hortera. Con “Beautiful” y los temas con conexión vocal con Charli XCX demostró que su repertorio ya figura en el imaginario de muchos.

A.G. Cook: versátil y avasallador. Foto: Marina Tomàs
A.G. Cook: versátil y avasallador. Foto: Marina Tomàs
Cambio de escenario al DICE para encontrarse con la propuesta ya asentada de RRUCCULLA, artista multidisciplinar de nuestras fronteras. Al principio su paisajismo detallista chocó con el acelerón endorfínico dejado por el invitado anterior. Pero poco a poco las capas de progresión sutil se fueron apoderando de su show, con aberturas cada vez más dinámicas. En otro inesperado quiebro, Izaskun González se desplazó a la batería para dejar patente su desenvoltura con ese instrumento. Luego, en el Voll Damm, British Murder Boys, el proyecto conjunto entre los músicos Surgeon y Regis, se arrimó en exceso al techno demoledor. Ni la cobertura vocal ni su discreto encerado industrial lograron dotar de singularidad estimable la propuesta del dúo británico.

RRUCCULLA: paisajista sutil. Foto: Marina Tomàs
RRUCCULLA: paisajista sutil. Foto: Marina Tomàs
People You May Know es el proyecto común entre la alicantina Susana Hernández y el caraqueño Francisco Mejía. Su anclaje con el bakalao se fue abriendo hacia otros sonidos a su paso por el escenario DICE. Especialmente con la entrada de una MC al escenario. Toquetearon el jungle y no se olvidaron de los tonos agrios.

Una oscuridad que también se desplegó sobre el directo de Lory D. El italiano se sirvió de artillería pesada sin concesiones. Su techno de hormigón, pese a la entrada de pequeños filamentos de texturas, fue convirtiendo la pista en una sauna intensa. Bajos perforadores y cadenas de alimentación de titanio. Para terminar, también desde las tablas del DICE, Toccororo abrió ventanales y aireó la oscuridad densa que dejó el italiano. Y lo llevó a cabo con un repertorio desprejuiciado y juguetón que picoteó de la máquina, el latineo, el funk carioca y demás artillería que pasó por su tabla de mezclas hasta el cierre final.

Toccororo: juguetona. Foto: Marina Tomàs
Toccororo: juguetona. Foto: Marina Tomàs
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