uando los talibanes tomaron el poder en 1996, la música fue prohibida hasta la entrada de las tropas norteamericanas en 2001. Actuar, vender e, incluso, escuchar música era perseguido.
Con su regreso al poder, la nueva administración talibán parece querer evitar el aislamiento internacional generalizado al que fue sometido la última vez, y no parece haber adoptado todavía medidas tan duras como el citado cierre cultural completo. Su posición sobre la música es, a día de hoy, inconsistente y sin directrices claras. Sin embargo, el apagón musical en el país ya es un hecho. Los riesgos son demasiado altos y el recuerdo de la última y brutal prohibición ha llevado a una gran mayoría de músicos a esconderse, a exiliarse, y al cierre completo de las escuelas de música en Kabul.
No es para menos. La persecución violenta de manifestaciones musicales ya es un hecho en gran parte del país. El pasado 30 de octubre, en la provincia de Nangarhar, dos personas murieron y nueve resultaron heridas después de que combatientes talibanes disparasen contra los asistentes a una boda por estar escuchando música. El pasado 31 de agosto, el cantante de folk Fawad Andarabi fue sacado de su casa violentamente y ejecutado en la granja familiar en el valle de Andarab, en el norte de la provincia de Baghlan.
La única orquesta compuesta exclusivamente por mujeres, Zhora, fundada en 2016 por unas 30 jóvenes de entre 13 y 20 años, ha huido. Hoy, la gran mayoría de sus miembros se encuentran en el exilio. Marzia Anwari, una de sus cantantes, explicó en una entrevista a la agencia AFP que la música es considerada por los talibanes como “haram” (prohibido por la religión) para las mujeres. La propia Anwari cuenta que la situación tampoco era fácil antes del regreso de los talibanes, ya que eran frecuentemente insultadas por ser mujeres y dedicarse a la música. Tras su regreso al poder, la continuidad de la banda es inviable. Shogofa Safi, percusionista también en Zhora, contó en el mismo artículo que logró ser evacuada del aeropuerto gracias a que los talibanes presentes durante su evacuación desconocían que se dedicaba a la música, de lo contrario habría sido fusilada con toda probabilidad.
Las puertas de la principal institución de formación musical del país, el Instituto Nacional de Música de Afganistán (ANIM), permanecen cerradas desde la llegada de los talibanes. Los países del Golfo acogen en este momento a unos 100 estudiantes y profesores del centro, a la espera de ser trasladados a Portugal. Los que no se han marchado, estudiantes y profesorado, están escondidos en sus casas. El director del Instituto, Ahmad Sarmast, ha denunciado desde Australia que los talibanes entraron en el Instituto, destrozaron instrumentos y robaron vehículos usados para el transporte de estudiantes.
El centro fue abierto en 2010, y contaba con grupos mixtos de chicos y chicas que aprendían música tradicional afgana y clásica occidental. Tuvo gran éxito en lograr incorporar a chavales de medios muy humildes, y desde el inicio fue perseguido, incluso antes del regreso de los talibanes: en 2014 sufrió el ataque de un coche bomba durante uno de sus conciertos. Su director quiere reabrir el centro, pero ahora mismo el futuro es totalmente incierto.
El éxodo afgano está recibiendo muy poco apoyo europeo en general. Las llamadas de las Naciones Unidas para abrir canales de reubicación para personas refugiadas situadas en los países limítrofes está encontrando escaso eco. El apoyo europeo se reduce a apoyar la asistencia de refugiados en la región, sin asumir la responsabilidad que nos toca tras veinte años de presencia militar fallida. El país y sus gentes, poco a poco, han desaparecido de las noticias, mientras el drama cotidiano continúa y la música se desvanece. ∎