Morfi Grei y su casaca versallesca durante el Primavera Sound 2018. Foto: Paco Amate
Morfi Grei y su casaca versallesca durante el Primavera Sound 2018. Foto: Paco Amate

Fuera de Juego

Todas las luces de Morfi Grei

La leyenda de La Banda Trapera del Río se sustenta en la generalización de un tópico inexacto: la del grupo-granada de mano que escupió al mundo una obra maestra homónima en 1979, espoleta de un ritual de autodestrucción que los apartó de los escenarios para el resto de su vida. Falso. Si por algo se caracterizaron Morfi Grei –fallecido el pasado día 5–, Raf Pulido, Tío Modes y compañía fue por pasar toda una vida intentando sacar la cabeza y aullar su mensaje al mundo por medio de mil proyectos musicales, hasta el final.

Miguel Ángel Sánchez Tejedor, Morfi Grei, falleció el pasado viernes 5 de enero por complicaciones de un trasplante de hígado. Nacido en Melilla en 1959 y reubicado en la cuenca urbana izquierda del Llobregat a los 13 años, fraguó los inicios de La Banda Trapera del Río en los bloques verdes y grises del barrio de San Ildefonso; aquellos que el sátrapa José María de Porcioles enganchó con cemento al casco antiguo de Cornellà de Llobregat para hacinar a miles de inmigrantes andaluces.

El caso de Morfi Grei y la Trapera es más raro que un perro verde: si Iggy Pop se inventó el post-punk justo en el momento en que el punk estallaba en todo el mundo con “The Idiot” (1977), La Banda Trapera del Río escupió al extrarradio barcelonés una evolución del punk rock en el momento en que el punk en España despuntaba. Un factor decisivo en la singularidad de su rock de alto octanaje fue el influjo que en ellos ejercieron la psicodelia laietana y el rock progresivo, aplicados a un entorno precario y falto de los servicios mínimos. Basta con escuchar “Dona” y “El 600”, de su disco recopilatorio “Rarezas e inéditos primera época” (Munster, 2006): cantadas en catalán, son gritos deslenguados de sexo libertario y ganas de velocidad que podrían atribuirse a los Pau Riba u Oriol Tramvia más cafres.

Los inicios musicales de Grei estuvieron vinculados al movimiento comunista y anarquista, y sus canciones hermanaron el lumpen ochentero con un movimiento vecinal del Cinturón Rojo de Barcelona que logró revertir el desastre tardofranquista. Afiliado a Comisiones Obreras, fue el único trapero con filiación política, Grei admitió que “lo que era la Trapera provenía de una clase de nivel medio. El nuestro era un entorno de barrio […], pero en realidad éramos unos chicos con educación pese a no haber finalizado los estudios por culpa del rock and roll”. Lo declaró al periodista Jaime Gonzalo en el magnífico libro biográfico “Escupidos de la boca de Dios” (Munster, 2007).

Traperos: Rayban, Raf Pulido, Morfi Grei, Tío Modes y Rockhita. Foto: Salvador Costa
Traperos: Rayban, Raf Pulido, Morfi Grei, Tío Modes y Rockhita. Foto: Salvador Costa

La romantización y encumbramiento de la Trapera se quedan cortos. Su primer disco, “La Banda Trapera del Río” (Belter, 1979), fundó el punk en España y a la vez hizo evolucionar un género, el rock urbano, que apenas había nacido. Si comparamos sus canciones con los estándares del estilo ese año (Leño, Ramoncín), no hay color: un universo de poesía alucinada, casi simbolista, que colisiona con desarrollos instrumentales deudores de un rock progresivo áspero y anarquista, que quiere expandir los límites de la canción y la consciencia a base de hostias y speed, no de virtuosismo académico (pese a disponer de una prestancia instrumental autodidacta inefable). Rozaron el estrellato y cuajaron sobre todo en Madrid y el País Vasco, pero los ambiciosos (y delirantes) planes de éxito comercial de Grei chocaron con el abuso de sustancias, las broncas y una actitud refractaria a pasar por el aro de la promoción.

Tras la publicación de su segundo disco, “Guante de guillotina” (Okay, 1993) –estuvo secuestrado por problemas legales desde su grabación en 1982–, La Trapera volvió a reunirse en 1993 en dos exitosos conciertos en la sala Garatge Club de Barcelona. Tras una gira, publicaron el live “Directo a los cojones” (Munster, 1994). Después llegó “Mentemblanco” (Munster, 1995; con portada de Miguel Ángel Martín) y, acto seguido, la segunda disolución de la banda. En 2009, propulsado por el libro de Gonzalo y por el documental “Venid a las cloacas: La historia de La Banda Trapera del Río” (Daniel Arasanz, 2010), hubo sonado regreso en un concierto en la fiesta mayor de Cornellà delante de antiguos compañeros y amigos –3000 asistentes, entre ellos Antonio Balmón, alcalde de la localidad– en el que el antiguo quinqui elástico lo dio todo, ataviado con casaca versallesca. De tal guisa acabó tocando, muchos años después, en 2018, en el Primavera Sound.

Y es que la revalorización de la banda se estaba fraguando desde finales de los ochenta y su tentáculo de influencia era alargadísimo: la rumba rock y calorra de Muchachito Bombo Infierno o Estopa (Rockhita, el Ronnie Wood de Tío Modes en la Trapera, fue profesor de guitarra de David Muñoz), la semilla del rock radikal vasco o la primera canción punk cantada en catalán, “Ciutat podrida”. “Aprendí el catalán de chaval, sin problema, me hizo mucha gracia que la gente hablara de manera tan curiosa. Trabajando en una oficina, le pedí a mi jefe que me hablara en catalán, me pareció que era lo necesario para progresar. Allí lo aprendí, por eso las primeras canciones de la Trapera son en catalán”, contó Grei a quien esto escribe en una entrevista de 2009.

La reunión de la Trapera en 1993: El Subidas, Morfi, Modes y Raf.
La reunión de la Trapera en 1993: El Subidas, Morfi, Modes y Raf.

Recuerdo mi encuentro con Grei con un eco de performance simbólica: me recibió en Granollers en 2009, ataviado con la bata blanca de su próspero negocio horchatero. Lo primero que hizo, después de saludar, fue sacarse el guardapolvo menestral y entrar a un bar a pedir sendos lingotazos. El regreso a la palestra de la Trapera en 2009, con posterior divorcio por medio, lo transmutó de empresario de la restauración a artista a tiempo completo, con una actividad y diversidad ingente: desde un disco de electroclash como Morfi Grei acreditado junto con Electroputas –“Cielos movedizos” (Munster, 2011)– al apreciable remake trapero “Quemando el futuro” (Maldito, 2019), actuando tanto en festivales y salas de caché como en pequeños bares. Para la historia quedan también su mini-LP, acreditado como Morfi Grei, “Aliento de noches” (PDI, 1984; con el gran hit “La losa”, con firma de Esther Vallés, la misma lestrista que deslumbró en “Ciutat podrida”), el álbum “El último beso” (Horus, 1988), presentado bajo el proyecto Zona Grei, y el “En vivo indirecto” (Capote, 1992), con el nombre de Vox Animal.

Su muerte ha levantado un tsunami de cariño, desde la vieja guardia punk hasta los semáforos verdes de ‘La Vanguardia’. Pero ningún epitafio mejor que el de otra leyenda del rock no ortodoxo. Dan Stuart, cantante de Green On Red y excuñado de Grei, lo resume así: “Se pilló un hígado nuevo. Que acabó rechazando, como rechazó la vida convencional que llevaba cuando lo conocí. Fuimos familia un tiempo. No lo conocí tan bien como hubiera querido, pero siempre me trató como a un compañero de batallas. Nos vemos en la carretera, primo, y acabaremos esa canción”. ∎

Mucha calle

LA BANDA TRAPERA DEL RÍO
“La Banda Trapera del Río”
(Belter, 1979)

Lo nunca visto antes (y después): el único disco de rock’n’roll facturado en España comparable a “Raw Power” (1973), de Iggy & The Stooges. Como los Stooges, las canciones empiezan como montañas rusas de rock’n’roll abrasivo que toman curvas inesperadas y desbordan con rabia la estructura a base de síncopes y marañas de guitarras filosas. Las letras de Juan Raf Pulido, combinadas con el alarido callejero de Morfi, imbuyeron a esta obra de un hálito de poesía rock que en este país, pese a quien pese, todavía no se ha superado. Eso sí, a diferencia de “Search And Destroy”, “Curriqui de barrio” jamás sonará en un anuncio de zapatillas.

LA BANDA TRAPERA DEL RÍO
“Guante de guillotina”
(Okay, 1993)

Que se publicara diez años después de lo que estaba previsto –con la movida y el auge del metal castizo ya superados– reafirmó que Morfi y compañía iban avanzados. Es un disco de hard rock que por su crudeza y talla lírica deja en evidencia al heavy metal hispano coetáneo, a base de un riffarama dinámico que hoy por hoy sigue mirando a la cara de los popes del action rock, llámense Radio Birdman o Motorhëad. Entre el fuzz grasiento, la marcha pétrea a lo Black Sabbath y la angustia adolescente de Alice Cooper, aquí hay himnos (muy radiofónicos, por cierto) que gritan a los cuatro vientos lo buenos que eran. ¡Saltemos una vez más con “Monopatín”!

LA LEY DE MORFI
“Mas que Jesucristo”
(Rebel Sound, 2022)

Demuestra que, hasta el final, Miguel Ángel puso toda la carne en el asador y se creyó lo que hacía. En asociación con el bajista de casi toda la vida de la Trapera –Jordi Pujadas “El Subidas”– más el guitarrista César Lorente y el batería Juan Linares, Grei firma un sabroso ejercicio de rock clásico que se mueve entre el groove Stones-Burning y sabrosas progresiones de acordes twangy sobre las que se pasearía encantado el primer Nick Lowe. La lucidez abstracta de las letras de Pulido ya no está, pero la voz rasposa de Grei –con la socarronería carajillera del que ya lo ha hecho todo y solo se queda un ratito– glosa las grescas de after, los narcopisos del Raval o el racismo institucional. Rock urbano del bueno. ∎

Etiquetas
Compartir

Contenidos relacionados