na de las principales diferencias entre ‘La Resistencia’ que se emitía en Movistar y el programa retitulado como ‘La Revuelta’ de Televisión Española es la reacción del público cuando el invitado o invitada confiesa el dinero que tiene en el banco. Normalmente a este programa van cantantes o deportistas de éxito, por lo que la respuesta suele ser abultada en términos económicos. No pertenecen a la clase obrera, vamos, porque muchos tienen una buena cantidad de dinero metida en el banco. En las primeras resistencias esas contestaciones millonetis eran recibidas por el público con pitidos, suspiros criticones y bufidos escandalizados. Al contrario, si a día de hoy un invitado de ‘La Revuelta’ suelta que tiene varios millones de euros en su cuenta corriente, el público que sigue el programa en directo lo celebra con un entusiasta y sincero aplauso.
¿Qué ha pasado en estos últimos siete años? ¿Por qué la crítica al privilegiado ha dado paso al peloteo al rico? ¿No es más sano hacer sentir culpable al que acumula riqueza? Tiene dinero, qué menos que pase un mal rato televisado por eso. Quizá darle unas migajas de odio por formar parte de una élite sirve para equilibrar la balanza. Sin embargo ahora pasa lo contrario: ese aplauso al opulento contiene admiración, se trata de un gesto lacayo. Como la celebración de que Amancio Ortega salga en la lista Forbes, regale máquinas carísimas a la sanidad pública y luego practique ingeniería fiscal para pagar menos impuestos en España.
Mi teoría acerca de esta transformación es que la humildad ya no está de moda. He puesto el ejemplo del dinero, pero en los últimos años hemos visto en las ceremonias de premios a ganadores que en su discurso de aceptación aseguran que se merecen ese premio. Incluso alguno se lo dedica a sí mismo, en un egotrip de dimensiones cósmicas. También hemos presenciado cómo jugadores de fútbol que quedan subcampeones en un torneo se quitan del cuello la medalla de plata. Son futbolistas que desprecian ser los segundos del mundo o de Europa, unos niñatos que no saben perder.
No soy un nostálgico. No creo que antes se viviera mejor. Pero sí echo de menos una cualidad que no veo cuando un escritor de best sellers se promociona como el puto amo o una actriz asegura que su papel en una película marca un antes o un después en la historia del cine. Hablo de la modestia. Incluso de la sanísima “falsa modestia”. Está bien agachar la cabeza cuando recibes un aplauso, llamarte a ti mismo en público impostor aunque creas en tu fuero interno que eres la leche. Con humildad, falsa o verdadera, la vida es más elegante, más divertida, menos solemne. Hace años, el que no tenía pudor alguno para declararse un genio era apedreado por el público. Era llamado “fantasma”, “chulo” o “creído”. Es mucho mejor dejar que los halagos los digan otros. No hay nada digno de celebrar en que uno no tenga abuela. No tener abuela nunca ha sido algo positivo. Seamos modestos, aunque no seamos sinceros. Porque además, si hay una cualidad sobrevalorada en el mundo, esa es la sinceridad. Yo, si oigo a alguien decir que va “con la verdad por delante”, salgo corriendo. ∎