Verde Prato era un cuento de hadas, pero desde 2021 es también el nombre artístico de Ana Arsuaga (Tolosa, 1994) para un proyecto singular y también lleno de fantasía y sostén mitológico. Tras iniciarse en Bilbao, mientras estudiaba Bellas Artes, en el trío femenino Serpiente y poco después en el cuarteto mixto Mazmorra (ahí estaba también Borja Serra, hermano del cineasta Koldo Serra), casi sin querer, casi de casualidad, estrena este formato en solitario, acompañada únicamente de un teclado y un looper. En él descubre nuevas posibilidades y su voz, literalmente, juega un papel esencial, a la vez que experimenta con el folclore vasco en alianza con mantos, ritmos y texturas electrónicas. No me quedaré satisfecho si olvido decir que tanto Serpiente (post-punk con brisa shoegazing) como Mazmorra (electropop de aliento trip hop) fueron dos propuestas inacabadas que merecieron mucho mayor desarrollo.
El caso es que hace dos años Arsuaga publicó como Verde Prato un primer miniálbum, “Kondaira eder hura” (Plan B-Lago/Cráter, 2021), con siete temas que descubren el pastel de una propuesta valiente, única y de un atractivo tan inmediato como enigmático. En la producción está Jon Aguirrezabalaga, exmiembro de WAS, que en cierta forma se convierte en su mentor. El siguiente paso es el siete pulgadas “Jaikiera” (Hegoa, 2022), doce minutos repartidos en dos temas excelsos y en cierta medida complementarios, por encargo del nuevo sello londinense Hegoa Diskak, en su intento de publicar música experimental y folk contemporáneo vasco. El pasado noviembre llegó el EP “Euskal pop erradikala” (Plan B, 2022), con cuatro adaptaciones a clásicos vascos entre las que destaca la lectura electrónica y sensual del icónico “Zu atrapatu arte” (Kortatu) junto a sorpresas de Hertzainak o Lourdes Iriondo. El cuadro se completa, por ahora, con el reciente “Adoretua” (Plan B, 2023), de nuevo un miniálbum de siete canciones que reafirma los mejores augurios y nos sirve de excusa para conocer un poco más a esta artista que ha hecho de la sutileza y la fascinación por buscar su propia órbita trazos de coraje y valentía.
Durante un tiempo compartiste Verde Prato con Serpiente. ¿Tenías alguna experiencia musical previa?
Había estudiado piano y solfeo, pero nunca había actuado. En Bilbao hice amigas y amigos que tocaban en grupos, así que formar parte de uno fue algo nuevo y divertido que hacer entre amigas y una manera de crear, sin pretensiones en un principio, que me enseñó mucho.
Verde Prato no tiene nada que ver con Serpiente, tampoco demasiado con Mazmorra. Y comienza un poco por casualidad, cuando te invitan a unos conciertos en solitario, pero su relevancia hace pensar que es tu proyecto definitivo.
Surgió, como dices, sin haberse pensado para algo más de un concierto, pero es verdad que al irme ilusionando con el proyecto y recibir un feedback mayor al que tuvimos con los grupos ha ido rodando más fácil y, a día de hoy, sí me gustaría dedicarme por completo a ello; ya se verá, porque estas cosas son difíciles, pero mi esfuerzo está enfocado en ello.
Has vivido en Bilbao y Tolosa, donde naciste y vives. ¿Cómo te han podido influir los distintos ambientes en tu faceta musical? Quiero decir: ¿en esta época de globalización y redes nos siguen marcando los lugares físicos que habitamos?
Yo creo que en parte sí y en parte no. Por un lado, hay un mundo interno que me parece muy importante, como un refugio que tú construyes con tus referencias, el conocimiento que adquieres, tu sentir…. Y eso, quizá, no depende tanto del entorno que te rodea. Al mismo tiempo, ver conciertos y acceder a un entorno artístico también es algo que te enseña mucho a la hora de crear música. Yo siento que al volver a Tolosa, aunque no tengo eso tan cerca y estoy más aislada, tengo una tranquilidad y una falta de juicio cercano que también creo que, según en qué fase, ayuda a crear libremente.
Estudiaste Bellas Artes y has expuesto también como pintora. Podría decirse que tu música de raíz folk y oral se encuentra con un estrato arty, vinculado tantas veces a distintas vertientes de lo pop. ¿En esa entente se produce la sorpresa que una vez me dijiste que buscabas?
Sí, ese concepto de arty me gusta, porque me parece que tiene mucho que ver con cómo enfrento el hecho de componer una canción. Intento no tener muchos prejuicios respecto a qué base de ritmos pega con la canción que esté haciendo, qué acordes quedan bien con qué voces o a qué BPM se hace tal género. Intento probar cosas, divertirme y disfrutar lo que estoy haciendo. Descubrirme algo a mí misma, de alguna manera, y eso creo que es muy parecido a un proceso creativo de arte plástico.
La primera persona que me habló de ti fue tu productor, Jon Agirrezabalaga, y se refirió a ti como descendiente de la tradición vanguardista vasca de Mikel Laboa. Y quizá por entonces te vi entre el público en un concierto de homenaje a Joxean Artze. Digamos que todo encajaba. A la vez, tu generación, la de Serpiente o Vulk, se movía en el viejo-nuevo post-punk. ¿Cómo se acoplaban esos mundos?
Las etiquetas son algo que entiendo que ayudan a clasificar y definir las cosas, pero suelen venir de fuera. Lo que quiero decir es que yo no pienso en esos términos, simplemente voy creando cosas que me interesan en ese momento. La música que escucho es igual, no pienso en qué género es antes de escucharla. Lo que pienso es si me gusta esa canción. Mikel Laboa me parece un referente, sin duda, y Joxean Artze. Pero también lo es Siouxsie And The Banshees y, por otro lado, Romeo Santos. Creo que es natural disfrutar de la mayoría de cosas posible y aprender de ellas.
Ahora que te vas acercando a los treinta, ¿ha cambiado tu percepción y relación con la música? ¿Qué lugar ocupaba de adolescente y cuál ocupa ahora, también como oyente?
Lo más relevante es que antes me parecía un mundo en el que yo no podía tener mi lugar, no digo como música ya, sino como área de conocimiento. Por un lado, pensaba que nunca iba a acceder al conocimiento técnico, por lo difícil que me parecía saber de música por mi experiencia en la academia. Y por otro, tampoco me veía capaz de saber de música, de grupos, como amigos míos. Luego me di cuenta de que esa sensación era algo estructural y que podía aprender y rebelarme contra eso y encontrar mi propio sitio. ¡Y en ello estoy!
También confiesas que tu música se ha hecho menos trágica, que te acercas a una mayor luminosidad. ¿Conoces los motivos?
Al final, todo es más intuitivo de lo que puedo reflexionar, pero supongo que tiene que ver con fases personales que una atraviesa y también con fases musicales. Ahora no me está atrayendo tanto lo trágico como en ese momento y me estoy inclinando por bases más bailables.
Canciones como “Niña soñando” te fuerzan a unos agudos que no sé si has ido descubriendo a medida que has ido probando y educando tu voz.
Así es, me gusta ver mis límites. Y desde luego en esa canción me acerco por arriba (risas). Quería una voz que fuera muy delicada para esa canción y con los agudos me parecía que lo conseguía.
Antes de “Adoretua” publicaste un EP con adaptaciones de Kortatu, Hertzainak y Lourdes Iriondo. ¿De dónde te llega toda esa tradición de música vasca?
Para mí era una manera de homenajear a artistas que han formado parte de mi imaginario y que son hitos en la cultura en Euskal Herria. Quería también llevar a mi terreno esas canciones, ser de alguna manera provocadora pero de una manera personal. Quería ser provocadora sin ser violenta. No para destruir, sino para reivindicar lo delicado, lo vulnerable, manteniendo la seriedad de las letras de esas canciones.
“Adoretua” se puede traducir por “con coraje”, en alusión a salir sola al escenario. Y a la vez toda tu música se envuelve en un manto de sutileza extrema, incluso cuando te animas con ritmos sintéticos o juguetones. ¿No es eso también una muestra de arrojo propio?
Me gusta que utilices la palabra “arrojo”. Sí, es “adoretua” una palabra que he utilizado para el título porque ese coraje, sin que suene a heroico, por supuesto, porque no lo es… pero ese coraje de salir sola, también de componer, luchar por tener un sitio en la música, buscar mi manera de crearla, es algo que construyo cada día. Y en ese título me parece que hablo de esa actitud; es como una palabra de aliento para mí misma, quizá, aunque suene muy ingenuo. ¡Quizá lo es!
En tus discos predomina el euskera, pero también hay temas en castellano. ¿Qué te conduce a elegir el idioma? ¿Piensas en ambos?
Pienso en ambos, y aunque creo más fácilmente en euskera, también hay ritmos, canciones concretas, en las que me encaja mejor el castellano. Aunque desconozco los motivos, son decisiones más intuitivas de lo que parecen.
Salvo en casos contados, la música rara vez se convierte en medio profesional de subsistencia, y menos sin concesiones artísticas. ¿Cuál es tu situación actual y cuáles tus aspiraciones a ese nivel?
Mi aspiración es que sí se convierta en mi medio de vida, me parece que es un oficio que debería tener esa dignidad que tienen otros oficios. Aun así, ahora estoy muy lejos de ello y tengo que trabajar en otras cosas para poder no solo subsistir, también pagar la inversión que supone mantener este proyecto, pero tengo esperanza de que salga poco a poco.
Verde Prato comenzó con un teclado y un looper. ¿Dónde puede desembocar? ¿Te ves en un futuro con una formación que incluya por ejemplo instrumentos de cuerda?
Por ahora me gusta estar sola y quiero aprender de ello mucho más. Es verdad que me gustaría probar otras cosas de manera puntual, otras formaciones, pero lo veo más como colaboraciones concretas. ¡Ya veremos!
¿Qué recuerdos te han quedado de tu paso por grandes festivales como Primavera Sound o Bilbao BBK Live?
Pues muy diferentes, según el festival. Depende mucho también del ambiente en ese momento, la gente que va… Pero me ha gustado mucho en general. También voy reformulando el directo gracias a esas experiencias, veo qué falla, qué se recibe mejor…
¿Si pudieras elegir, con qué artista de la historia te gustaría compartir tu música?
¡Qué pregunta tan difícil! Con mucha gente. Por ejemplo, una artista que admiro muchísimo y con la que me encantaría compartir mi música sería Cate Le Bon. Y por nombrar a alguien de Euskal Herria, por ejemplo con Juan Carlos Pérez. ∎