urante la pandemia le pedimos a la ficción –quiero imaginaros unidas a mis plegarias– que nos evadiera, nos llevara lejos, nos permitiera desconectar ofreciéndonos protagonistas con los que empatizar poco. Lo justo para llorar en contadas ocasiones. Así como de refilón, que no sabes si la lágrima ha sido porque estaba fuerte la cebolla de la ensalada o por lo que ha salido en pantalla. Nada de llevarnos problemas ajenos a la cama. Ya vamos servidas.
Tuvimos suficiente con la serie francesa “El colapso” (2019). Ahí estabas tú, intentando pensar en cómo no volverte loca entre las cuatro paredes del salón mientras en un capítulo te enseñan cómo achicar agua para salvar una central nuclear cuando el mundo se va a la mierda. Sí, claro que sí, cuéntame más, dame más motivos para visitar páginas de cómo construirse un búnker bajo tierra y no salir ni para ir a comprar harina de fuerza. Sí, también hice pan en casa y también vi “Take Shelter” (Jeff Nichols, 2011) durante el encierro. Te quiero, Michael Shannon, que prefieres cavar un hoyo en el jardín mientras Jessica Chastain te espera en casa.
Oye, pues dicho y hecho. Nos han hecho caso. ¿Quieres gente que te importe una mierda, con la que los guionistas puedan hacer lo que les plazca, mientras tú te vas a dormir sin una pizca de culpa por haber deseado un poco su muerte? Tenemos el perfil, se denominan “gente absurdamente rica”. Actualmente, no hay plataforma digital que no disponga de su propia ficción de acaudalados en entornos completamente absurdos. Llámalos resorts, hoteles de lujo o retiros de meditación. En estas series puedes observar cómo el director de arte, el localizador, el director y las tropecientas personas más que toman estas decisiones han jugado un poco a los Sims. Me los imagino añadiendo oros en el baño, piscinas dentro de las habitaciones, jardines imposibles y chimeneas en mitad de Hawái como cuando te peleabas con tu hermana por ver quién añadía más pisos en su casa de “SimCity”. Y todo gracias a producciones mastodónticas donde por una parte hay mucho dinero, y por otra las localizaciones están limitadas por culpa de las medidas de seguridad en pandemia. Entre meter a tu equipo de rodaje en un resort, un crucero, un hospital o una nave espacial, puedo entender cuál ha sido la opción ganadora. Quiero pensar que los actores han tenido algo que decir en ello.
“Hola, Nicole Kidman. ¿Quieres ser una enfermera divorciada en una reedición de ‘Urgencias’ o prefieres ser la Joven del Agua ‘meets’ Sheela en una cabaña domotizada en mitad del bosque?”. Pues claro, cariño, yo también habría escogido lo mismo. Si no sabéis de qué hablo, poneos el primer capítulo de “Nine Perfect Strangers” (2021). Lo de “The White Lotus” (2021) os va a parecer una broma para niños. La trama seguro que os suena: ricos con distintas estructuras familiares, cuanto más inestables mejor, se encuentran en un retiro espiritual en un resort-todo-incluido y nos cuentan sus problemas, que, obvio, nos importan una mierda. Son tan listos los guionistas que saben que la única manera de acercarnos a un rico es a través de la comedia, de lo absurdo, de estirar la cuerda hasta lo hilarante. Es todo tan bizarro que no te queda más remedio que reír.
Con una joven escritora que ha sido agredida sexualmente, con un abogado racializado que lucha por la liberación de sus hermanos, con una detective divorciada que cuida a su hijo autista mientras atrapa al asesino en serie de su pueblo... Por supuesto que con ellos no se juega. Se lo harás pasar mal a estos personajes –y, si no, que se lo cuenten a Kate Winslet después de hacer de madre coraje en “Mare Of Easttown”, que solo faltó que le amputaran las piernas en algún capítulo–, los harás sufrir, pero que sepas que también sufrirá el espectador. Ese hijo autista también es mío.
Hemos llorado, gritado a la pantalla, hecho la croqueta por el suelo del comedor cada vez que han tocado a alguno de nuestros personajes de ficción. “Nuestros” debería ir toda en mayúsculas, pero me resulta violento utilizar este juego visual (entendedme, ya sabéis a quién me refiero). Le he gritado a Thomas Shelby que todo iría bien, que no se preocupe, que su vida se encauzará. He abrazado el ordenador cada vez que veía a Nora Durst sufrir lo más mínimo (a mi Carrie Coon ni tocarla). Por no hablar de Mildred Pierce, que a veces todavía pienso en ella, y me pregunto si le irán bien las cosas con el restaurante. O si Sarah Linden se habrá podido duchar y alimentar a su hijo con un plato que no sea hecho con el microondas –no pretendía ir de listilla ni que esto se convirtiera en una especie de pasatiempo que quiere jugar con tu memoria. Por orden de aparición: “Peaky Blinders” (2013-), “The Leftovers” (2014-2017), “Mildred Pierce” (2011) y “The Killing” (2011-2014)–. Lo he pasado mal por ellos, lo digo de verdad.
En cambio, ahora mismo estoy “disfrutona”, estoy relajada. ¿Que me quieres sacudir un poco a estos cretinos opulentos que habitan este centro de meditación cinco estrellas regentado por Nicole Kidman? Adelante, hazlo, agítalos bien fuerte mientras degusto estas pipas saladas espachurrada en mi sofá. Podría llegar a reconocer que incluso he fantaseado con la decapitación de algún personaje. O que la trama vire hacia algo similar a la purga. Perdonadme, no estaría pasando ahora mismo por un buen momento personal. ¡Que les corten la cabeza! No, no estoy bien.
He experimentado la misma desidia hacia los personajes de “Tiempo” (M. Night Shyamalan, 2021), “The Wilds” (2020), el reboot de “Gossip Girl” (2021), “Lisey’s Story” (2020), “Solos” (2021), “My Unorthodox Life” (2021), “The Undoing” (2020), “Soulmates” (2020-), “The White Lotus”, “Servant” (2019-), “Exit” (2019-) y “Nine Perfect Strangers”. Son todo personas ricas con problemas diversos haciendo llamadas de socorro desde sus propios paraísos. Mátalos, me da absolutamente igual.
Alice, la protagonista de la nueva novela de Sally Rooney, “Dónde estás, mundo bello” (2021), y alter ego excesivamente obvio de la autora, escribe lo siguiente en un email dirigido a su amiga: “Las grandes novelas me generan una conexión emocional, y me llevan a desear cosas”. Añade que cuando mira un cuadro no espera nada de lo que ve representado, que “el placer está en contemplarlo tal cual. Pero cuando leo libros, sí que experimento deseo”. Explica que quiere ver feliz a la protagonista de “Retrato de una dama”, que desea lo mejor para “Anna Karenina” y que incluso le sucede lo mismo con Jesús y ese best seller llamado “Biblia”. No preguntéis en qué momento dos jóvenes amigas se cruzan este tipo de correos que parecen un ensayo filosófico de ‘The Columbia Review’ porque la crítica rooneyana da para mucho. El caso es que al leer esto dudé sobre si Alice tenía razón. ¿Son las buenas novelas aquellas que nos permiten establecer una conexión emocional con sus personajes? ¿Qué sucede con aquellos libros donde simplemente contemplamos desde la lejanía y la indiferencia lo que sucede con sus personitas de ficción literaria? A mí me gustan igual; es más, hay veces en que me apetecen. Si cada libro fuera una sacudida emocional, mi psicóloga haría doble turno. Además –espero que Rooney no lea esto nunca–, a 101 páginas de acabar su novela, a cada frase nueva que leo tengo más claro el mensaje: “Ojalá te atropelle un camión, Alice”. Supongo que eso también es una conexión emocional.
Pero una cosa os voy a decir, ni se os ocurra, repito, ni se os ocurra por un solo momento tocarle un pelo a Siobhan Roy. Eso sí que no. Por encima de mi mísero cadáver. ∎